Como si fueran lobos de una manada
Dispersa por las altas cresterías
De lo pagos de Anaga, los perros:
Guardianes, pastores, cazadores, falderos…
De las gentes de la cumbre, aullaban
Sin sosiego a la luna del solsticio.
Despejada y clara, la veraniega noche
Desprendía un olor a brezo, a musgo, a monte,
A naturaleza ebria y desatada
Que lo impregnaba todo, nuestros cuerpos incluso,
Jóvenes cárceles de eternos buscadores
De verdades sepultadas y ocultas.
Rodeamos la ermita hasta alcanzar la imagen
Que sobre una columna de piedra se elevaba,
Blanca y reluciente bajo la luz nocturna,
Como una diosa antigua que aguardase
La celebración, por parte de sus fieles,
De algún arcaico ritual no permitido.
Así que, al unísono, bajo el eco aullador
Que estremecía la piel y los sentidos,
Sin pensarlo dos veces nos postramos
Hincando las rodillas ante Ella,
Ante una imagen de mujer envuelta
En un halo mistérico y sagrado.
La perspectiva nos desveló el secreto.
Cuando la luna llena se apoyó en su cabeza,
Nítida ante el asombro de nuestros ojos vimos
Caer el velo de la Diosa Madre que,
Oculta a lo profano bajo un disfraz de virgen,
Antiquísimas manos colocaron allí.
Miguel Ángel G. Yanes
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