4/1/21

PICHI


Por lo que parece, a Pichi, mi querido y plumífero amigo, no le hizo mucha gracia el 2021.

Cuando al entrar en la cocina este primer día de enero, no me saludó como de costumbre con el consabido "¡Hola Pichi!" (para él, Pichi era yo) lo supe de inmediato. Al retirar el mantel a cuadros blancos, verdes y amarillos con el que siempre recubría su jaula, lo hallé posado en un rincón del fondo, quieto, mudo, tibio aún al tacto: Se había ido con aquel primer amanecer del año nuevo.

Una punzada de dolor atravesó mi pecho, contra el que lo apoyé como postrer abrazo de despedida. Mucho voy a echarlo de menos trás más de 15 años de convivencia, desde que llegó 'motu proprio' a nuestro balcón y, caminando resueltamente por la barandilla, acabó trepando por el brazo izquierdo de Laura, mi hija, que, poco a poco, había ido acercando la mano hacia él. 

Con sumo cuidado para que no se espantara consiguió entrar en casa llevándolo consigo. Le compramos una jaula azul y un espejito verde para que nunca se sintiera solo (están convencidos de que su propia imagen es un periquito diferente) y se quedó a vivir en la cocina, pegado a la ventana, justo sobre la caja del pan duro.

Cuando dilucidábamos qué nombre ponerle, él mismo dijo aquella frase: "¡Hola Pichi!", para nosotros, mágica, ya que, desconocíamos que los pericos pudieran hablar, aunque ésta fue solo la primera de una serie de frases y palabras que comenzó a decir a medida que se habituaba a su nuevo entorno. Luego supimos que se trataba de un periquito inglés, una variedad de tamaño algo mayor que la normal, con la cabeza un poco más voluminosa y esa asombrosa característica de articular palabras.

Estaba claro que se había escapado de algún hogar familiar (imaginamos la tristeza de perderlo) donde debían tenerlo cerca de un teléfono, ya que, soltaba una retahila tal qué: "Riiiiing", "sí, dígame,", "quién es", y otras frases cortas más o menos hilvadas tales cómo: "¡Oye, oye!,", "hay que ver", "¿cómo dice?, "¡dios mío!". También debía haber niños en su anterior residencia, ya que, solía decir: "Sé bueno", "Ven aquí", "Cómetelo todo"... 


Frases aquellas que, por mucho empeño que pusimos en repetírselas, al no corresponder al mismo tono de voz, fue perdiendo en aras de las que nos oía a nosotros a diario: "Laura", "Duque"... 

Sé que voy a echarlo muchísimo de menos porque como 'jubilata' que soy, autotitulado 'cocinero mayor de la república independiente de mi casa', habida cuenta de que Maki, mi compañera y esposa, aún trabaja, Pichi y yo compartimos tiempo, espacio y diálogos imposibles, durante infinitud de jornadas en el territorio cocineril donde moraba él, y yo he de seguir laborando en solitario.

 

Envolví su pequeño cuerpo en un cartucho de papel y lo enterré en un terreno, baldío aún, donde los niños de antaño dejamos nuestra infancia. Y es que, aunque esté prohibido, no podía tirarlo al cubo de los residuos como si se tratase de basura. Fue un ser vivo, un compañero al que quise como se quiere a los amigos, de todo corazón, ya sean personas, caballos, perros, gatos, loros, pájaros... o pericos.

Sé que habrá quienes sonrían ante tal apreciación que considerarán una auténtica ñoñería, pero tengo que reconocer que lo entiendo. Sé que no se le pueden pedir peras al olmo. Cada cual capta lo que su vibración espiritual le permite captar.

NOTA: Pido disculpas a mis lectores por el par de días en los que este blog ha estado detenido, pero no me encontraba con ganas de escribir. Hasta que hoy, aún triste por su pérdida, he decido compartir con ustedes esta pequeña historia.

Miguel Ángel G. Yanes

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