Era joven, alta, guapa... físicamente poderosa sin llegar al sobrepeso, pero con una mala leche inigualable. Le encantaba armar líos y follones sin venir a cuento; como aquel día en el que, sentada en la terracita del bar le dijo a H, que se hallaba en la barra departiendo con unos amigos:
- ¡Tío, te estoy tirando los tejos y no me haces ni puñetero caso. ¿Tú eres maricón o qué?!
- ¡Sí! hoy me toca. Vuelve mañana a ver si ya se me pasó.
Sintiéndose ninguneada, se levantó y se fue hacia él con la clara intención de arrearle un sopapo. Entonces T, el propietario del negocio, se interpuso entre ambos, conminándola a abandonar el local si no se comportaba. Fue cuando creí que el castañazo iba a llevárselo él, pero echando chispas por los ojos y farfullando palabrotas, se dio la vuelta, recogió el bolso y se fue sin pagar.
T intentó salir tras ella a reclamarle la cuenta, pero lo detuvimos convenciéndolo de que era mejor así. Tal vez, sabiendo que había dejado una deuda pendiente tardaría más en volver.
Miguel Ángel G. Yanes
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