Con un pie en el precipicio
Luego está el fenómeno llamado 'caer por un precipicio', según el cual "un nuevo material o técnica funciona a las mil maravillas durante una generación o dos e impulsa a todos los competidores de un sector, y luego comienza a tener consecuencias negativas o sencillamente deja de funcionar". La 'revolución verde', como se señaló antes, podría terminar siendo un buen ejemplo.
Otro ejemplo podría ser la 'silvicultura de plantación', que ha fracasado en ocasiones porque "el complejo sistema ecológico de apoyo que necesita un bosque sano se pierde en un bosque de explotación comercial". Y los precios del petróleo son tan volátiles, y las reservas tan hipotéticas, que "es posible que también haya un precipicio, o al menos una gran piedra en el camino, en nuestro futuro".
Easterbrook escribe que quiere hacer que el optimismo sea 'intelectualmente respetable otra vez' (la misma misión que emprendió con el anterior volumen que publicó en 2004, La paradoja del progreso); e insiste en que "el optimismo no es pura complacencia". No necesariamente, no lo es. Pero "el optimismo puede significar confianza en que los grandes problemas de la humanidad puedan resolverse".
Easterbrook asegura continuamente a sus lectores que las 'fuerzas del mercado' tienen todo bajo control. “Si se hubiese creado una agencia gubernamental para desarrollar sismología en tres dimensiones -bromea- la agencia habría construido edificios imponentes, habría contratado cientos de administrativos asociados, presionado para obtener incrementos presupuestarios anuales y nunca habría producido nada de petróleo”.
“La producción de gas y petróleo ha aumentado en Estados Unidos y en otros países sobre todo porque hubo iniciativas privadas que burlaron los lentos sistemas políticos plagados de clientelismo, quejas de intereses especiales y carentes de la más mínima comprensión de economía básica”. Tras esa labia hechicera sobre la suprema sabiduría de los mercados se encuentra "un estado crónico de corrupción organizada".
"Las iniciativas gubernamentales nunca han conseguido competir con la empresa privada en Estados Unidos porque las empresas son las dueñas del gobierno". No comprender este hecho es carecer de la menor idea de "cómo funciona la política en una democracia capitalista". Por otra parte, Easterbrook sí que se toma el cambio climático en serio y, ¡oh, sorpresa!, incluye un capítulo hacia el final en el que defiende la ' renta básica universal'.
A pesar de su irregularidad ideológica, Es mejor de lo que parece es un libro útil porque pondrá a prueba el temple de los tecnoescépticos. Pero por encima de todo, supone un contundente recordatorio de que "existen grandes fuerzas, con una tremenda inercia, con una inmensa experiencia acumulada y con ideas propias sobre cómo solucionar los principales problemas materiales del futuro: alimentación, salud, energía y transporte". Cualquier 'proyecto revolucionario' que merezca la pena considerar tendrá que comenzar "elaborando planes de transición detallados".
El futuro, calculado
Los planes detallados no son algo que interese a la celebridad futurista Yuval Noah Harari, ya que, "mientas Easterbrook es sincero, lógico y justo, Harari es caprichoso, imaginativo, atrevido y muy dado a escribir frases saltarinas y vertiginosas" como la siguiente, con la que Easterbrook ni siquiera puede soñar: “A medida que la Inquisición española y el KGB dan paso a Google y Baidu, lo más probable es que se demuestre que el ‘libre albedrío’ no es más que un mito y el liberalismo pierda sus ventajas prácticas”.
"Harari, un enjuto historiador israelí, saltó a la fama con Sapiens (2014), una historia generalista de nuestra especie, y Homo Deus (2017), una mirada hacia el futuro de nuestra especie (o, posiblemente, ausencia de él)". Ambos libros transmitían una cantidad considerable de información interesante, junto con numerosas ideas muy serias, y todo con un estilo desenfadado y despreocupado; y por eso han vendido, entre los dos, cerca de 12 millones de copias. Con tantos lectores pendientes de cada una de sus palabras, ¿quién podría resistirse a la tentación de ofrecerles consejo o, más bien, como Harari prefiere describir su objetivo, 'claridad'?
En 'El graduado', un astuto empresario le susurra al oído ¡'plástico'! a Dustin Hoffman, y abre así una ventana al futuro. La visión de Harari también se puede resumir en una palabra mágica, que suena tan poco glamurosa como 'plástico', pero que está no menos cargada de futuro.
"Algún día (en algunos casos ya) cuidaremos de nuestra salud, gestionaremos nuestros negocios, libraremos nuestras guerras, elegiremos nuestros líderes, llevaremos a cabo nuestra investigación científica, formaremos nuestros gustos estéticos, impartiremos nuestra educación, administraremos nuestra psicoterapia, organizaremos nuestras amistades, planearemos nuestras vacaciones, limpiaremos nuestras casas, conduciremos nuestros coches y seleccionaremos nuestro entretenimiento hogareño por medio de… ¡algoritmos!"
"Los algoritmos (si necesitas una explicación, probablemente estés anclado en el siglo XX y deberías reiniciar de forma inmediata) son métodos generalizados para solucionar problemas". Existen algoritmos para realizar diagnósticos médicos, búsquedas en bases de datos jurídicas, jugar al ajedrez, cocinar una sopa de verduras y, el más famoso de todos, para realizar búsquedas en Google. Los algoritmos siempre han existido (había algoritmos para evitar a los depredadores de la sabana hace un millón de años), pero "gracias a dos desarrollos trascendentales que han tenido lugar en el siglo XXI están preparados para apoderarse del mundo".
"El primero es la revolución biotecnológica". Las antiguas bases de datos sobre la unicidad del ser humano se están volviendo irrelevantes, a medida que los científicos continúan entendiendo cómo funciona un sistema interno y un órgano detrás de otro y, cada vez con mayor frecuencia, cómo arreglarlos y hasta sustituirlos. "Nadie se opone a que la bioingeniería correctiva ayude a las víctimas de enfermedades o accidentes -pero como indica Harari- la tecnología no se detendrá ahí (ni en ningún punto) por sí sola".
"El perfeccionamiento, ya sea mediante mejoras corporales al por mayor o mediante ingeniería genética personalizada, es nuestro futuro predeterminado". Bueno, no 'nuestro' futuro: durante algún tiempo, por lo menos, "solo los ricos podrán comprar poderes sobrehumanos e inmunidad frente al dolor y la muerte. Y si no tenemos cuidado, los nietos de los magnates de Silicon Valley y los multimillonarios rusos podrían convertirse en una especie aparte que sea superior a los nietos de los 'hillbillys' de los Apalaches y los aldeanos siberianos”.
La mente no importa
"La revolución de las tecnologías de la información está avanzando de la mano de la revolución biotecnológica y es difícil decidir cuál de las dos es más preocupante". Una de las características de la primera es la miniaturización: cualquier móvil inteligente actual posee mayor potencia de cálculo que el módulo que aterrizó en la luna en 1969. "Otra de sus características es el aprendizaje automático". Harari nos cuenta una anécdota enigmática.
Google decidió desafiar al actual campeón de ajedrez electrónico, Stockfish 8, con un nuevo programa, AlphaZero. Stockfish era capaz de evaluar 70 millones de posiciones de ajedrez por segundo; "AlphaZero era solo una milésima más rápido, pero incorporaba algunos nuevos principios de aprendizaje automático".
"AlphaZero no estaba programado con ninguna estrategia de ajedrez, solo le dijeron cuáles eran las reglas y le dieron 4 horas para que aprendiera por sí solo. AlphaZero barrió a Stockfish por 28-0, con 72 empates". Que un equipo amateur ganara la liga profesional de fútbol (por goleada) habría sido menos sorprendente.
"Harari distingue entre inteligencia y conciencia. Estamos acostumbrados a verlas en conjunto, pero puede que nunca haya máquinas con conciencia. Sin embargo, eso no significa que las inteligencias artificiales no aprendan a conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos" o, en cualquier caso, lo suficientemente bien como para realizar la mayoría de los trabajos interpersonales que existen en el sector servicios, donde los trabajos que ha reemplazado la automatización han quedado por lo general relegados al pasado.
En ese caso, "los humanos resultarán bastante innecesario". Harari advierte con frecuencia a los lectores de que "el problema político del futuro no será la opresión o la explotación, sino más bien la irrelevancia". Puede que la reorientación continua a cargo de las arcas públicas (la solución escandinava) no sea suficiente: "habrá un montón de gente que no podrá aprender nada que una máquina no sea capaz de hacer mejor y más barato".
"La solución humanitaria sería la renta básica universal" o, en caso alternativo, unos servicios básicos universales gratuitos (educación, asistencia sanitaria, transporte, etc.). "La solución inhumana (en la que sencillamente mueren innumerables personas superfluas, en su mayoría de países pobres) la evita Harari con esta patética broma: ¿Pero estarían también de acuerdo los votantes estadounidenses en que estos impuestos se dedicaran a asistir a personas desempleadas en lugares que Trump ha calificado de ‘países de mierda’?"
"Si piensas que eso es así, lo mismo te daría pensar que Papá Noel y el conejo de Pascua solucionarán el problema”. Este es un ejemplo más (junto con su incapacidad en todo momento para recomendar, o incluso exponer, que la gente actúe en conjunto por motivos políticos) de por qué '21 lecciones para el siglo XXI', a pesar de toda la brillantez de Harari, no excede de los límites morales de una charla TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño): "nunca describas los crímenes de, ni exhortes a que la gente actúe contra, los poderes corporativos, financieros y gubernamentales establecidos, que son, al fin y al cabo, tan buenos amigos de las buenas personas que dirigen las charlas TED".
Eso no se puede hacer aquí
Dudo que alguna vez hayan invitado a Chris Hedges a dar una charla TED. Si le han invitado, estoy seguro de que alguien perdió su trabajo por hacerlo. "Hedges es tan colérico y elocuente como mordaz y moderno es Harari". En 'Estados Unidos: la gira de despedida', "crónica de una decadencia, retablo de una anomia, retrato de un deterioro", al igual que en sus otros libros, "Hedges sale a la calle y encuentra gente desamparada o abandonada, cuenta lo que le dicen y utiliza su sufrimiento como base para dar un sermón político". En su libro, el elenco de personajes incluye a ludópatas, adictos, manifestantes antifa, supervivencialistas, presos y la ciudad de Scranton, en Pennsylvania.
"Hedges tiene un don para dramatizar esos encuentros". Aparece una adicta/prostituta de Nueva Jersey, cuyas experiencias son casi demasiado dolorosas de escuchar. Asistimos a una escuela de San Francisco donde se enseña a los estudiantes que el abuso verbal puede hacerles sentir 'empoderados'. Las actrices porno nos guían a través de las extraordinarias variedades de perversión sexual. Hedges acude a una 'convención de preparacionistas' en Logan (Utah), donde "algunos survivalistas como regaderas nos informan del aspecto físico de Jesús y María y nos explican la comida y armas que hay que aprovisionar para el fin de los tiempos".
"Algunos reclusos de Ohio y Alabama describen la imaginativa crueldad de la policía y los celadores y, lo que casi siempre es peor, su habitual servidumbre por deudas". Al principio me mostraba crítico con los interludios sermoneadores de Hedges, que a menudo son impactantes pero que con la misma frecuencia son demasiado largos, pero me di cuenta de que "tienen una función adicional, y es que, además de informar y analizar, dan un respiro ante la dureza de sus retratos".
Mientras leía Estados Unidos me descubrí preguntándome: “¿Estamos hablando del mismo país que Gregg Easterbrook insiste en decir que nunca ha estado mejor?” El alcalde de Scranton, que antes era un centro de distribución de productos industriales, se lamenta: “Somos administración, educación y medicina, y si observas todas las ciudades, eso es lo que son. En realidad, ya no queda nada de industria en ningún lugar”.
Scranton - Pennsylvania
Y ¿qué pasa con la afirmación de Easterbrook de que la producción industrial en Estados Unidos está en su máximo histórico? “En casi todas las 19.000 municipalidades del país -escribe Hedges- una recaudación fiscal en decadencia o estancada, junto con unos costes cada vez más altos, han alcanzado proporciones críticas”. En Es mejor de lo que parece no había indicios de nada de esto. “Estados Unidos consume el 80% de los opiáceos mundiales… Las sobredosis por opiáceos son la causa principal de fallecimientos en EE.UU. para las personas menores de 50… El número de muertes por sobredosis se ha cuadriplicado desde 1999. El número de suicidios ha aumentado en un 30% desde el inicio del siglo". Easterbrook no menciona la ofensiva de las empresas contra los sindicatos, mientras que Hedges cita a los economistas Anne Case y Angus Deaton (este último ganador de un premio Nobel):
“Las estructuras tradicionales de asistencia social y económica se debilitaron poco a poco; ya no era posible que un hombre siguiera los pasos de su padre y de su abuelo en un trabajo manufacturero o que se hiciera miembro de un sindicato y comenzara a subir peldaños en la escala salarial… [El] derrumbe de la clase blanca y trabajadora con educación media tras el apogeo que experimentó durante la década de 1970 condujo a una variedad de ‘patologías’’… [y] estas fuerzas sociales cumulativas de acción lenta nos parecen candidatos plausibles para explicar el aumento de la morbilidad y mortalidad, y sobre todo el rol que desempeñan en los casos de suicidio”.
"Eso suena más a un país que está 'sufriendo', que a uno que nunca estuvo 'en mejor forma'". Entonces, ¿están las cosas mejorando o empeorando? Obviamente las dos: "cosas diferentes para gente diferente en lugares diferentes". Y cuál es la mejor manera de responder a esta pregunta: ¿recopilar estadísticas, invocar supuestos utópicos o distópicos de ciencia ficción o informar a fondo sobre la vida y sufrimiento de los individuos?
"¡Las tres!" Habrá desencuentros políticos reales y con frecuencia encarnizados entre los defensores de cada uno de estos planteamientos, pero "la presencia realmente dominante, en la política contemporánea estadounidense de 'plutócratas', 'irracionalistas' y 'autoritarios', con sus 'repulsivas visiones del futuro', debería obligarnos al resto, a escucharnos los unos a los otros".
FUENTE: ctxt.es
La boca del logo
Autor: George Scialabba
Traductor: Álvaro San José
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George Scialabba es editor colaborador en The Baffler y autor de los libros 'Por la república' y '¿Para qué sirven los intelectuales?' Fue una institución de la Universidad de Harvard, donde trabajó como jefe de mantenimiento del Harvard’s Center for Government and International Studies y se graduó gracias a una beca social. En 2015, Scialabba se jubiló y fue homenajeado por Noam Chomsky, Barbara Ehrenreich y Thomas Frank, entre otros.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler
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