1/4/19

RUIDOS

Cuando se trata de sonsonetes machacones y repetitivos, como el ladrido insistente e interminable del cabrón perrito monocorde del vecino ¡que no se cansa nunca! (hora tras hora así) es cuando uno se pregunta dónde está el límite, no ya del umbral auditivo, sino de la paciencia y de las buenas normas de convivencia, porque ganas me dan de poner, a todo volumen, alguna de las sinfonías clásicas más escandalosas, posiblemente wagneriana, solo por ver si viene (el vecino, no Wagner) a llamarme la atención.


Hay determinadas ruidos que resultan harto desagradables y molestos, ya sea por lo agudo, por lo intenso, por lo repetitivo, hasta tal punto que pueden afectar no solo al oído, sino incluso al sistema nervioso.

En hablando de ruidos, recuerdo las rabietas que mi buen amigo "Reyes" (q.e.p.d.) se cogía con su santa madre cuando, batiendo huevos para hacer una tortilla, armaba tal escándalo al golpear contra el fondo del plato, que se oía perfectamente desde la calle.


-!Ma'! No hagas tanto ruido con el tenedor.

- Que "finolis". A quién habrás salido.

- ¡Coño! Es que suena como una campana. ¿Por qué todo el barrio se tiene que enterar cuándo comemos tortilla?


Todos estos recuerdos y disquisiciones giraban en mi cabeza mientras degustaba el primer café matutino en un agradabilísmo silencio, habida cuenta de que no eran aún ni las 8 de la mañanas cuando, de pronto, saltó hecho pedazos por el intenso ruido con el que otro parroquiano, de cucharilla armado, en vez de hacerla girar como es menester, golpeaba con ella el fondo de su vaso, con tal ímpetu que más que revolver parecía que quisiera perforarlo.

Miguel Ángel G. Yanes

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