El drama del exludópata 'Manolo':
"Apostar es como meterte un chute"
Foto de archivo de un jugador en una casa de apuestas - ANDREA COMAS (REUTERS)
"No fue consciente de que tenía un grave problema hasta que acumuló una gran deuda". Después de varios años tratando su 'adicción al juego online y a las casas de apuestas' con un terapeuta de Proyecto Hombre, el joven "ha conseguido salir del pozo de la ludopatía".
Era una forma de vida: desde que se levantaba hasta que se acostaba. "Su primera apuesta deportiva fue en un bingo del paseo de la Castellana: Manolo apostó 100 euros a que la selección española ganaría la Eurocopa de 2008 y se embolsó 600. Tenía 24 años y un buen trabajo. Durante un tiempo jugó de forma puntual, sobre todo 'online', hasta que en 2013 se le fue de las manos".
“Hasta
entonces no me consideraba un adicto. Trabajaba, podía ahorrar algo y no
impactaba directamente en mi economía ni en mi vida. Hacía 5
apuestas al día. Cada una, entre 20 y 70 euros". .
"Manolo empezó a 'profesionalizar' su vicio". Se centró en los partidos de tenis. Conocía a las doscientas mejores raquetas del mundo. Entraba en foros buscando información. "No se despegaba del móvil" para seguir cada punto en directo. Por la noche, programaba los movimientos del día siguiente, pero llegado el momento actuaba por impulsos. “Esa aparente profesionalización era un autoengaño para aligerar un peso emocional”. De hecho, llegó a dejarse el dinero en partidos de ping-pong o de la liga femenina de baloncesto china.
“La 'adicción al juego'
es la punta del iceberg, bajo la que subyacen muchas otras cosas”,
reconoce Manolo a sus 36 años, tras recibir el alta en
Proyecto Hombre, adonde acudió en busca de ayuda en 2015. "Había
contraído una deuda de 23.000 euros" y tenía que afrontar un pago
inminente de 1.800. “Cuando le conté a mi terapeuta lo que me estaba
pasando, sentí una liberación. Luego se lo dije a mi familia y a mis
amigos, quienes empatizaron conmigo y comprendieron que era una
enfermedad”.
Arropado por los
suyos, volvió a disfrutar de sus amigos, encontró pareja, comenzó a
viajar y sintió algo cercano a la plenitud vital. Sin embargo, después
de casi 3 años sin jugar, 'sufrió una recaída'. “Fue una hecatombe y
perdí mucho dinero”. Prefiere no concretar la abultada cifra, de cuatro
ceros, pero "llegó a mover 10.000 euros a la semana". Un solo día podía
ganar o perder 3.000 en varias apuestas. “No me gasté más dinero porque
no lo tenía. Y los bancos me habían cerrado el grifo del crédito".
“Lo más duro es la recaída, porque eres consciente de que has tirado por la borda años de trabajo, por lo que esa angustia te flagela. También es peor porque tienes mayor conciencia y cuentas con herramientas para frenarlo, pero no puedes hacerlo. Es más, te vuelves agresivo y peligroso, porque te consideras más fuerte, aunque sea mentira. Volver a engañarte a ti mismo y a tu entorno te martiriza”, confiesa Manolo, quien hasta sufría cuando le sonreía la suerte.
Así, cuando perdía
dinero lo justificaba por la adicción y se compadecía a sí mismo, porque
sabía que tenía un problema. "En cambio, la sensación de ganarlo era
mucho más insatisfactoria, porque su origen era negativo y me sentía
culpable. Y, como no puedes compartirla con nadie, te la comes”, afirma
este joven, quien prefiere omitir su verdadero nombre.
"Si le iba bien, no destinaba las ganancias a saldar las 'deudas'".
Pese a que en el trabajo cumplía, dejó de valorar el dinero. O, mejor
dicho, la nómina: "el sueldo que recibía cada mes era el mismo montante
que podía ganar o perder en un día", aunque su cabeza optaba por
olvidarse de las pérdidas y recordar las ganancias. “La concepción que
tenía del dinero se alejaba de la realidad, del mismo modo que también
se alejaba mi vida”.
Paradójicamente, tropezó cuando recibió una prima y fue promocionado en el trabajo. De nuevo se sentía bien, volvía a tener dinero en el bolsillo y profesionalmente no podía irle mejor. “Aunque parezca contradictorio, pensé: Si ahora gano pasta con las apuestas, 'soy la hostia'. En el fondo, echaba en falta ciertos estímulos, como la liberación de dopamina y endorfinas en el cerebro. O sea, lo que siente un adicto, por lo que en cuanto podía me iba corriendo a jugar. En la fase crítica, apostar es como meterte un chute”.
A pesar de que el
afán de ganar dinero puede ser la causa inicial que introduce a muchos
en el juego, Manolo cree que luego desarrollas un hábito pernicioso y te
conviertes en un adicto. “Cuando jugaba sentía una liberación y cuando
no lo hacía me atacaba la ansiedad. Ya no era una cuestión
monetaria, sino una forma de vida… o de supervivencia”. Al principio, no
lo consideraba un problema y le quitaba importancia, pues no
vislumbraba lo que se le vendría encima.
"Su círculo de
amistades sabía que apostaba, pero no se imaginaba la cantidad, si bien
llegó a pedirles préstamos". Le atormentaba la mentira, aunque guardaba
las formas. “Lo único que respete durante todos estos años fue el
trabajo. Nunca falté a la oficina, ni me perdí el cumpleaños de un
amigo. Procuraba ser ordenado en el día a día para que el efecto
negativo fuera menor”. Sin embargo, como llegó a superar los límites
fijados por las 'empresas de juego online', lo alternaba con las 'casas de apuestas'.
Manolo desmitifica el tópico de que afecta a la gente más humilde de los barrios obreros. “Yo he vivido el impacto del juego en la sociedad desde el principio, cuando apenas había locales. He compartido espacio con 'jóvenes pudientes' en casinos de la zona de negocios y con 'inmigrantes' en el centro de Madrid, cuyas apuestas eran mucho menores, aunque se pasaban todo el día allí. Eso sí, su situación es más crítica, porque quienes no tienen recursos cuentan con menos ayudas. Al final, me daba vergüenza entrar en un establecimiento”.
"La 'recaída'
le afectó económicamente, pero no cayó hasta el fondo del pozo".
Resultaba más fácil salir tras la labor previa desarrollada junto a su
terapeuta, con quien se veía una vez a la semana y luego cada mes.
“Influye la voluntad personal y el entorno íntimo, si bien la ayuda
profesional es primordial. Me cuesta imaginarme a alguien que consiga
superarlo sin ese apoyo”, explica Manolo, quien no deja de agradecer el
respeto y la sensibilidad que le brindó. “Era el único espacio verdadero
en el que mi historia era lo importante. No me juzgaba y, gracias a sus
herramientas, eres tú quien te desarrollas”.
Una no vida, la
del engaño: empezó a jugar porque se aburría en el trabajo y se creía
capaz de ganar dinero. ¿Fue ése el único motivo? “Es una suma, pero el
factor soy yo”. Dejó de ver cine, aunque cuando iba a una sala "se
ausentaba en medio de la película para apostar desde el baño". Cuando estaba
en su piso, "se excusaba diciendo que bajaba a por tomates, mas "su
destino era la 'casa de apuestas'" de un barrio del Madrid castizo. “No vivía el momento, mi existencia era por y para el juego”.
Otra nueva vida, la del reencuentro: descubrió cómo era él, incluso antes de engancharse. A veces, cuando quedaba con su terapeuta, las conversaciones se perdían en el tiempo y buceaban en su yo más íntimo. "Debía corregir su carácter soberbio y ególatra", que le había empujado a creerse capaz de vencer a la máquina. “Cuando sientes que ya no tienes el control, debes acudir a un profesional. No todo el mundo puede contar con su familia. Y, aunque yo tuve la suerte de tenerla cerca, la terapia fue un bálsamo”.
"Ahora recuerda
nítidamente el momento de la recaída. Unos compañeros de trabajo
decidieron hacer una apuesta y les dejó claro que no pisaría el local.
Sin embargo, aportó 20 euros y ganó 160". Todos, como él, gozaban de
una posición económica saneada. “El adicto se puede desarrollar en
cualquier ámbito. En los 'barrios mas humildes',
hay gente que al inicio busca ganar dinero fácil y termina
enganchándose, pero yo he conocido a personas con mucha pasta que
cayeron igualmente”.
"Manolo desgrana sus últimos años en el centro de Proyecto Hombre
donde logró hacer pie". Ha recibido el alta y bromea con su terapeuta,
quien acude a saludarlo. Ya no ve competiciones deportivas, porque ha
prescindido de unos alicientes que antes necesitaba. Sin embargo, hace
más deporte que nunca. “El estímulo del juego está tan metido dentro de
uno, es tan fuerte, que debes sustituirlo por otros incentivos. No pasas
de no jugar a tener un estado de felicidad y paz. Tienes que hacer
transferencias y ocupar el tiempo en otras actividades, aunque tampoco
voy a estar leyendo libros 12 horas”, ironiza.
El móvil, en cambio, sigue presente. Estaba tan pendiente de los resultados que sigue mirando el teléfono a menudo como un acto reflejo. “Cuando estaba enganchado, era uno de los vehículos obsesivo-compulsivos porque se trataba de mi herramienta de trabajo”. Como si apostar fuese un trabajo, si bien ocupaba más espacio y tiempo en su cerebro que el trabajo mismo. “Ahora, en cambio, mi vida es estar con mi familia, con mis amigos y solo, porque llevaba mucho tiempo sin conectar conmigo mismo y sin saber quién era”.
“También he sufrido mucha angustia, desesperación y
tristeza, aunque cuando dejé de jugar sentí una liberación”. Antes, la
liberación era otra, apostar y apostar. Hoy, disfrutar del instante.
“Volver a tener esa sensación, más limpia y profunda, es increíble. Te
permite decirte a ti mismo: ¡Lo he conseguido! La recaída es más fuerte, pero también las ganas de no volver a jugar”.
FUENTE: publico.es
Henrique Mariño
Madrid - 24/01/2020
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