Una curiosa mano de algodón flotaba,
Esponjosa y perfecta –cinco dedos exactos-
Entre las secas ramas del toborochi; era
La manifestación -pensé- de una conciencia vegetal
Haciéndonos partícipes del misterioso
Y fugaz nacimiento revelador del fruto,
Que encerrado en su seno despertaba
A los ojos atónitos del hombre,
Absorto, embelesado, convencido
De que en el árbol, tal cual decían los abuelos,
Invisible moraba un viejo espíritu
Y que la mano física guardaba
También en su interior un íntimo
Secreto: el oculto fulgor de la semilla.
Miguel Ángel G. Yanes
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