31/3/18

DICEN QUE LA PATRIA ES...




Miguel Ángel G. Yanes

VOZ DE PUEBLO Y ANARQUÍA

Chicho Sánchez Ferlosio

Chicho Sánchez Ferlosio

La impronta que dejó Chicho fue enorme. Nadie de quienes le conocieron habla de él sin cariño, respeto y profunda admiración. Sólo vivió 62 años, nos dejó hace ya quince, pero sus 62 años fueron años intensamente vividos, devorados, arrancados a la vida, una vida que le dio alegrías y penas, en la que por maestros tuvo a la cárcel y al dolor, y por hijos a todos los que le conocieron.

Sensibilidad, inteligencia, creatividad y bonhomía podrían ser los calificativos que le definían. Hijo de quien ganó una guerra que él quisiera haber perdido, Chicho Sánchez Ferlosio no fue anarquista por casualidad.



Gran parte de las canciones más populares de este país surgieron de su corazón pero eso pocos son los que lo saben. El pueblo ha hecho suyas sus canciones y las canta cuando ríe o cuando llora, cuando lucha, cuando sueña y cuando abraza. Chicho, cantautor donde los haya, jamás quiso registrar sus canciones. Las escribía para quien las pudiera necesitar porque para él nada había más anacrónico que pretender que una canción o un poema te pertenecen por el simple hecho de haberlos compuesto.

Su padre, uno de los principales dirigentes de Falange cuya historia nos contó David Trueba en “Soldados de Salamina” (película basada en la novela homónima de Javier Cercas) le bautizó José Antonio Julio Onésimo en honor al fundador de la falange y a la fecha del alzamiento franquista.


A su hijo, de izquierdas desde la adolescencia, no le quedó otra que bautizarse a sí mismo. Y eligió el apodo de Chicho. Siempre y para todos fue Chicho. Amigo donde los haya de sus amigos, tuvo en Agustín García Calvo y Amancio Prada a sus dos inseparables compañeros de quimeras y aventuras. Amancio Prada, con quien compartió hospital, calle y escenario, decía de él: “Chicho ha sido una de las personas más inteligentes y bondadosas que he conocido. Se interesaba por todo, sabía de casi todo. Así se lo dije un día”.

“Qué va, qué va, lo que pasa es que donde los demás tienen lagunas yo tengo islotes”, me contestó. Era elegante en su desaliño, educado y generoso, dulcemente ácrata y benevolente; benevolente en el sentido de querer encontrar el bien, la bondad y el placer… Me llamaba la atención su mirada reflexiva, siempre lúcida, que te hacía ver las cosas desde una perspectiva distinta. Pero, por muy crítico que fuera, nunca manaba de él rencor o amargura. Serio y sonriente. Respetuoso con todo el mundo: “Las ideas son para las personas, y no al revés. Hay que respetar más a las personas que a las ideas, porque las personas sufren y las ideas no”. Así era Chicho, un Quijote sin montura, al que la vida hizo anarquista por razón y convicción que solía decir: “porque en mi cabeza manda el corazón, a veces callo, aún teniendo razón”.

Fernando Trueba y Chicho Sánchez Ferlosio

No fue fácil su vida. La tragedia siempre le persiguió, y él, soñador sin remedio y sabio por vocación, jamás perdió su fina ironía y su invencible sentido del humor: “Nací en 1940. En el colegio nunca aprobé a la primera y repetí sexto curso. En 1960 me casé. En 1961 estuve preso por primera vez por una blasfemia que encima no fue verdad. En 1962 me enrolaron en un importante grupo de gente armada, cuyos jefes me obligaron a cruzar el estrecho, me llevaron al Sáhara y me impusieron sus métodos y objetivos durante más de un año, hasta que por fin me licencié como mis compañeros con mi cartilla militar.

En 1964 murió ahogado mi primer hijo: iba para cuatro años. En 1966 nació mi segundo hijo y murió mi padre, a causa sobre todo del tabaco; tengo el buen recuerdo de que se reconcilió con todos moviendo la cabeza cuando ya no podía hablar.

Soldados españoles en la fontera entre el Sahara español y Marruecos (años 60)

En 1968 nació mi única hija. Acabábamos de volver mi mujer y yo del mayo francés, donde pienso que hubo menos imaginación de lo que se dijo después. En 1970 fuimos los cuatro a la India en furgoneta, cinco meses viajando: aún no comprendo cómo salvamos la piel, con la inconsciencia que llevábamos. En 1973 nos separamos Ana (mi mujer) y yo, por causa mía en un 90 por 100 (ignorancia, egocentrismo, incomprensión).

En 1975 nació mi hijo Pablo, que sobre todo por errores y negligencias de al menos tres médicos quedó con parálisis cerebral: ahora lee, escribe y se desenvuelve bastante bien. En 1977 murió mi hija de resultas de una caída de caballo.

París - mayo del 68 (un intento de revolución)

He cultivado algo de matemáticas (teoría de números, topología), lingüística (fonética a través de las sílabas), canto y poesía; trabajado de corrector de imprenta, de estilo, traductor, redactor publicitario, conserje de hotel (nocturno), camarero; y he descubierto unos cuantos juegos matemático-visuales y magnéticos.

He pertenecido al PCE, FLP y PCE (m-l): el mejor fue el segundo (que ya no existe) porque tenía en cuenta la naturaleza humana o, si lo prefieren, el estado de nervios que atravesamos, y no para utilizarlo pragmáticamente, sino para profundizar en él y modificarlo en lo necesario sin violentarlo”.


Tras desaparecer unos años, Chicho regresa al panorama musical en 1978. Son los años del “Vihuela”, el pequeño local en el que canta a sus amigos encarcelados. 

Su influencia sobre los principales cantautores de la época fue enorme. Gracias a Chicho y a su machacona insistencia, Javier Krahe se decidió a cantar en público. Krahe conoció a Sabina y a Alberto Fernández y de esa relación nació «La Mandrágora». También influyó en cantautores como Luis Eduardo Aute o Rosa León y, desde luego, en su inseparable Amancio Prada.

Amancio Prada

La personalidad arrolladora de Chicho hacía que cuantos se cruzaban en su camino se sintieran fascinados con aquel ser irrepetible venido de otras épocas o de otros mundos aún por crear.

Se tomó la vida como lo que es, un juego, y lo jugó con pasión todos los días de su vida: “Todas las actividades humanas adoptan la forma de juegos, desde el propio lenguaje”, explicaba. “Lo mejor es jugar las cartas de la vida como si de un juego se tratase, con la prudencia o generosidad de cada cual, sin dañar a nadie”. Para Chicho un buen juego era “aquel cuyas reglas son fáciles de explicar y entender, pero difíciles de dominar”.


Su pensamiento fue acercándose cada vez más a la acracia, aquella acracia que compartía con su amigo del alma Agustín García Calvo. No fue casualidad que evolucionara hacia posiciones anarquistas ya que, en el fondo, posiblemente lo fue desde que nació, aunque ni siquiera lo supiera. Sus coplas a Durruti, a Ascaso y García Oliver, los solidarios, son de lo mejor que se ha escrito sobre la figura de aquellos tres héroes populares que todavía viven en el corazón de quienes creemos en un mundo sin amos ni propiedad.

Enemigo de banderas, etiquetas o de algo tan zafio y mezquino como “ganar” dinero, Chicho siempre huyó de lo comercial, de “venderse”. Si publicó discos fue porque entendió que podrían apoyar la lucha contra la dictadura.


Trovador de todas las luchas y causas que para los más son perdidas, Chicho sigue vivo en el alma de quienes creemos que otro mundo es posible. Sus versos y glosas por molestar molestaron tanto al partido socialista como al partido popular, tanto monta, monta tanto.

Por eso defendió abiertamente la abstención en las elecciones de la transición ya que, como él decía, no son más que un engaño porque ellos quieren el gobierno y nosotros no: «Os digo en verso lo que pienso en prosa:


...si sólo importa el triunfo o la derrota, / que perezca la rosa y la gaviota / y que selle al fin su misma losa. / Al voto en blanco por igual me niego, / porque va a consagrar el rumbo ciego / de un sistema viciado de antemano”.


Solo un soñador y un visionario como él podía describir con estos versos lo que sentía siendo anarquista en un país tan viejo como el nuestro: “Yo soy un moro judío/ que vive con los cristianos, / no sé qué Dios es el mío/ ni cuáles son mis hermanos”.

Las canciones de Chicho han acabado convirtiéndose en himnos universales de la lucha contra la injusticia y la opresión. No había causa que él considerase justa que se quedase sin canción. Pero su copla ha arraigado tanto en el imaginario popular que la gente ha hecho suyas sus canciones cambiándoles incluso la letra si es necesario para adaptarse permanentemente a esa lucha por un mundo nuevo que dio sentido a su vida y lo da a la nuestra.


Escuchar cantar a las mujeres de Bilbao su canción “A la huelga” versionada por ellas para luchar contra el patriarcado y el machismo te pone la piel de gallina y te demuestra que las canciones son de quien las necesita. Bien lo sabía Chicho que, allá donde esté, seguro que se habrá reído a carcajadas y habrá empuñado de nuevo su vieja guitarra para unirse a ellas a voz en grito.

La impronta que dejó Chicho fue enorme, como dijimos. Escuchar a jóvenes de hoy cantando sus coplas y haciendo suyas sus canciones te hace pensar que no todo está perdido.


“Mientras el cuerpo aguante”, ese es el título del documental que Fernando Trueba hizo de Chicho y que ha pasado a ser una película de culto ya que, como bien dijo cuando la rodaba, “Creo que la película va a funcionar bien, sobre todo en la generación posterior a la mía”.

FUENTE: revistarambla.com
LQSomos
Carlos Olalla
25/03/2018

Siempre he sentido gran afinidad con Chicho Sánchez Ferlosio; me he identificado con sus letras, con su lucha y con su actitud ante un sistema social que pide a gritos, no ya su renovación, sino la absoluta demolición de sus estructuras obsoletas y caducas, carcomidas hasta el tuétano por la corrupción, la avaricia, el egoismo, la insolidaridad y demás vicios del capitalismo, generadores de una serie de trabas que nos mantienen enganchados de por vida. Y es que el  Estado solo es una herramienta del sistema político y económico. Una herramienta que el capitalismo usa en beneficio de unos pocos y en detrimento de la gran mayoría, porque la riqueza de unos es la miseria de otros.
 

30/3/18

LOS JUGUETES DE UN BORBÓN

La colección de coches
de Juan Carlos I
 
Juan Carlos I de Borbón, rey emérito de España
 
Maseratti Cuattroporte

Maybach 57S

Audi A8


Audi RS6
 
Nissan 350Z
 
Porsche 959

Mercedes SL55 AMG
 
Mercedes Pullman 770
 
Mercedes Benz 540 G$ (heredado de Franco)
 
 Rolls Royce Phantom IV

FUENTE: extramotor.com 
 
Además de sus coches particulares, el monarca emérito tiene también a su disposición los 70 vehículos que integran el parque móvil de la Casa Real.

Ya ven, y algunos aquí sin un mal utilitario que echarse a los glúteos. Que mal repartidito está el mundo.

Miguel Ángel G. Yanes

EL CASTILLO DE SAN CRISTÓBAL

EL HOY ANHELADO Y ENTONCES DETESTADO CASTILLO DE SAN CRISTÓBAL

Se cumplen 90 años del acuerdo del Consejo de Ministros por el que se aprobó la demolición de esta legendaria fortaleza santacrucera



Lunes 13 de septiembre de 1926. El Consejo de Ministros, bajo la Presidencia de Miguel Primo de Rivera, acuerda la cesión al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife de varios inmuebles militares de la ciudad, entre ellos el Castillo de San Cristóbal. Se afianzaba y tenía virtud legal el proceso de transformación urbana del frente marítimo (centro) de la capital tinerfeña promovido por el consistorio años antes, pasando pues a ser derribada dos años más tarde esta honorable fortaleza, partícipe de las mejores páginas de la historia del archipiélago.
Los diarios locales del momento mostraban en sus páginas la alegría que tal noticia producía en el Santa Cruz de aquellos años, al “verse realizada en nuestra ciudad una de sus mayores aspiraciones”. El sentir del momento entre los chicharreros era que “la mejora que la demolición del vetusto castillo representará para el ornato público, bien merece que nos resignemos a ver desaparecer sus murallones” (La Prensa, 15 de septiembre de 1926).

Y es que el consistorio capitalino, bajo la alcaldía de Santiago García Sanabria, tenía un pretencioso proyecto en marcha para ese frente litoral santacrucero que tanto había visto en siglos y que desde finales del XVI estaba presidido y custodiado por la fortaleza que se ansiaba derribar. Años antes ya habían comenzado los trámites oportunos, siendo alcalde Francisco La Roche y Aguilar, cuando este inició un oficio dirigido al entonces Capitán General de Canarias Heredia Delgado.

El Ministerio de la Guerra fue receptivo con la petición que se le hacía llegar desde la corporación municipal (cesión de solar en la Avenida 25 de Julio para construcción de edificio militar, a cambio del derribo de la fortificación y posterior uso municipal de los terrenos resultantes). La Roche dimite más tarde (en septiembre de 1925) y es Don Santiago quien continúa con las gestiones y culmina el anhelo chicharrero de la época, tras instancia del 25 de junio de ese año 26. Tan involucrado estaba este en el asunto que se encontraba en Madrid en el momento del acuerdo gubernamental, siendo el mismo quien envía personalmente un telegrama al alcalde accidental Rodríguez Febles dándole la buena nueva, que, además, incorporaba en la cesión otras dependencias militares en la ciudad.
Lo que una década antes ya intentó llevarse a cabo, se conseguía en plena mitad de la década de los veinte. Y es que ya en 1908, el ayuntamiento capitalino promovió la permuta del castillo por el hoy añorado Hotel Battenberg, antaño situado, hasta los años 70 del pasado siglo, en el Barrio de los Hoteles (entre las calles Viera y Clavijo y Jesús y María con la Rambla). Este intercambio no se lleva a efecto, como tampoco se cumplirá otro intento 11 años más tarde, esta vez con la Casa Elder (sita actualmente en el arranque de la calle Robayna desde la del Castillo). Ese mismo año de 1919, tampoco llegaron a término las gestiones que pretendían demoler el castillo y construir en su lugar una nueva Casa de Correos.

Ninguna de estas tres permutas o cesiones se llegaron a realizar, y eso que la prensa del momento una y otra vez dejaba caer los deseos de “quitar del medio” el viejo castillo “anticuado y feo cuyo derribo es necesario, no solo estéticamente considerado, sino también bajo el punto de vista de los fines prácticos y beneficiosos que, (…) se podrían obtener para la población con cualquier construcción destinada a prestar más útiles servicios en consonancia con los intereses del puerto” (La Gaceta de Tenerife, 26 de septiembre de 1919). Incluso ilustres personalidades de comienzos del XX, como Nicolás Estévanez, se atrevían a decir en prensa lo que en aquellos momentos era el sentir de muchos santacruceros. Este militar y político canario, un año antes de su muerte en Paris, expuso en las páginas del “Diario de Tenerife” del 13 de septiembre de 1913 que era necesario “el derribo del castillo para hacer allí un jardín con bancos entoldados, kioscos de cambistas y pabellón de intérpretes (algo parecido al Malecón de La Habana)”. Como nota discordante de aquel momento cabe citar a Emilio Serra y Fernández de Moratín. Este prestigioso farmacéutico, periodista y político fue una de las voces que más oposición mostró al proyecto de derribo de San Cristóbal. Sus encontronazos en prensa con otros ilustres de aquellos años fueron muy sonados, convirtiéndose con ello en uno de los pocos  isleños contrarios a la decisión del derribo.

El ya citado acuerdo gubernamental objeto de este artículo fue publicado, y con ello entraba en vigor, en la Gaceta de Madrid del 24 de septiembre de 1926, en donde se hace mención al objeto de la cesión y posterior derribo, como paso necesario para ”los planes de urbanización ha realizarse, con la unión de la calle de Alfonso XIII, importante vía de comunicación de la antigua población con la barriada que, apoyada sobre la Avenida Marítima, trata de establecerse”. Se buscaba, además, por parte del ayuntamiento, motivo que fue entendido por el Gobierno: “la mejora de una capital situada sobre importantísimas vías marítimas, visitada por numerosos viajeros, en su mayoría extranjeros, y por no pocos que pasan en la isla algunas temporadas atraídos por la dulzura de su clima y las bellezas que encierra”.

De esta manera, mediante este Real Decreto, firmado por el entonces Ministro de la Guerra Juan O’Donell Vargas y refrendado por el Rey Alfonso XIII, se autorizaba a la permuta del castillo en cuestión, y, además, de las baterías de Isabel II y de la Concepción (que sería desalojada en noviembre de 1927), un solar en el barrio de Duggi (con el que se pudo prolongar la calle la Noria-alta (actual Ramón y Cajal) y sobre el que actualmente se asienta el Colegio San Fernando) y el polvorín de la Regla (que sería entregado al consistorio en noviembre de 1928), por edificios que habría de construir el ayuntamiento en la calle Veinticinco de Julio y que fueron levantados años más tarde. Primeramente el que albergó el Gobierno Militar, entregado al Ministerio de la Guerra el 10 de noviembre de 1931, y que posteriormente acogió el Cuartel General de la Jefatura de Tropas de Tenerife, desde los años 60. Y por otro lado su inmueble colindante, que pasaría a ser Caja de Reclutas, Jefatura de Ingenieros y otras dependencias. Actualmente en ambas construcciones se encuentran la Subinspección General del Ejército y la Subdelegación de Defensa, respectivamente los números 1 y 3 de esa calle.

Pasado un año de aquel final de verano del 26 en el que se aprobaba la permuta, se hacía efectiva la cesión del fortín al consistorio capitalino. El martes 25 de octubre de 1927 el alcalde García Sanabria y el Gobernador Militar Cullén Verdugo, entre otros, firmaban la escritura de traspaso de todas dependencias militares ya citadas, entre ellas San Cristóbal. Acompañó a este formal acto la entrega de un cheque del ayuntamiento por valor de 500.000 pesetas que irían destinadas a sufragar los gastos oportunos de los nuevos edificios militares a construir. 

Se veía ya más cerca el ansiado derribo de unos paredones que, como decía el rotativo “La Prensa” del 27 de octubre de ese año, “cuyo valor histórico no podrán nunca compensarnos del triste espectáculo de su fealdad y del lamentable aspecto que da a la parte de Santa Cruz más visible y próxima al puerto”. Días más tarde de aquella jornada el alcalde chicharrero aprovecha el escaparate de la prensa local para dejar caer que lo próximo sería el Castillo de San Pedro. Tanto Ayuntamiento como Cabildo tenían pues muy claros sus propósitos: urbanización del frente litoral, construcción de la avenida marítima y dotar de mayor amplitud y espacio al puerto. Y, claro, frente a ese plan el rosario de baterías y castillos que jalonaban el litoral de la ciudad no eran más que un estorbo.
Comenzaba el año 28 con proyecto de construcción de Avenida Marítima aprobado por parte del Cabildo Insular. Firmaba el documento el técnico Luis Díaz de Losada, quien incluía en él la demolición de la fortaleza. A finales de enero salía a subasta pública el derribo de San Cristóbal, la cual quedó desierta. Dos meses más tarde se anunciaba un nuevo concurso y esta vez sí tuvo adjudicatario: el contratista Francisco Bujosa, bajo la cantidad de 16.000 pesetas. Para las obras de derribamiento del recinto fortificado se emplearon a más de 300 obreros, comenzando en el mes de junio siguiente, una vez quedaron instaladas las dependencias del Gobierno Militar en el nº3 de la calle Alfonso XIII (actual calle del Castillo), edificio alquilado por el consistorio para ese fin.

Y así de esta manera, el verano de aquel año 1928 comenzaba con la llegada de las piquetas y los barrenos. El 21 de junio se procedía al acto de entrega del vetusto fortín al Ayuntamiento y cinco días más tarde se empezaba a derruir, previa desratización del castillo y alrededores y trasplante de algunos de los árboles que se encontraban en su interior al nuevo parque capitalino, hoy, como todos sabemos, denominado precisamente García Sanabria. La demolición comenzó por las paredes del lado del mar, consumando el derribo total cinco meses más tarde, finalizando por los muros de poniente. Tras estas tareas destructivas se pasó al rellano de la zona, una vez las obras fueron recibidas por parte del Cabildo Insular a mediados de diciembre.

Durante estos trabajos hubo accidentes, como el que casi les cuesta la vida a tres jóvenes obreros (José Pacheco, Juan Delgado y Francisco Ávila); incidentes debido a las piedras que saltaban a las calles cercanas a causa los barrenos; e incluso se llegaron a poner en venta toda clase de mobiliario y otros útiles procedentes del interior de la fortaleza. Los diarios locales del momento anunciaban: “Gran ocasión solo por 8 días: procedente del derribo del castillo de San Cristóbal se venden gran número de puertas, ventanas, vigas de tea, tejas del país y francesa, mosaicos, cornisas de piedra labrada y otros materiales todo en buen estado y precios económicos. Pueden verse en el mismo castillo, donde se darán razón de los precios”.
Y, como ya sabemos, las décadas siguientes vinieron a transformar este particular enclave de nuestra ciudad con una plaza, la Plaza de España, y sus varias reformas, monumentos, avenida marítima y su reciente soterramiento, lago artificial, reconstrucción del pórtico de la Alameda, levantamiento en sus márgenes de edificios singulares (Cabildo, Olimpo, Casino, …), jardineras y parterres, aparcamientos, temporales montajes de escenarios para actos carnavaleros, etc. Ahora, tras la última de las reformas de la plaza podemos ver bajo su suelo los únicos vestigios de aquel castillo. Aquella, añorada hoy y detestada entonces, fortaleza de San Cristóbal, que desde 1575, año en que por resolución de Felipe II comenzó su construcción, ha presidido la entrada marítima de nuestra ciudad. De esa Santa Cruz que derrotó a Nelson, con el General Gutiérrez capitaneando esa victoria desde dentro de sus paredes; de esa Santa Cruz que recibió  a Alfonso XIII junto a sus muros; de esa Santa Cruz que puede presumir de haber sido plaza fuerte, gracias a San Cristóbal; de esa Santa Cruz de tres siglos y medio de historia dominada por un castillo echado abajo en apenas unas semanas.
Maqueta del Castillo de San Cristóbal
Hoy sin las pretensiones urbanizadoras destructivas de antaño y con una mayor valoración por nuestra historia, hemos de conocer lo que fue nuestra isla, nuestras islas, qué nos queda de lo que antaño fuimos y protegerlo con ansia, empeño y valor. Han de recuperarse esas vetustas fortalezas que aún (milagrosamente) nos quedan, ponerlas en valor y, si se puede, darles uso. Me refiero a las baterías del Bufadero y San Francisco, a la Torre de San Andrés y a los castillos de San Joaquín, Paso Alto y San Juan (sin olvidarse de su cercana Casa de la Pólvora). Y, porqué no decirlo, también de las decenas de nidos de ametralladora, baterías, telémetros y puestos de mando realizados durante la Segunda Guerra Mundial y que ruinosamente sobreviven en nuestro litoral asolados por el olvido y la desidia.

Recordemos esas palabras que el citado Serra y Fernández de Moratín lanzaba al aire en la prensa local de aquellos años 20 del pasado siglo en defensa del castillo, y que hoy siguen teniendo vigencia: “Que la piqueta y la dinamita hagan su oficio; enterrad el oro a manos llenas entre los sagrados despojos de la antigua fortaleza; pero pensad al mismo tiempo que entre ellos podrá estar enterrado algo que vale más, mucho más que el oro … ¡el alma, el alma de la ciudad … y acaso también de la isla! Un pueblo puede perder muchas cosas, experimentar catástrofes y elevarse; pero lo ha perdido todo y no se levantará jamás cuando ha perdido su alma colectiva”.
(Artículo publicado en "Diario de Avisos" del domingo 11 de septiembre de 2016)


¡Mira que demoler el principal símbolo de la identidad santacrucera!

Me brota del alma aquello de ¡¡¡onagros... manada de burros salvajes!!! dedicado con todo "cariño y respeto" a quienes permitieron tal cancaburrada.

Así estamos: carentes casi por completo de vestigios históricos que poder mostrarle a los turistas que hasta aquí nos llegan. De lo poco que había, casi todo lo echaron por tierra.

Lo único que ha pervivido, aparte de una de las esquinas o "punta de diamante" del castillo (hallada casualmente al remodelar la Plaza de España, y cuya situación bajo el subsuelo marca la línea negra de la fotografía) es el homónimo de la calle que llevaba hasta él, seña defensiva e histórica de la ciudad de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.

Aunque oficialmente es denominada "lámina de agua", 
el pueblo llano se apresuró a llamarlo el "charco de la Plaza de España".

NOTA: Agradezco profundamente el envío del presente artículo a mi estimado amigo Miguel Ángel Guerrero Romero.
 

28/3/18

EN HONOR A MIGUEL HERNÁNDEZ

La red se inunda de poemas 76 años después de la muerte de Miguel Hernández en una cárcel franquista

Miguel Hernández

Tal día como hoy, hace 76 años, moría Miguel Hernández con 31 años, enfermo y preso en una cárcel franquista. El poeta y dramaturgo, autor de obras como Perito en lunas, El rayo que no cesa, Viento del pueblo o Cancionero y romancero de ausencias, pereció por una tuberculosis en una cárcel de Alicante donde estaba preso tras ser juzgado y condenado a muerte por la dictadura franquista en marzo de 1940.

Durante toda la jornada, el nombre de Miguel Hernández ha estado presente entre los temas más comentados de las redes sociales. En Twitter, los usuarios han optado por celebrar la vida del poeta del pueblo recordando sus poemas. Fragmentos de sus obras han sido tuiteadas, enlazadas y recitadas.


Ésta es una pequeña muestra:


Protestona



Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.




Citizen Plof



Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera.




literland


A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

magyanes

Un día como hoy la oscuridad del franquismo
se llevó a Miguel Hernández con 31 años.
¿Cuántos buenos poemas nos privaron de leer?



Miguel Hernández forma parte de mi pléyade personal de poetas predilectos de toda época y de todo lugar, entre los que englobo también a:

 


Agustín Acosta
Agustín Millares Sall
Alejandro López Andrada
Alfonsina Storni
Alfonso Costafreda
Alí Ahmad Said Esber "Adonis"
Álvaro García
Álvaro Salvador Jofre
Amado Nervo
Ana María Julio
Ana Rosetti
André Bretón
Andrés Eloy Blanco
Ángel González
Ángela Figuera Aimerich
Ángeles Ambers
Antonio Buero Vallejo
Antonio Gala
Antonio Machado
Arturo Maccanti
Blas de Otero
 Cairasco de Figueroa
Carlos Pinto Grote
Cecilia Domínguez
César Vallejo
Cesare Pavese
Charles Baudelaire
Clara Janés
Claudia Lars
Claudio Rodríguez
Dámaso Alonso
David Escobar Galindo
Delfina Acosta
Delia Domínguez Mohr
Delmira Agustini
Dina Ampuero Gallardo
Dionisio Ridruejo
Dulce María Loynaz
Eduardo Galeano
Efraín Huertas
Elías Nandino
Emeterio Gutiérrez Albelo
Emilio Porta
Emilio Silva Barrera
Enrique Díaz Canedo
Enrique Fierro
Erik Johan Stagnelius
Ernesto Cardenal
Ernesto Murillo
Eugenio de Nora
Ezra Pound
Fawda Tuqan
Federico García Lorca
Félix Casanova de Ayala
Félix Francisco Casanova
Félix Grande
Félix Luna
Francisco Brines
Francisco de Quevedo
Francisco de Rioja
Francisco Villespesa
Fray JuníperoSerra
Fray Luis de León
Friedrich Hölderlin
Gabino Palomares
Gabriel Celaya
Gabriela Mistral
Garcilaso de la Vega
Gerard de Nerval
Gerardo Diego
Germán Bleiberg
Gioconda Belli
Gloria Fuertes
Gonzalo Rojas
Günter Grass
Gustavo Adolfo Bécquer
Heinrich Heine
Ibn Zaydún
Ignacia de Lara
Jaime Ferrán
Jaime Gil de Biedma
Jaime Sabines
Jaime Siles
James Joyce
Javier del Granado
Jesús Aguado
Jesús Lizano
John Keats
Jorge Luis Borges
Jorge Manrique
Jorge Teillier
José Agustín Goytisolo
José Ángel Buesa
José Ángel Valente
José Antonio Labordeta
José de Espronceda
José García Nieto
José Hierro
José Lezama Lima
José Luis Cano
José Luis Hidalgo
José Mª Gabriel y Galán
José Manuel Caballero Bonald
José María Millares Sall
José María Valverde
José Martí
José Pedroni
José Ramón Trujillo
José Santos Chocano
José Suárez Careño
Josefina de la Torre
Juan Carlos Abril
Juan de Dios Peza
Juan de Dios Reyes Franzani
Juan Guzmán Cruchaga
Juan Ramón Jiménez
Juan Ruiz Peña
Juana de Ibarbouru
Julia de Burgos
Julio Cortázar
Julio Vélez
Justo Jorge Padrón
Khalil Gibran
Laura Victoria
Laureano Albán
León Felipe
Leopoldo de Luis
Leopoldo María Panero
Leopoldo Panero Torbado
Li Yen Nien
Li-Po
Lope de Vega
Lorenzo Gomis
Lu Yu
Luis Cernuda
Luis de Góngora
Luis Felipe Vivanco
Luis Feria
Luis García Montero
Luis Gustavo Acuña Lugo
Luis López Anglada
Mª del Rosario Lagos Sepúlveda
Mª Elena Walsh
Mahmud Darwish
Manuel Acuña
Manuel Antonio Vázquez
Manuel Caballero Bonald
Manuel González Sosa
Manuel Gutiérrez Nájera
Manuel Ortiz Guerrero
Manuel Scorza Torres
Manuel Vázquez Montalbán
María Banayto
María Cleofé Linares
María Cristina Menares
Mario Benedetti
Mario Mora
Maruja Torres
Meira Delmar
Meng Hao Jan
Miguel Arteche
Miguel de Unamuno
Miguel Hernández
Miguel Huezo Mixco
Miguel Labordeta
Mirta Aguirre
Mollie Perea Guzmán
Muahmmad Ibn Al-Mahad
Nadine Stair
Nazik Almalaika
Nicanor Parra
Nicolás Estévanez
Nicolás Guillén
Nira Etchénike
Nizar Qabbani
Octavio Paz
Óscar Acosta
Óscar Wilde
Pablo García Baena
Pablo Milanés
Pablo Neruda
Patricia Damiano
Patrick Galvin
Pedro Calderón de la Barca
Pedro García Baena
Pedro García Cabrera
Pedro Lezcano
Pedro Mir
Pere Gimferrer
Pierre de Ronsard
Pino Betancor
Pino Ojeda
Porfirio Mamami
Rabindranath Tagore
Rafael Alberti
Rafael Amor
Rafael Montesinos
Rafael Santos Torroella
Rafel Arozarena
Ramón de Almagro
Raúl González Tuñón
Ricardo Molina
Richard Adlington
Rosario Castellanos
Rubén Darío
Salvador Pérez Valiente
Salvador Rueda
San Juan de la Cruz
Sergio Hernández
Silvia Plath
Stephen Sondheim
Tadeus Rosewicz
Tomás de Iriarte
Tomás Morales
Ubayd-I Zakani
Verónica Pedemonte
Vicente Aleixandre
Vicente Gaos
Vicente Gerbasi
Vicente Huidobro
Victoriano Crémer
Walt Withman
William Blake
William Snodgrass
Yannis Ritzos
Yevgueny Yevtushenko

Espero que los amantes de la Poesía
le puedan sacar partido a esta larga lista de autores.

¡Salud!