101.
CONTRA EL MURO DEL MAR
(A Mª Carmen Marrrero)
Contra el muro del mar
la libertad se estrella
de los que son, sin alas
ni velas en el pecho,
prisioneros
de la desnuda piedra.
Seres de terracota,
de mármol blanquecino,
de granito insepulto
o de alabastro;
densidades malditas
para el mar,
y para el éter, vértigo
que impide sus alturas.
Mientras miran de lejos
las orillas y quedan
inmóviles de espanto,
otros seres,
ligeros y sutiles,
anidan en los sueños
más puros y secretos.
Y sin miedo a la orilla
que arrastra la resaca,
precipitan sus vidas
desde el acantilado,
y en perfecta caída
barrenan el azul
por dar un beso
al Ser que en lo más hondo
recibe sólo a aquellos
que arriesgan por amor.
Miguel Ángel G. Yanes
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102.
EL BAILE DE LOS DUENDES
(A Mª Carmen Sánchez)
Entre las hojas tiernas, brillantes de rocío,
graciosas criaturas danzaban al conjuro
del latido primero que el pecho alborozaba
tras el suave suspiro de otra primavera.
Eran duendes y hadas festejando risueños
la llegada de aquélla que desde lo profundo
del bosque en que dormía, diluida la blanca
quietud de los inviernos, elevaba su rostro,
y la ancha sonrisa de sus labios caía
como lluvia de flores, incesante y precisa.
Una musiquilla de arpas y violines,
trenzándose a los tonos rosados de la aurora,
fue despuntando el nuevo milagro de la vida,
y la gente menuda, corriendo alborozada,
fue a ocultarse de nuevo en las colinas huecas,
lejos de la profana mirada del humano.
Miguel Ángel G. Yanes
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103.
COMO LA LAURISILVA
(A Mª Cleofé Linares)
Como la laurisilva,
tus cabellos
-inquebrantable fronda-
invaden las montañas
y enredan el silencio
que entre tus labios tiembla;
atrapan el olvido
de una lágrima
perdida por los dioses
y hallada por el viento
en una esquina
del frágil universo
que has creado.
Como la laurisilva,
tus manos
van trenzando
las hebras de la vida,
y queda oculta,
en un sueño de verdes
transparencias,
la dolorida piel,
terrosa y seca.
Húmeda mariposa,
tu mirada
aletea y se vuelve,
acto seguido,
rubor de campanillas,
y una perla,
dormida en sus estambres,
va rodando,
transparente y serena
por tu falda.
Como la laurisilva,
enigmáticos besos
de tu boca
han posado colores
en las alas
de los pájaros vueltos
de la sombra.
Miguel Ángel G. Yanes
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104.
ENREDADA EN ESTRELLAS
(A Mª del Pino Cubas)
De las gemas oscuras de tus ojos
un destello lunar tiembla y escapa
hacia la levedad secreta de los astros.
El caudal azabache de tus cabellos flota
en delicadas hebras bajo un cósmico viento
que, inquieto, las enreda
en las brillantes puntas de la primera estrella.
Y así, tu cuerpo queda, ingrávido y celeste,
en la dulce armonía del mar de las esferas.
Miguel Ángel G. Yanes
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105.
MATER SECUNDA
(A Mª del Rosario Matos Abreu)
(A Rosario Matos Abreu, “Charo”)
Perdí a mi madre
Cuando apenas contaba trece años.
Un desconsuelo
Del que jamás se recupera el alma
De un hombre aún en ciernes.
Pero la vida quiso resarcirme
Y, contra todo pronóstico,
Una madre política
Vino a ocupar el puesto
Que había quedado vacante
Junto a mi corazón.
“Charo” me quiso,
- Puedo dar fe de ello-
No sólo como puede
Quererse a un simple yerno,
Al compañero, circunstancial o no,
De una de sus hijas.
Sentí su afecto pleno,
Su ternura de madre
Como si me hubiera gestado
También en sus entrañas
Y por ello la quise… y la cuidé
Con devoción y afecto
En sus últimos tiempos,
Como habría cuidado
A aquella otra que el destino
Me robó antes de tiempo.
Contra todo pronóstico también,
Resultó una lectora
Tenaz y empedernida.
Devoró con fruición,
Como si degustara
Dulce y madura fruta,
La ingente cantidad de libros
Que en nuestra casa habitan.
Cuando, ya enferma, le leía mis entradas
Antimonárquicas y anticlericales,
A ese amontonamiento de palabras
Cortantes, rotas, desportilladas,
En que se ha convertido el blog
Que con ahínco laboro diariamente,
Solía decirme con un algo
De orgullo y de temor:
- Algún día te veré en
las mazmorras.
Miguel Ángel G. Yanes
DONDE VAN LAS ESTRELLAS...
(A Mª Eugenia Alarcón Costa)
Una playa en el cielo se dibuja y la tarde
se arrastra por la arena dorada de las nubes
hasta el borde del mar que se oscurece,
difuminando formas dormidas en su seno.
Desnudas precipitan su cuerpo las estrellas,
y en las aguas nocturnas, mi mano transformada
en un alga oscilante, tímida y desinquieta,
se sonroja al tocar, mitad miedo y deseo,
las vértebras de luz que surcan sus espaldas,
sus pechos parpadeantes, sus cinturas azules;
y la sangre marina de mis venas, escapa,
se derrama alterando el fulgor de su brillo,
diluyendo sus besos en mi sueño ancestral
donde el mar sin orillas del espacio era el reino
donde sólo el silencio es capaz de reinar.
Miguel Ángel G. Yanes
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107.
LA INFANCIA ES LO QUE TIENE
(A Mª Isabel Sanfiel Cervós)
Cómo añoro las noches de la
infancia,
cuando el verano aún se
disfrutaba
en mitad de la calle y correteábamos
“libres como niños” compartiendo
una multitud de juegos
imposibles,
mientras que los mayores,
relajados,
sin el intruso aún en sus
hogares,
sacaban sus banquitos, sus sillas
y charlaban
de lo que hubiera acontecido
en la jornada:
el trabajo, la casa, los
amigos, los hijos…
Hoy nadie sabe qué le pasó al
vecino.
Mientras ellos hablaban de
problemas:
las deudas, las enfermedades,
lo fugaz de la vida,
la noche transcurría para
nosotros lenta,
lúdica, dulce, tierna, sobre
todo
si tu primer amor, ese amor de
la infancia,
ese secreto a voces que nadie
conocía,
te miraba de repente a los
ojos
y detenía el tiempo para ti,
con la mágica luz de su
sonrisa.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
108.
MUCHACHA DE OJOS CLAROS
(A Mª Jesús Lima)
Te encontré
naciendo ya el ocaso,
en un suspiro,
y amaneció de nuevo
en los postreros
confines de la tarde.
Estirando el silencio
de los labios,
entre le clamor
profundo de los ojos
se hizo eterna.
Y fue sobre mi piel
enardecida
que derramaste
tus mares y tu cielo,
y en tu espacio infinito
fui gaviota
y en tus aguas profundas
pez cautivo.
Miguel Ángel G. Yanes
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109.
VIGESIMOSÉPTIMA CADENCIA
(A Mª José García Suárez)
El viento anuda
el otoño en tu talle:
un lazo verde
sobre un tríptico
de rosas amarillas.
El año ha repetido
su paso por ti misma,
ha cuajado las nubes
deshechas que flotaban
como postrer recuerdo
de fúlgidos estíos.
Noviembre ha resbalado
sereno por tus manos,
y a tus pies, postergado,
repite quedamente
el eco de tu grito.
Veintisiete cadencias
vibran en tus oídos.
Adornan tu silencio
las otoñales flores
cuando tu cuerpo queda
dormido en los helechos,
y despierta en tus ojos
cerrados el fantasma
que, celoso, vigila
el mundo de los sueños.
Miguel Ángel G. Yanes
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110.
MAÑANA
(A Mª Luisa Mtnez. Solar)
Mañana, al retornar
de nuevo al desconsuelo
de las aves lejanas,
del color y del cielo,
a este claustro amarillo
de horizontes perpetuos,
la rutina será
más pesada que antes,
mas amarga, más gris,
reflejando tu ausencia
mi callada tristeza.
Mañana no hallaré
tu cómplice sonrisa
cuando algún pensamiento
vuelva a soplar la bruma
de los mundos ocultos
que en nuestros pechos crecen.
Mañana no hallaré
cariñosos reproches
de tus labios al verso
amargo y desgarrado
del hombre descontento.
Mañana no tendré
tu grata compañía
para escapar a ratos,
en un diálogo amable,
de mi cárcel de líneas
y números concretos.
Mañana no tendré
tampoco tu mirada
taladrando el misterio
de esos seres que llegan
prendidos a los sueños.
Mañana no estarás
(físicamente hablando)
sentada a mi derecha
como hace tantos años,
pero si que estarás,
amiga, compañera,
ocupando un espacio
vital en mi silencio.
Miguel Ángel G. Yanes
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111.
SACERDOTISA NOCTURNA...
(A Mª Nieves Aránzazu)
Morena y enigmática mujer
de ojos oscuros,
pitonisa sagrada de la noche;
la de la negra aljuba y la diadema
argenta y estrellada,
amante de los dioses excelsos
del ocaso.
Lumínica expresión tus manos,
tras la muerte del sol,
abiertas al conjuro.
Ébano y miel tu cuerpo, casi bruma
que entreteje mis sueños más profundos.
Grito el enigma intacto de tu nombre
y lloro,
más allá del dolor de tus ausencias,
cuando mi voz apaga el áureo
y sutil resplandor de tu leyenda.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
112.
CUANDO EL AGUA Y LA PIEDRA...
(A Mª Nieves Samblás)
El agua
-rumorosa cascada de impetuoso sueño-
comunica a los ojos su grácil movimiento
y éstos lo hacen saber a toda roca
que tiembla y distorsiona
la pétrea consistencia de sus bordes.
La piedra
-silencio en las esquinas-
recibe la mirada del agua y se estremece.
La sed de ser inmóvil, de ser quietud,
reposo, conduce todo cauce hasta la piedra.
También es sed aquélla: la sed de movimiento
que exaspera la sombra de la quietud eterna.
La sed de ser cristal -espejo inanimado-
y la sed de ser río o limo en la corriente
se besan y conjugan en la única sed
que tiende a lo perfecto.
Miguel Ángel G. Yanes
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113.
LABORANDO
(A Mª Paz Ballesta Muñoz)
Hilvanando distancias nos hallamos
el uno junto al otro en esta sala,
en este absurdo balneario donde
los largos hilos de la memoria flotan
y enredan nuestras almas que, agotadas
por las terribles batallas con los números,
se han lanzado de cabeza al frío,
a la heladas piscinas del pasado.
No es nada fácil de secar el alma.
Y el albornoz de la rutina pesa
tanto como la luz artificial clavando
sus agujas de sal en nuestros ojos.
Condenadas sin juicio las ventanas,
está prohibido el cielo en nuestro oficio,
pero un ruido de cárceles abiertas
deja entrar la esperanza e ilumina
con un rayo de sol tanta tristeza.
Una flecha incólume de plumas
atraviesa la luz, y la mañana
suavemente se rasga en dos mitades
de amistad, de labor y algún silencio
detenido en el borde de la esquina.
Miguel Ángel G. Yanes
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114.
EL SENDERO DEL SOL
(A Mª Reyes Morales Febles)
Desde el verde
rutilar de tus ojos
hasta la horizontalidad
perfecta se extendía
el sendero del sol.
Sobre la mar temblaba,
dorado y refulgente,
mientras la noche iba
-ya tus párpados bajos-
desmoronando formas,
devorando sus labios
los restos de la tarde.
Tu cuerpo se expandía.
Por entre las montañas,
las últimas gaviotas
volaban a sus nidos.
Afianzadas las sombras
en la orilla sin luna,
heridas se estremecen,
cuando al alzar de nuevo
los párpados, el brillo
sagrado de tus ojos
vuelca sobre la noche
todo el sueño del sol.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
115.
VERTIGINOSAS GIRAN
(A Mª Teresa Romo Pérez)
En la eterna verdad del Gran Silencio
nuestras almas de luz
vertiginosas giran
en un intento extremo por fundirse
en Su Profundo Pecho
donde estrellas
de infinitas galaxias parpadean.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
116.
ANALOGÍA
(A Mª Victoria Jorge Romero)
Siempre tuve
Más relación o afinidad
Con tu hermana Cristina
Que contigo. No en vano
A ambos nos unía
Una corta
Diferencia de edad.
Mientras nosotros,
Niños aún,
Vivíamos en el mundo
Mágico de los juegos,
Tú eras ya una joven
Que agitaba
A otro ritmo la vida:
Las amigas, los novios,
Los guateques...
Pero mira por dónde;
Después de años de ausencia,
Hoy que hemos pasado
Con creces esa línea
Ecuatorial que marca
El resto de la vida,
Tropezamos y vemos
Que existe entre nosotros
Tremenda analogía.
No en vano se aglutinan
Mil recuerdos
En mi memoria y giran
Contigo y con los días
En que la vida apenas
Nos mordía
Como hace hoy, la piel,
Con esa rabia inútil
Que llamamos edad.
Y sentados al borde
De la nostalgia alzamos,
Como una red de sueños
Y esperanzas,
Nuestras dolientes manos,
Dispuestas a atrapar
Las hebras con que tejen,
Ángeles transparentes,
La insobornable luz
Que nos envuelve.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
117.
DE TU LEJANO VUELO A LA ESPERANZA
(A Maca)
Las palomas
cuando vuelan muy alto
rozan el infinito
con la punta del ala.
Puedes ser la distancia
-morada del silencio-
cada vez más lejanas
las formas de tu cuerpo,
pero jamás la ausencia
porque una pluma tuya
entre mis manos tiembla.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
118.
SOY RESTO DE UN NAUFRAGIO
(A Maki)
Arribo a tus orillas
envuelto en una ola
de curva silenciosa.
Mi beso está en la arena
jugando a conocerte.
Mi cuerpo, tierra adentro
-madero entre tus dunas-
varado eternamente,
deja la sal y el agua
dormir en tus entrañas.
Soy resto de un naufragio.
Sólo tengo del mar
el sueño de mi abrazo.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
119.
EL MURO INFRANQUEABLE
(A Manolo Correa "El Gomero")
Los duendes,
que con polvo de estrellas te
salpican los ojos,
nocturnamente surcan,
llevándote consigo, espacios
siderales.
Te arrastran a otro mundo
perdido en la infinita
distancia de los sueños.
Allí es donde se halla
el muro infranqueable que tu
mano golpea;
colosal estructura
cuyo borde se pierde, lejano a
tu mirada,
en el mar de las nubes.
A ambos lados crece de tu
cuerpo y desgarra
la línea inaprensible de tu
propio horizonte.
Por eso me remito
a la única forma posible de
atacarlo:
Has de trepar por él,
has de subir a fuerza de
voluntad y orgullo
aunque dejes la piel de dedos
y rodillas
a la piedra adherida.
Has de arrancarle al muro
nocturno ese secreto que a tus
ojos esconde,
y entonces, el esfuerzo de tu
mente y tus músculos,
en la nueva vigilia inundada
de luz,
será recompensado.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
120.
EL PAJARILLO HERIDO
(A Manuel de los Reyes Peña Siverio)
Pájaro de ala herida,
saltarín de los charcos
sin un beso de nube.
Pájaro de ala roja,
triste luz mortecina
de sus redondos ojos.
Pájaro que no alcanza
el bancal de los trigos
cimbreantes al viento.
Pajarillo de trino
desgarrado y amargo:
lagrimal del estero.
Pajarillo enjaulado
sin barrotes ni espejos:
prisionero del barro.
Pajarillo de plumas
verde oscuras y sangre:
nostálgico del cielo.
Y la noble caricia
de una mano, de pena,
temblorosa e imprecisa.
Y el tímido quejido
de su pico al contacto
con la piel del humano.
Y la suave sonrisa
de doradas espigas
como labios intensos.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
121.
ÁRABES
(A Manuel Pérez Rdguez.)
Hoy tienen las
nubes
perfiles árabes:
narices aguileñas,
puntiagudos
mentones
y turbantes
que van del gris al
verde
y viceversa.
Apenas sopla el
viento
y se deshacen
con lentitud sus
rasgos
para crear corceles
que galopan
furiosos
por un desierto
de espumosas
arenas.
Aves de presa
vienen a ser más
tarde,
al rolar hacia el
sur
seco y caliente el
aire:
blancos halcones
de silenciosas
plumas.
Y vuelta a empezar:
rostros árabes,
caballos árabes,
aves de presa…
árabes.
En cielos andaluces
cetreros árabes
siguen cazando aún.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
122.
INSOBORNABLE ANHELO
(A Marcelo Abreu, in memoriam)
Dos razas se tocaron,
de pronto, en la distancia.
Su soledad, al contacto
cálido de la piel,
más allá del color,
de religión, de normas,
de inútiles fronteras,
se transformó en un roce,
una caricia, un beso…
y en un abrazo dulce
de cacao y naranja
destiló la nostalgia
húmeda y necesaria
para engendrar la forma
que nuestras almas cubre.
Así brotó, desnudo,
caliente, ensangrentado,
de maternas entrañas,
un diminuto cuerpo,
mitad viento y arena,
mitad isla, mitad
selva, río, cordillera,
mitad mar y también
mitad enredadera
trepando hacia los pechos
nítidos de la luz.
Así trajiste aquí,
sobre tu piel, un sueño,
una esperanza, un soplo,
insobornable anhelo
de un tierno mestizaje,
que ha de ser (tiempo al tiempo)
la única manera
de salvar este mundo
malherido y enfermo.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
123.
SE DETUVO UN INSTANTE
(A Margot...)
Abrazada al tronco de una palmera,
Con un disfraz sensual de hawaiana,
Enigmática, esbelta, llamativa:
Con una falda de fibras vegetales
Un collar de flores, una orquídea
en el pelo, unas cortas sandalias
que desnudaban tus cristalinos dedos,
Y los senos cubiertos por la casta
Cáscara de unos cocos, que latían
Acompasando el ritmo de la música.
Hipnotizado casi te observaba,
Y en la piel de tu cuello al fin notaste,
De mis ojos el tacto, la llamada
Que los tuyos buscaban. Te fue fácil.
Me encontraste sin más entre el gentío.
Al verme, sonreíste. Y fue entonces
Que el mundo se detuvo un instante.
La carroza frenó en su lenta marcha.
Las comparsas dejaron de tocar,
Cesó el ritmo frenético del baile.
Murgas y rondallas callaron al unísono
Y los confetis también se detuvieron
De repente en el aire. Sólo tú y yo seguíamos
Mirándonos de lejos, expectantes,
Como heridas falenas revoloteando
En el rayo de luz de la sonrisa.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
124.
LA LLEGADA DEL HIJO
(A Mari Mar, Paco Y...)
en vuestra carne,
al ser que ha despertado,
fruto de un amor
centuplicado,
del silencio total
en que moraba)
Os hago llegar,
a través de estos versos,
palabras de Gibrán
que mi pecho clavaron
cuando apenas
atinaba a saber lo que sería
la bendición de un hijo:
“Vosotros sois los guías,
de vuestra mano va
y a través de vosotros
ha llegado…”
Pero tened presente
que solamente somos
intermediarios, y ellos,
gotas de amor y luz
que en préstamo nos deja
sin condición Natura;
tal vez en un intento
de llenar nuestros pechos
con cristalinos dioses.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
125.
DESDE EL MAR
(A Marián Guerrero de Escalante)
Tus lánguidos cabellos
llamados por la lluvia de ayer
hasta la espuma,
se funden en un sueño
de tímidos corales
y frágiles estrellas de mar
donde se besan
todas las criaturas
que formaron tu cuerpo
desde siempre.
Van las gotas de agua
recorriéndote lentas
la piel que simboliza
el supremo peldaño de la vida,
y se filtran acaso
hasta encontrarte,
humedeciendo el barro
sagrado donde habitas.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
126.
DESCÁLZATE
(A Marina Hdez. Cabrera)
Cuando sientas que estallan
los días en la frente
marina de tus sueños
y en un mar tenebroso
se hundan tus deseos,
regresa a tu silencio,
descálzate y camina
despacio por el puente
colgante de la vida.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
127.
PRISIONERAS DE AZUL
(A Marinola)
Se aferra a las esquinas
la enredadera, trepa,
lenta, por la pared
azul hacia el origen
de los azules; puebla
de pentágonos verdes
su vertical silencio.
Una vez liberadas
de vegetales redes,
liban néctar de endrinos
las mariposas; besan
con sus espiritrompas
el alma de las flores.
Sin embargo,
aunque el alado cuerpo
de los insectos pueda
desgarrar las paredes
transparentes del aire
y atisbar el misterio
desgarrador del fruto,
seguirán siendo presas
de un futuro en azul,
aunque al desvanecerse
la luz, su vuelo cese.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
128.
CRÁNEO, PALOMA Y DUEÑO
(A Mario Rdguez. Martín)
En este cráneo antiguo
la soledad reviste su quietud
con plumas de paloma.
Suaves sobre la amarillenta
curvatura del hueso
traen el eco lejano
de un vuelo entre las nubes,
como consuelo acaso
para un cuerpo olvidado en esta esquina
mientras su dueño gira,
transparente y ligero,
bajo un mágico ritmo
de pinceles luchando contra la oscuridad
que cede y se derrama
salpicando de luz,
por fin, a los humildes.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
129.
LIBRE EN LA LUZ
(A Marta Artiles Estévez)
Flota libre en la luz,
mágica y leve,
la mariposa; tiende
a inviolables alturas
donde sueña,
con húmedos jardines,
un ente primordial
adormecido
en un lecho celeste
de blanquecina espuma.
Gira y asciende
vertiginosa; tiembla
de miedo y de placer,
roza el perfil
helado de la luna
y se filtra, veloz,
hacia una inmensidad
de fulgurantes flores
que ingrávidas palpitan.
Y cuando al fin se posa
en el cristal del borde,
para absorber la luz
de las corolas frágiles,
un temblor la sacude
al contemplar
apenas diluidos
en el néctar,
rasgos que, tiempo atrás,
de mariposas fueron.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
130.
JUNTO AL VIEJO COLUMPIO
(A Marta Brito Hdez.)
Herrumbriento, abandonado, roto,
El columpio tristemente amarrado
Por la vieja cadena me estremece,
Cuando el recuerdo agita su vaivén
De tiempos ya pasados, y la risa
Lejana de los niños se entremezcla
Con la piel de los nísperos. Y las flores
Inmensas de la hortensia desperezan
Con sus azules pétalos a la tarde
Que adormecida apenas se columpia
En la suave modorra del verano.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
131.
SE ME HIZO DE PRONTO UN NUDO EL CORAZÓN
(A Mary...)
Si no la conociera de antaño no sabría
a ciencia cierta si es hombre o mujer,
sombra o criatura de algún submundo
que de repente emerge.
Las facciones resecas por el sol
de la angustia y las drogas,
su cuerpo escuálido sin asomo aparente
de femeninas formas,
su caminar cansino,
la espalda ya encorvada,
el débil pecho hundido,
su pedigüeña mano.
¿Por qué infiernos terribles ha debido pasar
en estos años grises?
¿Cuánta soledad le habrá roto
los rincones del alma?
¿Y aquel hijo que tardíamente vino?
¿Y la luz que habitaba sus ojos?
¿Y su risa?
¿Y su dulzura?
¿Y el poeta que en sus labios vivía?
Cabizbaja, con voz casi inaudible,
pasó de mesa en mesa mostrando el cuenco
de sus delgados dedos. Su timidez helaba.
Sentí un escalofrío corriendo por mi espalda.
Un algo de ternura voló de su mirada
y en ese instante supe que me reconocía.
Tuvo la deferencia de corregir su rumbo
y evitar nuestra mesa para no herirnos ambos.
Una lágrima pugnó por no rodar
más allá de mis ojos, escudando el temblor
tras una empalizada de recuerdos y párpados.
Sentí el deseo de abrazarla con fuerza,
consolarla de no sé qué manera,
llenar su esquelética mano de billetes
aunque se convirtieran en polvo a su contacto,
pero ya estaba lejos, tan lejos,
tan sumamente lejos que mis brazos
jamás la alcanzarían.
No perdona la vida.
Miro hacia atrás y veo, con nitidez,
una joven vital, inquieta, soñadora,
pletórica de amor y de alegría
flotando casi en su esfera de luz.
Su mirada tenía un fulgor anhelante,
su voz un toque angélico
y un mágico destello su frente de cristal.
Quiero rendir aquí, en esta nebulosa
de sediento papel, un pequeño homenaje
a la tierna amistad que entre nosotros hubo.
No sé si aún leerá, pero aunque así no fuera,
puede que alguien le recite algún día
este par de poemas.
No le pido una lágrima, tampoco esa sonrisa
que se borró en su rostro. Sólo quiero que sienta
ese latido, ese pálpito intenso de saber
que escribió estos poemas en un tiempo
vagamente lejano, y hoy se asoman
a los ojos de otros que tal vez necesiten
estas viejas antorchas en sus manos:
*
"Sigo escuchando a los guanches
aunque parezca locura
hijos del Teide gigante
pletóricos de hermosura
silbando por los barrancos
un canto a la nueva luna."
Mary
21-09-79
*
"Con la impotencia de un grito
atrapado en la garganta
trato de pedirle al viento
que traiga paz a mi alma.
¡Que cese esta tempestad
Y despierte la bonanza!
¡Que el mar y la luz me traigan
margaritas de esperanza".
Mary
12-01-80
*
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
132.
EN LA SENDA
(A Mauro Pérez Sánchez)
Gustan los lagartos
de atravesar los huecos
circulares
para llegar al vientre
profundo de la piedra.
El martillo neumático que
taladró su cuerpo
yace herrumbriento y roto
detrás de los cardones.
Los lagartos recuerdan, cuando
posan al sol,
la estridente batalla de la
roca y el hierro.
Un grupo de gigantes está
petrificado
sobre las altas cumbres del
norte de la Isla.
Como una piedra alada,
desciende de las nubes
un pajarillo, aún neófito en
el vuelo.
Una rata de monte, en
cuclillas se esmera
en roer unos granos de probada
dureza.
El caminante pasa con
lentitud, observa,
y al alejarse,
una sonrisa tenue sobre las
jaras deja.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
133.
QUIÉN
(A Mauro Sánchez Henríquez)
El silencioso ser de la colina
con la forma del viento en sus anhelos
y jirones de piel -corteza herida-
es el árbol sagrado al que me fundo
cuando rompo mi cuerpo y me echo fuera.
¡Di!
¿Quién te puso en los ojos tal escena?
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
134.
AL ALBA...
(A Mercedes Pérez Rdguez.)
Laberíntico juego
en húmedo colchón
de arena negra.
Sus huellas.
Silencio.
La alborada,
celosa,
te dibujó su encanto
orillando de espuma
tus pies inquisidores.
¿Cual sería
su última pisada
antes de alzar el vuelo?
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
135.
HOY HAN VUELTO OTRA VEZ
(A mi abuelo paterno "Paíto")
un inmenso temor
de los gatos en celo.
Como cuchilladas,
sus terribles maullidos
desgarraban la noche,
rozando con sus filos
el borde de mis sábanas.
Llanto estéril de niños
huérfanos de caricias.
Lúgubres lamentos
de desesperación;
pánico, frío, viento,
todo menos amor,
todo menos placer,
todo menos la sensación
lejana de caricias.
Luego marchaban
hacia mundos distantes
al rectángulo mágico
de la ventana.
Los veía pasar,
aterrado y ansioso,
tras la transparente
frialdad del cristal.
Subían, fieros,
con los ojos brillantes,
en hileras largas,
maullando sin cesar,
para perderse
detrás de las estrellas.
Hoy han vuelto otra vez.
Tras la cortina roja,
más allá de la negra cancela,
más allá de los cirios,
de la cruz y el cadáver,
sus cuerpos se agitaban.
Sus ojillos redondos
taladraban
el oscuro misterio
de la vida y la muerte.
Dos ángeles rondaban
el féretro, subiendo
lentamente y bajando
junto a sus laterales;
esperando que el ser,
sin temor a los gatos,
decidiera soltarse
de la carne y volar
libre al fin a los cielos
de la inmortalidad.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
136.
DESPUÉS DE TANTOS AÑOS
(A Micaela, mi bisabuela paterna)
Las nieblas de mi infancia recubren tu figura:
alta, delgada, luminiscente casi,
cruzando el amplio patio poblado de alhelíes
y frondosos helechos que se agitan
cuando sienten el beso reparador del agua.
El golpeteo rítmico del almirez alcanza
hasta mi boca el dulce sabor de las almendras.
Recuerdo bien el gris de tu cabello, siempre
recogido en la nuca,
y tu mano delgada tirando de mis pies
que a diario quedaban
clavados en la puerta de la pastelería.
Cedías al fin a mi empeño y entrabas
para comprarme un dulce
que llenaba mi boca y vaciaba
tu exiguo monedero.
Una tarde de minúsculas nubes,
hacia el dios luminoso de los cielos me alzaste,
y nadando en la luz
flote sobre tus manos que estuvieron
a punto de perderme
cuando brotó de mi garganta un grito
para pintar de asombro las líneas de tu rostro.
No soy consciente aún,
después de tantos años de soledad y olvido,
de cual fue la palabra que pronuncié; tal vez
vestigio de un pasado que tú reconociste.
Con tu invisible túnica, sacerdotisa
de una raza olvidada,
buscando una señal,
inspeccionaste ansiosa el cielo de mi boca.
Profetizaste, sin fuente y bajo el sol
ardiente del verano,
que mi destino estaba
ligado a un sacerdocio remoto, y los arcanos
brillaron en tu rostro destilando
una lágrima antigua en tu mejilla.
Cuando vino la plaga
roja de la langosta
a devorar el verde y ocultarnos
con sus aladas sombras
la luminosidad,
fue la primera vez que entre tus dedos
contemplé el crucifijo
en que un Cristo de bronce refulgía
por criaturas celestes custodiado.
Luego, siempre lo vi
clavado sobre un mar de lámparas de aceite
y palpé, en alguna ocasión,
con un escalofrío,
una red invisible de misterios
flotando en el sagrado silencio de tu cuarto.
Llegó a mis manos en el dolor de un sueño;
transparente y ligera
me lo ofreciste tú.
Hoy duerme en una rosa compartida, en un sueño
constelado de estrellas y negros azabaches.
Después de tantos años
sigue viva tu imagen
en esta bruma tenue que se posa en mis ojos.
Tus últimos momentos:
el llanto derramado por cuartos y pasillo,
mi angustia temblorosa
pugnando por zafarse del nudo en la garganta,
y tu mano aferrando mis diminutos dedos
que hoy no señalaban golosinas, tan sólo
una mariposilla
delicada y minúscula que te sobrevolaba.
Y tu postrer mirada,
profunda y amorosa,
despidiendo serena la inquietud de la mía.
Así te fuiste, etérea,
en un fugaz instante al apretar mi mano,
y un murmullo de asombro
rompió la frágil luna de nuestro amor, poblando
de incontenibles lágrimas
y múltiples destellos
la magia inmemorial del último secreto.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
137.
COMPAÑERO DE JUEGOS
(A mi hermana Lala)
Invisible te ronda
aún, desde la infancia,
un ángel cristalino
que la luz desvanece
sobre tus párpados
cuando tiembla el latido
primero de la aurora.
Sin embargo recuerdo
que de niña lograbas
descubrirlo en el juego,
tal vez porque a esa edad
los ojos todavía
mantienen el fulgor
divino, y un resquicio
de luz te permitía
contemplar un instante
las facciones etéreas
de tu ángel guardián.
¡Ah!... Y lo llamabas… Ángeles.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
138.
YACE UNA ROSA
(A mi hermano Braulio)
Yace una rosa huérfana en tus manos.
Sus pétalos son sueños que le prestó la vida,
sus hojas son suspiros de amores sin sentido;
recuerdos sus espinas
cuando al acariciarlas se clavan en tus palmas
y no sientes el flujo rojizo de la herida
que, lento, busca el cauce de tus dedos e inunda
los temblorosos pétalos,
desgarrando el contacto su profundo secreto
desde el Principio envuelto
en un largo silencio de vegetales velos.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
139.
LA ARAUCARIA
(A mi hermano Palmiro)
La gran araucaria,
que en nuestra infancia,
al desgarrar la tarde con su aguzada lanza,
revestía de plumas
aquel sueño invernal de tantas almas
con su disfraz de niño,
yace herida de muerte,
con su pie y sus cien brazos
desgajados del resto vegetal de su cuerpo.
Por su marchita frente,
una fila de hormigas, interminable pasa,
y un último suspiro,
sonoro de madera,
agitará un recuerdo
dormido en los anillos concéntricos del pecho,
al tiempo que la sombra
difusa de unas alas
nos roce el invisible perfil de la esperanza.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
140.
DESPEDIDA
(A mi madre)
Para decirte adiós
inundaron mis lágrimas
tu cadáver
y un beso
en la amarilla frente
que dejaron
descubierta los pétalos,
ha querido alcanzarte
inútilmente.
Menos tú,
todo ha quedado aquí.
Tu cuerpo,
los pétalos,
mi beso,
jamás podrán llegar
a donde a ti
te ha empujado la brisa
del regreso.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
141.
DEL POEMA PRIMERO DE LA INFANCIA
(A mi padre)
******************
142.
ROTUNDO AMANECER
(A mi sobrina Cathaysa)
******************
143.
EL RESPIRO DE LA CIUDAD
(A mi sobrina Pili)
Nebulosa, flotante,
adormilada,
una ciudad sobre la
mar palpita,
descansa al borde
mismo del amanecer
del nocturno
ajetreo de sus bares.
A medida que la
mañana avanza,
con la matutina
impotencia del vampiro,
los filamentos de las
bombillas ceden
y ocultan sus puntiagudos
colmillos
ante el empuje de
la luz natural.
Los clientes se
esfuman uno a uno,
como si se apagaran
también,
dejando tras de si un
eco de pisadas
en la vaporosa
estela del alcohol.
La ciudad se estira
levemente,
se despereza con
sigilo, crujen
puentes, paredes, soportales
y el humo
adormecido vuelve
a elevar al cielo
sus penachos.
Apenas ha gozado de
un respiro,
de un minúsculo
lapsus, la ciudad:
el espacio de
tiempo comprendido
entre el chasquido
de dos interruptores.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
144.
SIGUE VIVA EN LA LUZ
(A mi sobrina Sara, in memoriam)
¿Saben?
No había visto nunca
Un ángel del Señor,
Pero,
Cuando Sara enfermó
Lo descubrí en la paz
Profunda de sus ojos,
En su nítida miel,
En la intensidad crucial
De su mirada,
En su fulgor sagrado,
En sus alados bosques
De pestañas,
Jugando al escondite
Tras la humedad salobre
De la orilla,
Atisbando curioso
Mil universos mágicos,
Para nosotros
Vedados todavía.
Hoy
Nos puede la tristeza.
Lo sé.
Y un dolor infinito,
Como una helada lanza
Que atravesara
De lado a lado el pecho.
También lo sé.
Pero ha de servirnos
Como consuelo un hecho:
La bendición
De haber podido
Convivir con un ángel,
Y que, aunque ahora,
Desprendido
Del frágil cuerpo
Donde hasta ayer moraba,
Reclamado por Dios
Para seguir tocando
Humanos corazones
En éste u otros
Universos mágicos,
Seguirá para siempre
Con nosotros:
En el tacto del aire,
En la voz de las hojas,
En la piel de los árboles,
En el canto de un pájaro,
En el son de las fuentes,
En la arena y el mar,
En la lluvia y la nieve,
En fugaces estrellas,
En el brillo lunar...
Pero sobre todo
En la insonora paz
Donde el recuerdo agita
Sus luminosos rayos.
Porque el silencio es luz también y alumbra
Las profundas cavidades del alma.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
145.
A LA ORILLA DEL MAR
(A Miguel Ángel Guerrero)
Una boca
metálica persigue
Nuestros pasos
con ruido de cadenas.
A medida que
avanza devorando
El antiguo
sendero del cementerio:
Mirador de
muertos que se asoman,
Sin vértigo ya
al encrespado Atlántico,
Entre
chirridos de herrumbre intenta darnos
Una fugaz y
hambrienta dentellada.
Escapamos de
su ruidosa furia
Acelerando el
paso, rumbo al mar:
Invisible aún
a nuestros ojos,
Audible apenas
su lejana resaca,
Oloroso ya de
tan cercano,
Nítido en la
esperanza de su tacto.
Apareció de
pronto revestido
Por un verdor
profundo de frutales,
De aguacates y
mangos columpiándose
En los rayos
del sol con indolencia,
De palmeras
canarias agitando
Sus rotundas y
hermosas cabelleras.
Fúlgido
monstruo acuoso, coronado
Por las
mágicas crestas de la espuma.
Negra y silenciosa,
tensa, la playa,
Con brillantes
cayados a la espera
Del embate
marino, para rodar,
Entrechocar y
componer poemas,
Húmedos,
rumorosos poemas,
En la sagrada
desnudez de su piel.
Hay un jardín
de apenas cuatro palmos
Con trozos de
cristal y de silencio,
Y un papayero que
hunde con ahínco
Sus frágiles raíces
en el vientre
Cálido y
refulgente de la arena.
Nos
desconcierta su salobre ambición.
Pequeños, tersos,
rutilantes pechos
De virginales nereidas
que han traído
Desde las simas
profundas del océano
Todo su amor y
todos sus secretos,
Son las tenues
papayas que le cuelgan
Bajo la
delicadas sombrillas de sus hojas.
Por más que lo
miramos no entendemos
Demasiado bien
cómo subsiste.
A fe que son
marinos sus rutilantes frutos;
Acaso sean
salobres y en si tengan
Milagrosos
remedios naturales,
Componentes
extraños que permitan
Acabar con mil
males que la ciencia
Ni siquiera ha
podido comprender.
Ajeno por
completo a las nereidas
Y a sus
hermosos senos, el ancestral
Espíritu que
el papayero habita,
Con vegetal
resignación contempla
Cómo la larga
lengua del barranco lame
La sal que la
marea abandonó en la orilla.
Entre unos rotos muros se cobija
Blanco y azul,
el sueño de una barca.
Un pequeño edificio
alquila tiempo
Y un solitario
mástil sin bandera,
Fiel vigía de
tiempos ya pasados,
Corona la
soledad y la ruina…
Allá arriba,
en El Semáforo.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
146.
SE HA QUEBRADO LA LUZ ANTE MIS OJOS
(A Miguel Hdez. Armas, in memoriam)
La severa noticia de tu muerte
ha desarbolado esta mañana
de jirones azules y hasta el canto
rotundo de los pájaros
ha dejado escapar una tristeza
que flota, casi gris, en el terrible
silencio de un espejo
donde al mirar, con húmedo sigilo,
he sorprendido tu rostro en vez del mío.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
147.
LA ISLA DEL CANGREJO
(A Montserrat Ortí)
A la luz de la luna,
gris-plata de tus manos,
el lago ha resurgido
como argentino sueño
y de sus aguas calmas,
la Isla del Cangrejo
volvió a la superficie
de verde engalanada:
Sus dos colinas blancas,
el río azul marino,
los valles de su vientre,
las perlas de la orilla,
la orquídea de su pecho,
y en su temblor el suave
perfume de las lilas.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
148.
CÓMO REVERBERABA EL CIELO AZUL
(A Natalia Patiño, in memoriam)
No tuve la ocasión de
conocerte en vida,
Sólo pude compartir el dolor,
El profundo dolor de tu
familia,
De tus amigos, compañeros,
vecinos…
Durante unos minutos, acaso
interminables,
Y el roto corazón de tu padre,
Al que ni siquiera me atreví a
consolar.
Las palabras, a veces,
No alcanzan ese borde,
Ese brocal del pozo
De los labios, y caen
Pesadamente,
Y te arrastran con ellas
A las profundas,
Soledades del alma,
Para acabar temblando
De frío en un rincón.
Sólo pude
Situarme a tus pies,
Y en el ángulo exacto,
Elevar la sencilla
Oración que el Maestro,
El último avatar
De la Divinidad,
No legó en un intento
De hacernos comprender
Lo incomprensible.
¿Sabes?
Cuando todos lloraban contemplé
Cómo reverberaba el cielo azul,
Cómo el calor del fuego
consumía
La soledad, el dolor, tanta
tristeza.
Cerré los ojos con fuerza y
entendí,
Que liberada al fin de tus
angustias,
Con la transparencia de un
ángel, ascendías
Diáfana y pura hacia la
inmensidad
Como parte integrante de la
luz.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
149.
NOCTURNIDAD
(A Nena)
Algarabía nocturna
de las olas,
y en la húmeda arena,
sigilosos,
tus pasos y los míos
en busca de la mar.
Sin luna,
sin estrellas,
sin vértices,
sólo la oscuridad
compartida y el verso
que escriben nuestros labios.
Caricia de la brisa
tus cabellos al vuelo
sobre mi rostro y fronda
de idílicos corales
tus brazos en mi pecho.
Hienden el manto helado
nuestros cuerpos, envueltos
en un rumor salobre
de efervescente espuma.
Roza tu piel la ausencia
de ondinas anhelantes,
y el suave escalofrío
del mar nos estremece
cuando cierra el abrazo
de aquel amor que huye,
enigmáticamente,
al fondo de las aguas.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
150.
EL AROMA DE INVIERNOS YA OLVIDADOS
(A Nicolás Gª Bethencourt)
Se va a desplomar
el cielo
en gotas infinitas.
La voz
arrastra por los valles
las antiguas leyendas
de todos los inviernos.
Murmuran las montañas
secretas letanías
de alturas inviolables.
Los halcones regresan
del vuelo matutino;
cruzan como saetas
y dejan en el aire
la forma del graznido.
La luz se está agrietando
y un insaciable gris
devora sus heridas.
Un temblor expectante
sacude a los paraguas
y a los impermeables
desinflados e inmóviles
en armarios oscuros,
soportando el exilio
de secas estaciones.
Los cristales repican
como locas campanas,
y en el alféizar llora
de amor una amapola.
Las paredes desnudas,
rezumando nostalgia,
no se expresan, no vibran,
sólo callan con fuerza
aspirando el aroma
de inviernos ya olvidados.
Cuatro leños de pino
crepitan somnolientos.
El bosque se ha dormido
ahora para siempre.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
151.
AL BORDE MISMO DE LA LIBERTAD
(A Nino Bravo)
Con la mano crispada en el alambre,
hundidas en la carne las metálicas púas,
desoye la llamada del soldado que apunta
al centro de la blanca estrella de su espalda.
Invisible a los ojos tristes del centinela,
una rosa de sangre va extendiéndose, lenta,
sobre su piel y empapa la luz de la camisa.
Fuera del muro cae. Blando e inerte yace
sobre la superficie oscura del asfalto.
Entre sus labios tiembla una sonrisa tenue
que una lágrima inunda...
Libre al fin.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
152.
LAS LUCIÉRNAGAS
(A Nuria Delgado, in memoriam)
Las luciérnagas vuelan entre aves nocturnas,
y se asustan (las aves) de su claro destello.
Las luciérnagas crecen, y se expande su brillo
cuanto más negras
las alas que se extienden sobre la noche bruna.
Las luciérnagas suben hasta el cielo y lo rasgan,
convirtiendo en estrellas rutilantes sus cuerpos.
Allí quedan dispuestas en figuras complejas,
mientras las aves giran sus ojos hacia ellas,
no repuestas aún de la audacia terrible
del insecto minúsculo.
Miguel Ángel G. Yanes
153.
MACHU PICCHU
(A Olga Manzano y Manuel Picón)
"Viento de piedra"
Un súbito murmullo
del viento que dormía
bajo el musgo y los años,
sopla sobre mi cuerpo
secretos escondidos
a la luz de la luna
remota del recuerdo.
Hacia el Huayna, mis pasos,
lentos, ascienden
los ocultos peldaños.
En la cúspide pétrea,
el vuelo de las águilas
se enreda con mi grito.
Miguel Ángel G. Yanes
EL CAUCE
(A Orlando Cova)
Por el
profundo cauce
Del barranco
Te va
empujando el sol,
Quemándote
La espalda y
las entrañas
Con su
infierno
De luz casi
divina.
Con un saco de
sueños
Sobre el
hombro,
Y el aroma
intenso
Del brezal
Hecho sed en la
piel
Y en las
grietas
De los resecos
labios,
Ensimismado
bajas
De la cumbre
Con un ritmo cansino
Ya en los pasos
Y la
enigmática paz
De la sonrisa
Del buscador
que halló
Quién sabe qué
En la lejana
bruma
De aquel mar.
Tu garganta,
Con un dolor
que raspa
La esperanza,
Recitando
bajito,
Va creando
Versos de luz
y sal:
Casi inaudibles
Murmullos para
el alma.
Arden tus pies
Desnudos al
contacto
Abrasador
Del lecho del barranco,
En ese tramo
De roca hirviente:
fragua
Donde un
martillo
Invisible
golpea
Con la furia
Terrible de
mil rayos.
Pero ahora
No te puedes
parar,
Y se te ocurre
Que la vida es
también
El cauce
Profundo de un
barranco,
Por el que
Inexorable
fluye
Nuestro
espíritu,
Y nos va transformando…
Unas veces
En piedras o
guijarros,
En granos
Diminutos de
arena,
O en gotas
Del tumultuoso
caudal
Que arrastra
Horas, días,
semanas,
Meses, años…
De enloquecidas
aguas
Que al final,
Buscándose a
si mismas
Se funden
(Sin darse
cuenta apenas)
Con la espuma
salobre
De las olas,
En el abrazo frío
De otro mar
Siempre azul
en la luz
De la
distancia.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
155.
DOLOROSAS HERIDAS
(A Pablo Milanés)
Tu voz
dulce y rotunda
abrió y cerró en mi pecho
dolorosas heridas:
La de Santiago,
abierta,
con sus negros bordes
de impotencia y espanto,
cráter sangrante
derramando su magma
de rabia incontenida
hacia un mar de tristeza.
La de Yolanda,
tierna y sensual,
cerrada
por el roce del labio,
late al ritmo
del corazón y esconde
un secreto de amor:
la lejanía
de un cuerpo de mujer
evanescente.
Entre ambas queda un eco
de luz y de dolor
que me acompaña,
repitiendo insistente
las estrofas
que tu boca arrancó
desde el crisol
fulgurante y eterno
de tu alma.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
156.
NIDO DE ALGAS
(A Paco y Laly)
Sobre el vértice rojo de la
piedra
la luna espera el momento
crucial.
La enigmática sombra
de una serpiente aérea
por las montañas repta;
atraviesa las nubes
rotas de la mañana
su metálica dueña.
Aunando nuestras fuerzas
hemos hecho un gran nido
de abandonadas algas,
con la tenue esperanza
de un ave submarina
que, aún desconocida,
ascienda a visitarnos.
Fulgen sobre la arena
minúsculos destellos
de soles extraviados,
diminutos cristales
de tiempo sideral.
La desnudez salina de la mar,
desvestida de espuma se
estremece:
dos sirenas arrastran,
sigilosas, el nido,
hacia lo más remoto
de las profundas aguas.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
157.
MIENTRAS QUEDE ALGÚN HIJO
(A Paco Morera)
Desde esta tierra herida,
nostálgica y amarga,
que oigo llorar a veces
cuando sus hijos quedan
lejanos a las verdes
estrellas de su pecho,
desde la roca altiva
de nuestra raza guanche,
sobre el mar de la historia
victoriosa leyenda
que se yergue inmortal
entre páginas muertas,
desde esta madre triste
de azufre y lava eterna,
con su lágrima blanca
y la esperanza puesta
en la paz y el regreso
de los hijos distantes,
quiero gritar mil nombres
para que un eco tiemble
sobre la luz, y un verso
solitario le roce
su desgarrada piel,
y borrarle la herida
con un trozo de sueño.
Aunque tan sólo un hombre
habitara sus grietas,
hallaría en el pozo
profundo de sus ojos
el mágico reflejo
de todos los ausentes.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
158.
PORQUE SU VOZ ES VIENTO
(A Paquita Glez. Olivares)
Nadie podrá jamás
acallar al poeta,
aunque corten sus manos,
aunque sellen su boca,
porque su voz es eco,
porque su voz es viento,
porque, querida amiga,
sus versos son el sueño
de los que no pudieron
encontrar al poeta
que duerme en un rincón
al fondo de sus pechos.
Miguel Ángel G. Yanes
*****************
159.
LA SEGUNDA LLUVIA
(A Patricia Ferreira Costa)
Cuando el viento agita
las hojas aún cargadas
de incontenibles gotas,
cae de nuevo la lluvia.
Más tenue que al principio
pero igualmente fría
para mojar tan sólo
a los que habitan bajo
su adormecida sombra.
Como una luz sedienta
de líquidos cristales,
sobre la piel salpican
su silencioso tempo.
Y el ébano brillante
de tu rostro se perla
para arrastrar la sal
que en tus ojos dejó
ese amargo fulgor
de la tristeza.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
160.
LA NIEBLA ES UN ESPEJO
(A Pedro García Cabrera)
Viaja la luna
entre violetas tenues
que engalanan
un silencio poblado
de pompas de jabón.
Un delfín las persigue
salpicando en sus saltos
la aurora
de nubes espumosas.
Casi inaudible
está crujiendo
la piel de la mañana.
La niebla
diurna es un espejo
donde la luz repite
la intensidad de un sueño.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
161.
LA ESTRELLA DE LAS CUMBRES
(A Pepe Bastarrica)
Esa estrella que ronda
en altas crestas
de lava adormecida
me despierta las noches
en silencio,
posando su quietud,
lejana, semi-eterna,
en la línea cansada
de mis ojos.
Desempolva fantasmas,
roba el tiempo
falaz que me encadena
y le presta al espíritu
mil alas de luz
que se derraman
abiertas sobre el sueño.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
162.
PESCADORES DE ESTRELLAS
(A José Ramón Ballesteros "Pepín")
Pescar sueños y estrellas en la orilla
nocturna entretejía
los perfiles del alba y nos dejaba
atónitos, con las manos vacías
y los ojos cuajados de luminosidad.
Sobre las frías rocas, y entre el humo
Casi helado también de los cigarros,
Aparejos de pesca abandonados,
Telescópicas cañas que apuntaban
A un profundo océano de estrellas.
Y en la sal de los labios, mil preguntas,
Absurdas algunas y no tanto,
Tiritaban de frío en un intento
Por atrapar estrellas que encajaran
En el divino molde de las almas.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
163.
LAS PALMERAS EN FLOR
(A Pilar Durán)
Asemejan,
las palmeras en flor,
un castillo diurno
de fuegos de artificio.
Desde su copa escapan
suspiros contenidos
y, dorados, estallan
adornando la tarde
que vacila
en el vértice rosa.
Apenas hacen ruido
sus mágicos destellos.
Y aves atrevidas,
como loros y mirlos,
atraviesan incluso
las luminosas formas.
Sólo que, mientras vuelan,
también chisporrotean
las puntas de sus alas.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
164.
SOLITARIA PALOMA DE LA TARDE
(A Pilar Lojendio Crosa)
Rasgan sus alas la llovizna suave
en un vuelo fugaz hacia Occidente.
A contraluz,
el albo de su cuerpo,
convertido en estrella,
se difumina lento
bajo un toldo grisáceo.
La calle está desierta.
Las aceras olvidan.
Crujen bajo el asfalto
las últimas raíces.
Mil gotas de cristal,
sobre la verde trama
de escasos flamboyanes,
rutilan incesantes.
Un arrullo lejano
incide quedamente en las estatuas.
Grave canto, angustia temblorosa
que traspasa los tímpanos y deja,
profundo en mis entrañas,
el lamento distante.
Su mirada y la mía
veloces se entrecruzan
a través de las gotas,
suspendidas acaso
en la neblina azul.
Una pluma zigzagueante baja
al minúsculo río de la calle.
Resbala entre mis dedos
la húmeda fragancia
de una azucena herida.
La tarde está más triste
aún, cuando el silencio
se posa en sus esquinas.
Alguien perdió una lágrima en mi rostro.
Miguel Ángel G. Yanes
165.
POR LA ESPUMA CELESTE
(A Pino Blanco Jardín)
Se me presta tu nombre a que lo diga:
Pino Blanco
refulge en el Jardín
de Hespérides y eleva
hacia el sereno azul
sus amorosos versos.
Emocionada tiembla
la aurora en la querencia
sedienta de tu voz.
Y en el pálpito suave
de la ausencia persigues
las huellas de sus pies.
Por la espuma celeste
van descalzos
tus poemas de luz.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
166.
SU CORAZÓN MINÚSCULO
(A quien habita un sueño)
Hoy he visto latir,
con suave intermitencia,
la estrella de su pecho.
Apenas
un ligero temblor
en las secretas
galaxias
de la madre;
un punto destellante
en el inmenso mar
de nuestros sueños,
convirtiendo
el silencio de la espera
en letanía
de rítmicos impulsos.
Hoy he visto brillar,
en un alarde técnico,
su corazón minúsculo.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
167.
CANTOR QUE AMA GUITARRAS
(A Rafael Amor)
Cruje tu canto
tallado en las entrañas
y brota tu voz
dispuesta siempre
al grito libertario.
Corren tus dedos
-funámbulos extraños-
sobre el acero
de cuerdas consentidas,
detrás de las furtivas
mariposas que escapan
desde la embelesada
madera de su alma.
Entre tus brazos, cantor,
caricia tras caricia,
vibra su textura sutil,
mansamente, feliz,
-guitarra enamorada-
y al calor de tu pecho
deja escapar mimosa
ese plañir
de amada satisfecha,
y en tierno abrazo
formáis un solo cuerpo
para engendrar un hijo
de amor, garganta y cuerda.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
168.
ROTO Y VENCIDO EL DÍA
(A Rafael Arozarena)
La sangre sin fin de las amapolas,
el amargo sudor de las ortigas,
la dolorida tierra, su cansancio,
el fragor de los lirios combatiendo
con espadas de luz en la maleza,
el tembloroso labio del helecho
ante el cariz final de la batalla,
y en su pasión, las zarzas
coronando la tarde con espinas
ante la rendición total
de un ejército azul de girasoles.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
169.
LA DIMINUTA FLOR
A pesar de que la edad
jugaba en nuestra contra
y de que yo vivía,
en aquellos años
lejanos de la infancia,
postrado en una cama,
fuiste tú el primer niño
que se acercó curioso
a aquella soledad
de mi ventana y puso
de repente en mis manos,
como preludio
de una nueva amistad,
esa flor diminuta
que mis ojos aún ven
y mi memoria siente.
Miguel Ángel G. Yanes
170.
HOMBRE CIVILIZADO=CODICIA SALVAJE
(A Raoni, caudillo amazónico)
De infernales monstruos
de metal la selva
se puebla y rugidos
terribles desgarran
su sueño ancestral.
Herida de muerte
por metálicas fauces
se desvanece, cede
ante el furiosos empuje
de los hombres-tristeza.
Crujen, desnudos, rotos,
los guardianes del mundo;
sus largos cuerpos caen
desde alturas sagradas
al profano temblor
del mar de la hojarasca.
Un rayo de sol clava
su luz en las heridas
abiertas de la tierra.
Huye la vida. Gritan
múltiples criaturas
en un desesperado
intento por romper
un destino implacable.
Las máquinas ahogan
los quejidos agónicos
con sus chirriantes voces.
Sólo alguien calla; observa
desde el borde del mundo
la codicia salvaje
devorando el futuro,
mientras cruza un relámpago
la oscuridad del rostro
para hacerle gritar:
¡No le arranquéis la piel!
Si la arrancáis, ¿cómo respirará?
Miguel Ángel G. Yanes
******************
171.
AL DORSO
(A Roberto Toledo Palliser)
Cuando quieras hallarme
búscame al dorso
que siempre estaré allí;
fuera del libro acaso
pero formando parte.
Cuando estés triste y solo,
harto de la rutina,
de las luces y el ruido,
de la prisa y la fría
soledad de los bares,
busca al dorso mi casa
pintada en la colina.
Cuando quieras abrir
tu caja de "locuras"
sin que nadie se espante
y mezclar tus fantasmas
en sueños similares,
busca el camino al dorso
que lleva hasta mi estancia.
Cuando sientas deseos
de un abrazo de amigo
que consuele tus penas,
al dorso de la tarde
no toques a mi puerta;
empújala...
está abierta.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
172.
NUNCA TE IRÁS AUNQUE TU CUERPO PARTA
(A Rosa Hdez. Noguera)
Yo no me voy…me quedo
en tu mirada extensa
como un cielo
nocturno en la bonanza,
en la suave sonrisa
casi triste
de tus labios concisos,
en tus manos abiertas
-tiernas palomas
de tiempo y de silencio-
en tu frente, en tu pelo
y en las costas inquietas
de tu cuerpo,
herido por la espuma
en el beso marino
del recuerdo.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
173.
EL SUEÑO Y LA PALABRA
(A Rosi Bethencourt)
Así,
como si hubiera
pedazos de cristal
que el sol calienta
entre mis labios, dejo
en tus manos un sueño:
mil destellos fugaces
que alimenten, de imágenes,
un fuego inagotable;
y es que quiero,
convertida en palabra
la emoción de su esencia,
regalarlo a los hombres
con el fin de que puedan
con mis propias ausencias
atreverse a soñar.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
174.
EN EL TEMBLOR DEL AIRE
(A Rosi Hdez. Bethencourt)
Llegaste aquí traída por el viento del cosmos
para habitar un cuerpo que los amantes dieron.
Te llenaste de azul y de piel nacarada
para sentir el tacto doliente de la vida.
Y lloraste, y sonreíste, y amaste,
y, al pronto, tornaste a lo intangible
acudiendo a la voz que te llamaba
desde el sueño profundo de los cuerpos.
Pero aún cuando ahora mis ojos no distinguen
las conocidas formas de tu anterior silueta,
sé que habitas en el temblor del aire,
en el rayo de luz, en las estrellas,
en las gotas de lluvia que resbalan
por la piel de los árboles.
Y en el silencio azul te reconozco
cuando el cielo y la mar se desvanecen.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
Se retorcía de dolor,
herido de muerte,
expulsando
por cada poro
de su cuerpo
hasta la última gota
de furia,
de valor,
de rebeldía.
Sus ojos,
envueltos ya
en la vidriosa niebla,
se aferraban
a un hálito de vida
difuminado,
intentando estirarlo
desesperadamente.
Su dolor…
el llanto de su pueblo
casi huérfano.
Mientras,
una voz
gritaba su victoria,
dejando en el barro
confuso de sangre
su maldita cosecha
de carne ennegrecida.
Sucia mañana
de traidores infames.
Y allí quedó,
bajo botas de horror,
junto al patriota muerto,
la libertad cadáver
de un pueblo sojuzgado.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
176.
AL PIE DEL TAJO
Al pie del tajo altivo de
Guajara,
cuando Mayo se escapa,
convertido
en un mar blanquecino de
retamas,
y sus olas -dulce aroma y
espuma-
se elevan sobre el viento
sutil de los ensueños,
nueve esperanzas quedan
flotando en la mañana.
Tajinastes guardianes de azul
celeste y grana
custodian las orillas lávicas
y escarpadas
de ese mar de silencios
insondables,
y nuestros pies, descalzos,
levantan
una nube de tiempo adormecido.
Lírica concreción de espacios
tiernos
sobre un rayo de luz
comprometidos.
Es la antigua mirada que
despunta
el nuevo amanecer de nuestro
encuentro,
y el germen solsticial de
nuestras almas
ser fecundado espera por el
Fuego.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
177.
POR LAS CUMBRES DE ANAGA
(A Sonia Celaya)
Desde la orilla azul de San Andrés,
Que dejó de ser pueblo alguna tarde
De salobre tristeza, para asumir
Su nuevo rol de barrio marinero,
Serpenteando subimos la ladera
Del reseco barranco del Cercado,
En pos de las agudas cresterías
Con que se adorna la femenina Anaga.
Hacia sus verdes pechos, enredados
En aroma de brezos, avanzamos
Con lentitud al ritmo de la música,
Sincopando el de los corazones.
Cuando alcanzamos el labio de la bruma,
Y su húmedo beso nos borró, de golpe,
La cinta gris que la montaña ciñe,
En su encantado universo nos perdimos.
Con un escalofrío bajando por la espalda
Nos envolvió su tacto de cristal,
Y la punzada de una aguja invisible
Atravesó la piel de nuestras almas.
Pero a punto de soplarnos, la diosa,
Al oído, el líquido secreto
De aquel bosque pretérito y perdido;
Verdiblanco, el único habitante
(Aparte de nosotros dos y de Patricia)
Cruzó veloz, apenas perceptible,
Pero crujió a su paso la hojarasca
Y se rompió la magia con su ruido.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
178.
EL UNICORNIO AZUL QUE SE HA PERDIDO AYER
Alguien conoce, Silvio,
amigo mío,
el nuevo paradero
del unicornio azul.
Alguien sabe de cierto
dónde habita,
dónde mora el corcel
antiguo que reclamas
a esta multitud
que tan sólo conoce
los cascos de la prisa.
Alguien lo vio llegar
desde hace tanto,
desde hace tanto ayer
que no recuerda;
antes que tu garganta
diera la voz de alarma,
antes de echarle en falta,
antes incluso, creo,
de que un día soñaras
cabalgarlo
y agarrado a la crin
sentir el mito:
un centauro de amor
sobre la tierra.
Alguien lo ha contemplado
de cerca: azul marino,
brillante entre las aguas,
taladrando el silencio
en busca de la imagen
remota que se esconde
tras el cristal del sueño.
¡Sí!, habita un sueño,
un sueño de mujer
al que me asomo:
pálidos nenúfares,
orillas somnolientas,
sauces que nunca lloran
pero tiemblan acaso
ante su imagen,
y un azul concentrando
sus tonos en la punta
del cuerno solitario
que señala hacia el sol,
marcándole quizá
la mancha en su mejilla.
Habita un sueño, sí,
un sueño entretejido
más allá
de la lúdica elipse
que ha cerrado,
con temblorosa urgencia,
el astro del destino.
No ha podido encerrar
al unicornio azul,
y un relincho salvaje
grita su libertad
por todo el universo.
Ha derrotado al tiempo
y nos espera
retozando en la espuma
de nuestra fantasía:
en las riberas frágiles
de un sueño hecho con trozos
de millones de seres
y de espejos.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
179.
DESHABITADOS BALCONES DE MADERA
Tiene una esquina rota
la tarde.
Se avecina un ciclón
y no me extraña
que arranque los balcones
de cuajo y los convierta,
con su aquiescencia,
en navíos celestes.
A fin de cuentas,
si no se asoma nadie,
¿para que diablos sirven?
Una estética inútil
como tantas.
Y que conste que admiro
su belleza:
la magia de sus quiebros,
la luz y la madera
trenzadas al unísono
por invisibles manos.
Pero no hay hombres, damas
o chiquillos que habiten
estos caprichos
de intensa geometría.
Bellos y muertos cuelgan
su radiante hermosura
en las paredes.
Eso sí,
deben de flotar bien
en la furia del viento.
Pero temo
que sin alma, sin alas,
sin una mínima
tripulación que marque
con mano firme el rumbo,
naufraguen sin remedio
contra las costas frágiles
de alguna estrella y queden,
varados para siempre,
formando un cementerio
de olvidados balcones
que surcaron
los mares del espacio
por despecho
al olvido fatal
de los humanos.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
180.
DIÁFANA TRANSPARENCIA DE UNA PUESTA DE SOL
(A Teresa Pérez Hdez.)
Un pez besa la piedra y raudo se revuelve
tras un grano de arroz que de tu pelo escapa
hundiéndose en la tarde serena que las olas
han rizado de intensos azules y violetas.
El mar se está durmiendo como un niño rebelde
qué agotado reposa tras la lucha del llanto.
Apoya su cansancio en las rocas oscuras,
espuma de otro mar que llegó incandescente
quedando tras el beso convertido en orilla.
La costa es un espejo de crestas puntiagudas.
El sol se difumina sobre las esmeraldas
talladas en tu rostro desde la antigua aurora,
y un destello naranja se vuelve la caricia
que hasta el diálogo tierno de las gaviotas vuela
rozando la inocencia verbal de los sonidos.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
181.
LA ROSA DE TUS MANOS
(A Teresa Lemus)
Cercenada en el tallo
y a tus manos devuelta
-amorosa caricia
donde la vida espera-
un brillo opalescente,
furtivo de los ojos,
los pétalos ensalza.
Tembloroso silencio,
su cuerpo apoya espinas
en la piel nacarada
y resbala al vacío:
fanal de la palabra.
De tu mano a la mía,
trémula cae la gota
de sangre malherida.
Miguel Ángel G. Yanes
182.
NI PRONUNCIAR TU NOMBRE ES NECESARIO
No pronuncio tu nombre;
es un sonido
que difiere en el tiempo por espacios
distintos que se habitan,
inconstante,
válido solamente
para el juego trivial de los humanos.
Huelga escribir alguno
de los miles que tengo para darte,
porque tú ya te sabes reseñada
en los versos que escribo
y que no escribo,
porque me reconoces
cada nuevo presente que se abre,
porque, tal vez, tu y yo
seamos la misma cosa:
dos formas diferentes
del ser que nos habita.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
183.
SOBRE EL PINO Y LA CASA
(A Tono)

Al borde del barranco
oscila un pino herido
por metálicas garras.
Sus raíces se aferran
al aire de la tarde.
Las hebras de su copa
alfombran la ladera,
a intervalos reñida
de musgos y de piedras,
de llantos y suspìros.
Un arrullo levísimo
balancea las ramas
más altas y origina
una nube fugaz
de pájaros audaces.
En el húmedo seno
de la grieta expectante
dormitan los ancianos
eucaliptos, y en sueños
extensos y febriles,
atesoran el agua
de la piel detenida
en sinuosos pliegues.
Una tenue espiral
de leños, convertidos
en volutas de humo,
asciende y besa, elnta,
la transparencia azul.
Níveas cortinas penden
como párpados hechos
de seda y de cristal.
La casa está pintada
de luz, y en sus alturas
resbala un mar rojizo
de cascada ondulante.
Corona su horizonte
un barco inmemorial.
No distingo gaviotas,
acaso porque un gato
indómito pasea
mojado por la cresta
sensible de una ola.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
184.
ME REMITO A LAS FORMAS MARINAS DE TU CUERPO
(A Toñi Muñoz Mora)
A tu claro perfil ribeteado
de silencios extremos me remito,
a las olas doradas que en tu frente
reposan sin espuma, perfumadas
por el céfiro blando, y a tus manos,
incólumes gaviotas sobre el mar
deslizando la vida en espirales
desde el blanco conjuro de los cielos
hasta el sueño inmortal del horizonte.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
185.
DESDE LA MONJA
(A un desconocido)
rotunda de sus brazos
-piedra ehiesta que el viento
vanamente perfila-
un soñador atisba
cómo la mar rompiente,
en torbellinos blancos,
envuelve el corazón
que pugan por romper,
también, la costa
de ese gran territorio
desértico del pecho.
Entre azules, el sol,
en perfecto equilibrio,
con una voz de sal,
temblando le previene:
La paz no es un romper
los bordes con los bordes,
ni un desgaste forzado
por circunstancia alguna".
Permite que las olas
intenten un resposo
sin furiosas espumas.
Dale su tiempo al mar,
dale su tiempo al viento
Que la cólera cese!
y cuando se transforme
en un sereno lago
de quietud y silencio,
acércate despacio,
moja tus pies y siente
un río inverso, pleno
de paz, de luz, de fuerza
trepando hacia las secas
llanuras de la muerte.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
186.
DESDE MI ESPERANZA
(A un hermano celeste)
Detén tu vuelo estrella
de plata y arco-iris;
pósate en estas manos
que se tienden
temblorosas a un cielo
de nuevas esperanzas.
Sé bienvenido hermano.
Desciende
desde tu oscura nube;
posa tus pies
en estas piedras
que saben de tu historia
igual que de la mía.
Y siéntate a mi lado;
no me temas.
Soy hijo de la guerra
pero rompí el fusil
con los dientes primeros
y quemé el uniforme
de enemigo más tarde.
Renegué de la madre
que me puso las botas
con hebillas de sangre
y esquivé su mirada
porque amaba de veras
a la madre de otro:
a la Paz, que paría
bajo el fuego insaciable
otro ser diferente
que no será jamás
soldado de la muerte.
Acércate sin miedo.
Mis manos no son armas,
son, abiertas,
unas alas pequeñas
que no vuelan
pero llevan un canto
de amor en cada pluma.
Hermano, ven,
y deja que mis ojos
te rocen la figura
que acaso ya conozco
de pretéritos sueños.
Déjame de tus labios
una gota siquiera
del excelso saber
que te alimenta
para calmar la sed
que abrasa mis entrañas.
De tu luz sólo un rayo
para no herir la sombra
con mis pasos.
Ven hermano, acércate.
Estoy dispuesto
a apoyar la campaña
y ser semilla,
a aportar mi esperanza
y ser un nuevo
servidor en la fé
de que algún día
bastará una sonrisa.
Déjame, por favor,
colaborar contigo
en esta Obra;
preparar el camino
a lo que viene
del fondo de los tiempos
en silencio.
Hermano,
sé que eres
otro vínculo más
con el Profundo,
otra esfera de vida,
otro peldaño,
pero también sé
-lejano ser-
que nuestra esencia es
la misma del Principio.
Y aseguro,
y sostengo,
que el hombre es la constante
universal que salta
de planeta en planeta
hacia su Centro.
¡Sí!... Somos ellos.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
187.
FRÁGIL BESO DE FLORES
(A una niña llamada Silvia)
Peina nubes el viento
y tus cabellos,
largos y relucientes,
flotan
sobre el destello puro
de tus rasgados ojos.
En tu mirada cruzan
Oriente y Occidente
su tímida esperanza.
Una sonrisa
-frágil beso de flores-
de tus labios escapa
convertida
en un mar de colores
que ilumina
la serena dulzura
de tus ojos.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
188.
OTRO CANGREJO ERRÁTIL QUE NO CEJA
(A Vicente Araque)
Un cangrejo ermitaño se me
acerca
triturando la noche con sus
pinzas,
arrastra un caracol –vivienda
errante-
de nácar irisado que golpea
las rocas con el ritmo de sus pasos.
Mientras, la luna grita. Último aviso.
Y su sonido desgarrador se pierde
en los vastos espacios siderales.
Sólo llega su luz, pero alguien oye
la intensa vibración de su silencio.
El cangrejo ermitaño, los quelonios,
las ostras y aquel escarabajo
que, de luto, recuerda todavía
la cólera de Dios en otro tiempo,
son los únicos seres que la escuchan.
Y es un intenso amor el que los mueve
por la estrecha cornisa de las sombras,
sin miedo al precipicio que se abre
ni a la muerte que habita en él, profunda.
Y es un intenso amor el que los lleva
de voceros celestes por la tierra
para avisar a aquellos que no escuchan
los sagrados sonidos del silencio.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
189.
YOLANDA
(A ellas, "eternamente...")

En aquellos años de agridulces recuerdos
Conocí a tres muchachas
Con ese mismo nombre.
Mujeres diferentes,
Sus femeninos cuerpos
Llenaban el espacio vacío
Con la rotunda luminosidad
De sus ojos, su cabello, su piel…
Por eso, cuando Pablo
Entona su canción,
Mi alma se estremece al recordarlas.
Una era la hermana de un buen amigo mío.
La conocí de niña, y a mis ojos
Siguió siéndolo siempre, a pesar
De ser ya una mujer en lo evidente.
Cuando el verano aduce sus razones
Y nos empuja al mar,
Aún la suelo encontrar en sus orillas.
Otra, de encrespado cabello,
Piel algo más clara, labios sensuales
Y vivarachos ojos,
Fue para mí, amiga y confidente.
Alguna que otra vez salimos juntos
Y hasta estuvimos a punto de matarnos,
A lomos de una moto, contra un coche
Salvaje que salió
Con desbocados caballos de un garaje.
Jamás la he vuelto a ver.
Hace unos treinta años
Que no sé nada de ella.
La tercera,
Una muchacha inusual andaba
Siempre envuelta en la bruma del misterio,
En las nieblas azules de sus sueños,
Con un sombrero negro y el enigma
De la extraña sonrisa de sus labios
.
Me atrapaba en el brillo de sus ojos
Como el ámbar atrapa a las polillas.
Y sin embargo nunca fui capaz
De decirle al oído que la amaba.
Un día, de pronto se esfumó
Como siempre se esfuman los fantasmas…
Flotando entre la luz, sin decir nada.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
190.
EN LA LUMINISCENCIA QUE MI RECUERDO AGITA
(A Yumar)
En las ruinas desechas de su hogar,
en mitad de lo que fue el salón,
sentado en una caja de madera,
frente al vano donde la puerta estuvo,
rememora los años en los que fue feliz.
Una botella desnuda entre las manos,
los ojos fijos más allá de lo que pueden ver,
ahítos de nostalgia, enrojecidos
y húmedos a la vez de soledad y tristeza.
Los fantasmas de su infancia, a contraluz,
en los vapores del alcohol prendidos:
su madre, esbelta y joven, barriéndole
al pasado polvorientas esquinas
y él, apenas un bebé, jugando
con las motas flotantes en un rayo de luz.
Más allá del quicio de la puerta,
sigue viviendo en su memoria intacto
el humilde barrio de pescadores
donde la suerte tuvo de nacer:
la Plaza de San Telmo, rectangular,
de comprimida tierra, a diario,
barrida y rociada, por manos de mujer,
azoteas repletas de ollas, latas, carabucos,
donde medraban hierbas olorosas
(albahaca, menta, hierbaluisa)
plantas medicinales, pitangueros…
Y patios -que lujo tener patios-
donde vivían conejos y gallinas,
alguna que otra cabra, algún cochino,
y a sus expensas, una prole sinfín
de roedores, lo que implicaba
una numerosa milicia de felinos.
Todo ello lo atrapó la magia del arte
al volcar el silencio de tus manos
sobre un lienzo sediento de color.
La mirada hurga más allá del pincel,
del cromatismo, de las formas; tiembla
en la luminiscencia que mi recuerdo agita.
Yo fui también un habitante efímero.
Miguel Ángel G. Yanes
******************
191.
LIBRE DE LA APARIENCIA
(Al abuelo Lorenzo Matos)
Tu mirada lejana ha taladrado
la densidad de nuestros cuerpos grises.
De tus ojos, hartos ya de vigilia,
un rayo escapa y llega -rojiclaro-
a engarzar las mágicas esquinas
de un silencio que podría tocar.
Rota la noche ahora en mil pedazos,
huyes hacia un destello de ti mismo.
Llevas lejos la vida: hasta el origen.
Aquí queda la muerte, en este lecho,
pálida y sin sonrisa como siempre.
Aquí quedan las formas, la materia
que aprisionaba el ser, fría e inerte.
Aquí te lloran todos porque has muerto,
pero yo no te lloro; te sonrío
cuando pasas sin ruido a mis espaldas
libre de la apariencia acostumbrada.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
192.
PRETÉRITO GUARDIÁN
(Al eucalipto de La Granja)
La triple simetría
de tu altivez se eleva,
indefectible,
hacia una inmensidad
de espacios azulinos.
Tus formas giran locas
al viento que te mece.
Aromas de tu cuerpo
invaden la avenida,
y besos, tiernos besos
de suave pluma, flotan
entre flores que vuelven
de la noche ateridas.
Tu pecho se ha vestido
de luz y en los resquicios
de la piel asombrada
murmuran quedamente
las gotas de rocío.
Recuerdos de la piedra
trepan por las aristas
leñosas de tu carne
y en tu frente, de hojas
coronada y humilde,
el pasado se vuelve
contraluz del futuro.
El presente es el trino
de algún pájaro blanco.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
193.
EL SILENCIOSO SER DE LA COLINA
(Al eucalipto de Machado)
Vengo hasta tu sombra
y al cálido contacto
de tu piel quejumbrosa,
al aroma enervante de tus hojas
y a tu silencio amigo
de tantas soledades.
Vengo triste, cubierto
por un gris que oscurece
las lágrimas vertidas
sobre el dolor silente
de una herida más ancha que este cuerpo.
Vengo a buscar consuelo
de tus ramas aéreas,
robustas, torneadas,
ávidas de un abrazo
que siempre he deseado.
Vengo a pedir consejo
a la sabiduría
que tus viejas raíces
resguardan en la piedra,
allí donde tu vida
se aferra y se sostiene.
Y me siento a tu lado,
y me recuesto,
y te poso los labios -tierno beso-
en la seca madera de tu espalda,
y es el húmedo brillo
de mis ojos
quien salpica tus grietas y se filtra
persiguiendo tu savia,
como loco,
para alcanzar el centro
de tu pecho.
Ya me siento en tus venas,
ya navego
por la intensa corriente
de tu sangre;
ya estoy dentro de ti,
en tu silencio,
y en la lágrima estéril
de tu llanto.
Y en tu frágil sonrisa
me convierto.
Ahora somos lo mismo
del Principio:
Unidad primordial de lo existente.
Entonces...
¿a quién pido consuelo si estoy solo?
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
194.
DESNUDO Y SOLO TIEMBLAS
(Al flamboyant de la trasera)
Desnudo estás de hojas en la noche.
La cascada reseca de tus ramas
desciende hacia mis manos
en un intento inútil.
Ayer
tus mariposas rojas
temblaban en la voz
aguda de los vientos
y un sueño de esmeraldas
agostadas caía
convertido en escamas
de luces amarillas.
Hoy
las largas vainas
de tus semillas flotan
bajo el embrujo azul
que apenas filtra
tu elegante sombrilla.
Desnudo y solo tiemblas
de frío hasta que aprieto
mi piel, también desnuda,
contra la tuya y siento
que no es del todo inútil
este abrazo de hombre.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
195.
LEVE, LEVE ES EL ROCE
(Al Taller Canario de Canción)
Llueven canciones, llueven.
Tierras fecundas.
Amanece despacio.
La estrella cruza
con lentitud los campos.
Alondras, lluvia.
Las canciones arraigan,
hierba profunda,
en la piel cenicienta.
Huye de sí una sombra.
Largas aristas
de cristal encendido
la difuminan.
Leve, leve es el roce
de la pluma perdida
sobre la espalda.
El Gigante-montaña
ha exhalado un suspiro:
brota una nube
tenue de su garganta.
Miguel Ángel G. Yanes
*******************
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