La tarde, fría y nítida,
Se engalana de pronto
Con alargadas franjas
De nubes carmesíes.
La luna mengua, presa,
Tras las ramas desnudas
De árboles que transforman
Un pedazo de cielo
En una ergástula,
Flotando leve, etérea,
Sobre las tejas desechas
De una casa de campo
Que resiste el empuje
Ruidoso del presente
Entre la barahúnda
de la gente y el tráfico.
de la gente y el tráfico.
El invierno se estira
En un ímprobo esfuerzo
Por quedarse, pero
Su suerte ya está echada:
Apenas en diez días
Regresará la diosa
De su remoto exilio.
Volverá, luminosa,
Su sonrisa de flores
a engalanar de nuevo
Las tristes alamedas,
Los parques, los parterres,
Balcones y azoteas
De toda la ciudad.
Como claro anticipo
De su inminente
Llegada, medran ya,
infinitos almendros
profusamente cuajados
por la magnificencia
por la magnificencia
De su rotunda floración,
Como dulce retazo
De un pasado campestre,
Que a pesar de los años
De abandono y olvido,
Aún palpita en las hebras
Que enredan la memoria
Reseca de la tierra.
La tarde va cerrando
Sus párpados: la luz,
Rauda, se descompone
Y transforma los tonos
Carmesíes en malvas,
Grises, negros... negros,
Profundamente negros.
Y la noche se adueña
Por completo de ella;
De esta villa nacida
Al amparo del valle
del Río Guadarrama,
Hoy ciudad dormitorio
de Madrid capital.
Y de pronto titilan
A ras del suelo estrellas
Artificiales, luces:
Farolas, luminarias,
Que dan vida de nuevo
A aquesta eterna urbe
Que devuelve a la vida
Sus tímidos encantos:
Múltiples parques, plazas,
Jardines, avenidas...
Brillando con luz propia
La torre mudéjar de
La iglesia de la Asunción,
La joya arquitectónica
Más antigua y valiosa
de Móstoles ciudad.
Aunque
existe también
Otro templo
de hermosa
Y
cuidada factura:
La ermita de Nuestra
La ermita de Nuestra
Señora
de los Santos,
Construida a raíz
Construida a raíz
De un
hallazgo fortuito
De
imágenes sagradas,
En una cueva oculta
En una cueva oculta
Bajo
el polvoriento
Solar
en que unos niños
Jugaban a pelota.
Pero hay otros encantos
Jugaban a pelota.
Pero hay otros encantos
perdidos en sus calles;
Esculturas que pulsan
Esas dormidas cuerdas
Del alma que las mira:
Al Maestro, al Lector,
A las Lavanderas,
A la Peña Barbacana,
Y al alcalde decimonónico,
Andrés Diego Torrejón.
Miguel Ángel G. Yanes
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