30/12/18

ENTOMOLOGÍA

El fin de las cucarachas

La entomología nos dice muchas cosas. Nos dice que somos una especie asesina pero también nos advierte de que estamos construyendo nuestra propia tumba.


Imagen del libro Cockroaches : how to control them (1980)

Como preparación a mis estudios de veterinario, de bien jovencito practiqué 6 o 7 veranos la ciencia de la entomología. Aún conservo en la casa del pueblo la caja con las mejores piezas. Clavados con sus agujas entomológicas debe de haber una decena de ejemplares de mantis religiosas de diferentes tamaños y colores pero todas en su posición de rezo; de escarabajos con cuernos de rinoceronte y con cuernos de ciervo; abejas y avispas; y varias libélulas con sus alas extendidas para contemplar su belleza.

Mantis religiosa

Tiempo después cuestiono esta práctica que, “por el bien de la ciencia”, supuso la muerte de 100 o 200 individuos, pero reconozco que la disfruté mucho, saliendo todas las tardes cargado de artilugios para la observación y captura de insectos, de los cuales llevaba un registro y unas fichas descriptivas bastante trabajadas. La afición me llevó a visitar con cierta asiduidad la famosa tienda El Taxidermista en la Plaza Real de Barcelona, donde se podía encontrar todo el material necesario así como algunas muestras de insectos grandes y exóticos de otros países. Les tomé cariño a los invertebrados, incluso a las cucarachas.

Plaza Real de Barcelona

Les hablo de cuarenta años atrás, tiempo corto desde el punto de vista geológico, pero que nos permite, empíricamente, sacar muchas conclusiones. No es que estén desapareciendo las abejas, es que estamos acabando con todos los insectos. Yo mismo, recorriendo los mismos lugares de mi infancia, este verano solo he visto una mantis religiosa.  Hace mucho que no tropiezo con ningún escarabajo rinoceronte y mi hija y mi hijo, con más de 20 años, solo han visto luciérnagas en un par de ocasiones. Y en el piso de Barcelona, ya ni recuerdo cuántos años han pasado sin la presencia de las repelentes cucarachas.

El Taxidermista de la Plaza Real cerró sus puertas en 1991

He querido contrastar estas observaciones personales buscando información. Efectivamente, son muchos los estudios y artículos que hablan del “apocalipsis de los insectos”. A los más numerosos, que hablan de la desaparición de las abejas, podemos añadir estudios en Estados Unidos, donde han podido tasar, por ejemplo, en un 90% el descenso de la población de mariposas monarca en los últimos 20 años; o un tipo de abejorro endémico en 28 estados, el abejorro parcheado, que ha descendido en un 87% también en los últimos 20 años. En Alemania, un estudio de 2017 explica que las poblaciones de insectos voladores en reservas naturales han descendido en más del 75% en un periodo de 27 años de estudio. Cifras de 75, 80, 90 % son gravísimas, casi definitivas, que se repiten en muchos otros casos de insectos que, no olvidemos, son el 70% de todas las especies animales.


En los diferentes informes que he podido leer, las causas de la desaparición de los insectos coinciden. De hecho, coinciden también con mi propia experiencia. Los hábitats naturales de todo el mundo están cada vez más degradados y cada vez son más reducidos, como los lugares donde cacé las mantis religiosas, hoy es una urbanización perfectamente cuadriculada y cementada, solo con algunos árboles dispersos. Las pozas reducto de las libélulas ya están secas. Y mis admirados escarabajos, seguro, que han sido víctimas de la segunda gran causa de la extinción animal en el planeta: el uso indiscriminado de todo tipo de pesticidas en las prácticas de la agricultura industrial. Entre ellos, sus asesinos más eficaces, los insecticidas organoclorados, organosfosforados, piretroides o neonicotinoides, elaborados y vendidos por multinacionales bien conocidas como Syngenta o Bayer.

Libélula

La entomología nos dice muchas cosas. Nos dice que somos una especie asesina pero también nos advierte de que estamos construyendo nuestra propia tumba. Quien nos observe en un futuro, solo dispondrá de algunos especímenes de humanos disecados y clavados en bonitas cajas de madera. Es evidente que necesitamos las abejas y otros insectos para polinizar nuestros campos de cultivo; es evidente que los insectos están en la base de la cadena trófica y que de ellos depende, por ejemplo, todas las aves insectívoras, pero es que hasta la repudiada cucaracha es vital para la vida en el Planeta...

Abejas víctimas del mal conocido como "síndrome del despoblamiento de las colmenas"

Como he podido leer, el profesor Srini Kambhampati, titular de una cátedra de biología de la Universidad de Texas, explica que en la Tierra viven de 5.000 a 10.000 especies de cucarachas y son también una fuente importante de alimento para muchas aves y pequeños mamíferos como ratones y ratas. A su vez, estos depredadores son el alimento de otros animales como gatos, coyotes, lobos y reptiles, así como para las águilas y otras aves rapaces. Además, la mayoría de las cucarachas se alimentan de materia orgánica en descomposición, que contienen gran cantidad de nitrógeno. Vamos, que son unas basureras que limpian los bajos fondos de las casas de cualquier resto orgánico, y que posteriormente liberan por sus heces el nitrógeno que en la tierra es esencial para el crecimiento de las plantas.


Las cucarachas, ¿nos sobrevivirán?

Aunque como les decía al principio, yo he dejado de ver cucarachas, no tengo datos claros sobre la amenaza de extinción de esta especie, pero no debería extrañarnos que pronto tengamos que incluirla en el catálogo.


Es cierto que la cucaracha puede vivir un mes sin comer, que incluso vive un tiempo con la cabeza separada del cuerpo. Es cierto que una cucaracha con el nombre de Nadezhda fue enviada al espacio por científicos rusos durante la prueba de Fotón-M, y que incluso fue capaz de parir en el espacio. No es leyenda sostener que las cucarachas son (casi) inmortales. Es cierto, como narró Gabriel García Márquez, que las cucarachas pueden sobrevivir a un holocausto nuclear, y “que los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos; la creación habrá terminado; en el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas”. Incluso podemos dar por buena la afirmación de Mohinder Suresh que “son las cucarachas, y no los humanos, la cima de la evolución”.

Hace 73 años de la barbarie desatada sobre Japón

Pero lo que ya no sé si será realidad es la explicación de Richard Morris en favor de la adaptabilidad de la cucaracha frente la fragilidad del ser humano. “Aunque el género Homo sólo tiene dos millones de años de existencia, ya dispone de la capacidad para destruirse a sí mismo. (...) Ni tan siquiera lograremos probablemente emular la trayectoria de la cucaracha, que viene evolucionando desde hace aproximadamente 250 millones de años.” O la de Madonna, que dijo: “Soy una superviviente. Soy como una cucaracha, no puedes simplemente deshacerte de mí”. Mucho me temo que, al ritmo de agricultura industrial, pesticidas y desruralización de la vida, las inmortales cucarachas, y todos los insectos van a desaparecer antes que su cucarachicida, el ser humano.

Momento exacto de la explosión atómica en Hirosima, el 6 de agosto de 1945

FUENTE: ctxt.es
Tribuna - Gustavo Duch
02/01/2019 


No es la terrible capacidad depredadora de la que hacemos gala, sino nuestra desmedida avaricia, lo que está acabando con el mundo.

Todo lo queremos convertir en dinero.


25/12/18

ROSTROS DE ÁFRICA


 


 





 


Toda está increible diversidad cultural desaparecerá
fagocitada por la puñetera globalización.

Miguel Ángel G. Yanes

9/12/18

UN VIAJE EN ASCENSOR


No me pregunten en que lugar estaba exactamente porque lo desconozco. Solo sé que entré al unísono con dos chicas (yo también era joven) en un ascensor aséptico y brillante, de color gris metálico, con una docena de focos encastrados en un espejo que recubría el techo. Justo en el instante de ir a pulsar para elegir el piso de destino, se cerró la puerta y se apagó la luz al mismo tiempo. 

A oscuras tanteamos el tablero (digital para más inri) lo que no daba opción al menos a contar los botones para hacer un cálculo; así que pulsamos al azar esperando dar con la alarma de emergencia. Contra todo pronóstico, se puso en marcha.

- En algún piso se detendrá - dijo una de ellas.

Pues así, a oscuras, comenzó un viaje "interminable". Aquel artefacto comenzó a ascender adquiririendo una velocidad endemoniada que nos hacían tropezar a los unos con los otros. Por un instante, su constante aceleración me recordó una lanzadera espacial.

No sé si fueron minutos, horas o qué, porque perdí la noción del tiempo. Los teléfonos móviles de ambas jóvenes no funcionaban, ni siquiera sus linternas. El mío tampoco, porque no tengo. Tuve el pálpito de que los relojes se hubieran detenido, pero no había manera de comprobarlo; ni mecheros ni cerillas. Ninguno de nosotros fumaba.

En vista de que aquel artilugio no se detenía, nos entró una lógica angustia pero que, sin llegar a pánico, se fue atemperando poco a poco, como todo aquello que en la vida resulta irremediable. 


Asumimos que aquella situación escapaba a nuestro control y, aunque parezca mentira, terminamos relajándonos y, sentándonos en el suelo, cogidos de las manos en la más completa oscuridad, charlamos amigablemente; tanto, que una de ellas le propuso a la otra (no sé si en plan de guasa o no) que podrían violarme para destensar y aprovechar el tiempo. Algo que no llegó a cuajar porque, en ese mismo instante, el ascensor se detuvo con una brusca sacudida. La puerta se abrió y nos hallamos en el interior de un mercado asiático.

- ¿Dónde carajo estamos? - preguntó la segunda muchacha. 

Sin soltarnos de las manos, salimos de la cabina, presas de un desmedido asombro.

El bullicio era ensordecedor: Ciudadanos orientales cargando enormes fardos sobre sus hombres, empujando carretillas de madera atestadas de productos agrícolas, portando innumerables bolsas plásticas repletas de compra...

Busqué una referencia informativa y me topé con una serie de ideogramas que no supe identificar. No tuve claro si eran chinos o japoneses; las chicas tampoco.Y claro, no entendíamos "ni papa" del idioma que se hablaba a nuestro alrededor.

Atravesamos aquella nave donde se amontonaban montañas y montañas de frutas y verduras de todos los colores, formas y olores imaginables, para llegar a una inmensa pescadería que se me antojó un especie de hangar en la que, multiples puestos ofrecían una variedad increible de pescados y otros frutos del mar, y donde apenas se podía caminar entre tantísima gente. La resonancia resultaba mayor aún que en el espacio anterior.


Entre aquella barahunda de chirridos, golpes, gritos... se alzó una voz que dijo en castellano:

- ¡Míguel! ¿Qué haces aquí?

- ¡Luis!... Luis Crespo! ¡Que alegría verte, tío! ¿Se puede saber dónde coño estamos?

- Pues si no lo sabes tú. Yo vine a parar a aquí tras un disparatado viaje en ascensor.

Fue entonces cuando el maldito sonido del teléfono interrumpió aquel sueño vespertino que tan bien hilvanado iba. Las puñeteras llamadas de las empresas de telefonía, siempre jodiendo la intimidad del ciudadano.

Miguel Ángel G. Yanes

7/12/18

EL SUMMUN DE LA LUZ (POEMA)


Fría aún, la luz,
Derramándose casi
Como un líquido denso,
Con lentitud desciende
Desde la cumbre al valle.
Pausadamente baja
Por la helada pendiente
De la montaña, busca,
Reptando por su alba
Dureza de cristal,
Alcanzar el summun
De su fulgor, posarse
Sobre el suave temblor
De los trigales verdes,
Para dorar sus granos
Llenándolos de sol
En el exacto sur,
Del mediodía.

Miguel Ángel G. Yanes