Vuelvo a repetir aquello de que, "para bien o para mal, soy español de nacimiento", lo dice mi Documento Nacional de Identidad (aunque a mí me gustaría figurar como 'ciudadano del mundo') y sé perfectamente cuál es la bandera que identifica a mi país, pero de ahí a que me la estén restregando continuamente por las narices como si se tratara de un pañuelo, va una jodienda.
Y es que hay quienes están convencidísimos de que esa enseña (aunque la haya refrendado la Constitución del 78) es suya por derecho propio a raíz de una infausta guerra ganada por sus antepasados hace la friolera de ochenta y tantos años. Por lo visto, eso los convierte en 'españoles de pro', y nos deja al resto como 'piojos pegados'. Pero piojos que votan, ¡mire usted!, salvo excepciones como la del ciudadano que suscribe que, políticamente hablando, ya no cree en nada ni en nadie.
Permitan que la bandera nacional ondee en los lugares en que, oficialmente, deba hacerlo: sedes gubernativas, autonómicas, locales, cuarteles, embajadas... pero dejen de chotearla de una puñetera vez como producto de consumo, porque les guste o no les guste: pertenece a TODOS los españoles, ya sean de derechas, de centro, de izquierdas o de la madre que parió a Paneke (con perdón).
Y es que estoy tan harto de toparme con la bandera donde quiera que miro: en fachadas, ventanas, balcones, vehículos, camisetas, gorras, pulseras, tirantes, collares, mascarillas... que me están entrando ganas de gritar lo que mi amigo Reyes (q.e.p.d.):
-¡¡¡Estoy de las banderas hasta la punta del pito!!!
Miguel Ángel G. Yanes
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