“Hemos aceptado el discurso franquista”
Fotografía: Berliner Verlag
"En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Es una tesis cada vez más popular y que suscribe, entre otros, el historiador Jorge Marco, de la Universidad de Bath, autor de 'Guerrilleros y vecinos en armas', que publicará en breve un artículo en el 'Journal of Contemporary History' y ha publicado otro en el 'European History Quarterly' junto a Mercedes Yusta Rodrigo, de la Universidad de País VIII, en los que invita a repensar la historia española. “Hemos creado un tropo de Guerra Civil 1936-1939 que nos ha atrapado”, explica a El Confidencial. “Para entender la profundidad de la violencia que se desarrolló en España en ese periodo, debemos entender que la Guerra Civil no terminó el 1 de abril de 1939, como proclamó la dictadura de Franco, sino que se prolongó hasta 1952”.
"Fue a finales de ese año cuando los últimos grupos armados se marcharon, aceptando la derrota final", en un proceso de 'limpieza política' que se había prolongado casi dos décadas. “El discurso franquista estableció esa idea que hemos asumido todos de forma cómoda”, explica. “Pero durante mucho tiempo, y hasta hoy, incluso los vencidos también lo compraron”.
"Marco no pone en duda la derrota total del ejército republicano, pero señala que lo que ocurrió durante los años posteriores fue una guerra irregular en toda regla", semejante a la que décadas más tarde se desarrollaría en otros lugares como Cuba o Vietnam. “La derrota del ejército republicano fue tan colosal, incluida la guerra civil interna en Madrid en marzo de 1939, que en gran parte también lo asumieron”.
"Fue un periodo de gran violencia interna que se cebó con las zonas rurales, lejos de los ojos de la comunidad internacional, especialmente después del fin de la Segunda Guerra Mundial". Es difícil establecer una cifra de muertos exacta, recuerda el historiador: "entre los 20.000 ejecutados durante los años 40 por el régimen franquista no se cuenta a los cientos de caídos a consecuencia de la violencia contrainsurgente". Las fuentes oficiales señalan 3.433 bajas (2.489 combatientes y 953 civiles), pero Marco eleva el número a entre 6.500 y 8.000 durante la guerra irregular, de los cuales "la mayoría, entre 5.000 y 6.500, fueron víctimas de la dictadura".
“Hay tres etapas en la guerra: una 'guerra civil asimétrica' desde julio del 36 hasta noviembre o febrero del 37, con dos ejércitos en malas condiciones, sin armamento pesado y con poca experiencia”, explica el historiador. "Otra etapa desde finales del 36 hasta el 1 de abril del 39, una 'guerra civil convencional' entre dos ejércitos bien armados, 'y una tercera etapa que nunca se ha analizado como guerra civil', pero semejante a lo que estaba ocurriendo en otras partes, como el este de Europa (Polonia, Rumanía, Lituania)”.
Pero incluso en dicha etapa, en la que "el franquismo debió aprender a combatir a 'un enemigo invisible' que había adoptado la forma de la guerrilla", hay distintas fases. "No es lo mismo echarse al monte después de 1942, recuerda, cuando el final de la Segunda Guerra Mundial hacía soñar con una intervención aliada en España, que a partir de 1946, cuando dicha posibilidad se descartó y el régimen endureció la represión en los conocidos como 'tres años de terror'.
Rituales de obscenidad colectiva
20 de abril de 1950. "Tres jóvenes campesinos son detenidos en un pueblo andaluz. Al día siguiente, son conducidos a una fábrica y torturados a lo largo de toda la noche". Tras la llegada del amanecer, son entregados a los terroríficos 'Regulares', que "los atan a caballos y los arrastran por un camino empedrado antes de lapidarlos, rematándolos finalmente de un tiro en la cabeza". Lo único que encontraron sus familias fue 'un largo reguero de sangre y miembros cercenados'".
"Esta es la narración con la que Marco arranca su trabajo, y que muestra la violencia desplegada durante ese periodo", a menudo superior a la de la etapa 1937-1939, cuando la violencia se burocratizó. “Se recuperó parte del repertorio de los primeros meses de la guerra, que se había reducido muchísimo a partir de febrero del 37”.
"La guerra irregular en las zonas rurales provocó que reapareciese 'la exhibición de cadáveres en las plazas de los pueblos', con el objetivo de evitar que los rebeldes fuesen mitificados",también las masacres o las torturas, desde la 'mutilación de la lengua o genitales' de los detenidos hasta la 'introducción de astillas debajo de las uñas o su extracción violenta', la 'aplicación de descargas eléctricas en los genitales' o el 'quemado de las plantas de los pies'. En el caso de las mujeres, muchas sufrieron 'violaciones', 'mutilación del clítoris' e incluso la 'introducción vaginal de barras de hierro al rojo vivo'. En Extremadura, los capturados eran arrojados al río por la Guardia Civil desde el puente de Almaraz y 'rematados a tiros cuando intentaban alcanzar la orilla'".
Puente de Almaraz (Cáceres)
En ese negro panorama, Marco recupera el término 'rituales de obscenidad colectiva', utilizado por Bruce Lincoln para referirse a las "sangrientas venganzas perpetradas por la población civil dentro de los propios pueblo". Durante esa época, "era posible ver a vecinos golpeando los cadáveres de esos 'trofeos de caza legales' que eran los miembros de la guerrilla, 'arrancándoles el cuero cabelludo' y 'quemándoles la piel'. Una 'espiral de odio' que provocaba que, en muchos casos, el ambiente fuese irrespirable", especialmente para aquellos que habían mostrado alguna simpatía republicana.
“En muchos pueblos que habían quedado en la zona republicana también hubo violencia contra personas que se consideraban derechistas o propietarios”, recuerda el profesor. “Esto condujo a muchos familiares de las víctimas a un deseo de justicia completamente natural, pero el problema fue que la dictadura no intentó impartir justicia, sino aprovechar ese sentimiento para perseguir a los republicanos en bloque".
“Ahí se incorporan denuncias que pueden ser falsas por inquinas personales, motivos políticos que venían de mucho antes" o casos como el de alguna persona que, al no haber podido entrar en una sociedad de ganaderos por no tener el número suficiente de cabras, había generado 'un rencor creciente'. "Un 'simple rumor' fue, a menudo, un argumento utilizado en los consejos de guerra".
Consejo de guerra durante el franquismo
Un buen ejemplo de esa 'violencia íntima' fue lo ocurrido en Gúdar (Teruel). "En 1946, la esposa de un líder de la guerrilla llamado Florencio Guillén fue detenida por orden del alcalde Víctor Bayo, y al día siguiente apareció muerta. Según la Guardia Civil, se había suicidado, aunque la familia adujo que había muerto a causa de 'una brutal paliza'".
Su hijo mayor, Florencio, se unió a su padre en el monte, y justo un año después, el 29 de septiembre en 1947, "30 guerrilleros, entre los que se encontraban Florencio y su padre, entraron en el pueblo, atacaron el cuartel de la Guardia Civil y asesinaron a Bayo y a 7 miembros de su familia, incluidos dos niños". Florencio-padre había dirigido la colectivización de los terrenos del pueblo durante la guerra, lo que le valió ser encarcelado; episodios como éste muestran 'una tupida red de disputas y riñas'.
Unas consecuencias que duraron décadas
En su trabajo, Marco y Yusta proponen una interesante lectura de 'los efectos de la represión rural en la economía y demografía españolas' “En España, en los años 40, la intensa actividad guerrillera en determinadas zonas obligó a marcharse a mucha gente, fundamentalmente aquellos que estaban vinculados de un modo u otro a la guerrilla, ya fuese por razones familiares o políticas, buscando el anonimato que representaba la ciudad”, explica el autor.
Por una parte, "los simpatizantes del bando perdedor lo tenían tremendamente difícil para encontrar trabajo, comida o apoyo social en sus pueblos". Por otra,"la intervención militar del régimen franquista en determinadas zonas. 'El control y el toque de queda' en el monte, provocó 'graves problemas económicos', ya que, la actividad económica en la montaña era muy alta: ganadería, minería, ciertos cultivos o la industria resinera eran clave en la época en regiones como Asturias, Cantabria, Granada o Málaga”, recuerda.
“La declaración del 'estado de emergencia' debido a la actividad guerrillera implicaba que hubiese patrullas de guardias civiles, la prohibición a los que trabajaban en el monte de pernoctar en él o la prohibición de toda actividad económica, resultó catastrófico para esas zonas”. En algunos casos, "se llegó a expulsar durante meses a toda una aldea para realizar batidas. En El Acebuchal (Málaga), 40 familias fueron desalojadas entre 1948 y 1953".
FUENTE: elconfidencial.com
Héctor G. Barnés
02/05/2019
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