26/1/20

ARTE Y LETRAS

Conversaciones de un traductor (de literatura) de lenguas raras 

Crónica de algunas de las ventajas sociales que proporciona ‘traicionar’ a Orhan Pamuk y otros escritores turcos

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"Yo traduzco del turco. No, no tiene nada que ver con el árabe, son como el huevo y la castaña. Sí, sí que la mayoría son musulmanes, pero también lo son los malayos y no se imagina uno a Sandokán hablando árabe". Pues mire usted, "el turco es un idioma más raro que un perro verde, aunque no para ellos, claro". Eso es una ventaja para gente como yo, que les dio por estudiarlo, porque como solo lo hablan ellos, somos muy pocos los que lo traducimos y, por lo tanto, cuando hay algo que traducir nos buscan.

"Como somos pocos, ser traductores del turco nos define". Es decir, pierde uno la poca personalidad que tenía, o gana una nueva, si se quiere ver de forma positiva. Durante mucho tiempo, al presentarme a alguien siempre era 'el traductor', sin más gaitas. "Cuando a uno de los autores que he traducido le dieron el premio Nobel, pude añadir un complemento preposicional a la profesión: 'Soy el traductor del nobel', y con eso basta".

"De hecho, debe de ser algo como el 'orden sacerdotal', que imprime carácter, porque aunque he dejado de traducirlo sigo siendo 'el traductor del nobel'". Imagino que algo parecido ocurriría con escritores como Knut Hamsun en su momento, que el noruego tampoco es de esas lenguas con las que va uno mucho más allá de Noruega.

Knut Hamsun

"Esta identificación con la profesión permite continuar la charla informal", tras la presentación, aunque por unos derroteros bastante previsibles. Por un lado, está el interlocutor al que todo esto de la traducción le parece de una dificultad infinita con "lo lioso que es aprender lenguas y no digamos ya el turco. Lioso e inútil, porque sabiendo inglés vas a todas partes."

"Si esto del inglés se lleva al extremo, llegamos a los que todo lo leen en esta lengua porque en general las traducciones al español son muy malas". Esta precipitada afirmación tiene la ventaja de que, como te lo dicen a ti, que es tu oficio, tienes derecho de réplica y puedes continuar la conversación –ahora más hostil– explicando que todo lo contrario, que las traducciones al español son muy buenas, vas tú a comparar.

De lectores apasionados por las traducciones inglesas, "lo más radical que he visto ha sido a una compatriota del mencionado nobel que se leía sus obras en inglés en lugar de en su lengua materna". Supongo que lo haría por practicar, pero no deja de ser extraño. "No me imagino a ningún castellanoparlante leyéndose en inglés La Regenta, por ejemplo". La desventaja es que algunos editores piensan lo mismo, que la traducción al inglés es la buena, y tienes que dar mil explicaciones de que en el original es así –o sea, como tú lo has escrito– y no como en inglés. "En la Edad Media seguro que pasaba lo mismo con las traducciones al latín y de ahí el éxito de la Vulgata".


"El segundo tipo de contertulio es el polo opuesto y opina que traducir consiste en tirar de diccionario y ya está". Este también da muy buena conversación, pero siempre acaba igual. Tú "te dedicas a explicar los problemas culturales y morfosintácticos de traducir una lengua como el turco", que son de película de terror, pero todo acaba en cómo se dice tal o cual palabra. "En cuanto a problemas culturales y películas de terror, todavía me acuerdo de la cara de los espectadores (turcos) en un festival de cine de Estambul cuando, sin más explicaciones, les pusieron un documental de Gutiérrez Aragón sobre la Semana Santa de Sevilla".

"Si yo fuera turco y empezase a ver encapuchados y cristos ensangrentados no sé muy bien qué habría pensado, posiblemente en la Inquisición". El tipo de los diccionarios también prescinde de sutilezas culturales porque, como todo lo que le interesa son las palabritas, siempre está preguntando cómo se dice, no sé, morcilla, por ejemplo, "y tú venga a explicarle que no solo es que no exista la morcilla en Turquía, sino que la consideran una guarrería de marca mayor, además de gran pecado si eres musulmán".

No sé por qué, pero "estos últimos individuos tampoco suelen estar muy interesados por la literatura" y ya, de entrada, "no le ven mucho sentido a que te dejes las pestañas traduciendo libros por 'cuatro perras'" (por cierto, expresión cultural que le ha dado más de un dolor de cabeza a muy queridas colegas turcas) pudiendo hacer certificados de penales y de estudios, que de estos nunca faltan gracias a los 'erasmus', que podría uno sacarse una pasta. 

Atardecer en Estambul

Uno de ellos me hizo un comentario muy gracioso: “Me han dicho que los libros que traduces son un rollo”. Lo gracioso –por no llorar– es, por supuesto, ese 'me han dicho' que "deja bien claro que no se los ha leído y ni lo piensa hacer". La defensa habitual es asegurar vehementemente que tú no has escrito los libros en cuestión, sino que te has limitado a traducirlos. Pero nadie se cree que el traductor no hace su trabajo por gusto, así que suena a excusa.

De hecho, "lo más normal es que todos piensen que eres tú quien propone los títulos". Es decir, que te lees un libro, piensas “¡Qué libro más chulo!” y entonces se lo propones a una gran editorial internacional y ellos caen a tus pies y lo publican porque no tienen nada más entre manos. A partir de ahí ya puedes tumbarte a la bartola y vivir de los 'royalties'. Pues bien, "eso es un mito y desmentirlo te da para otros 10 minutillos de charla".

"Tampoco es que me queje, porque, como no me gusta el fútbol, tengo poca conversación y al menos ser traductor de una lengua rara me da para un ratillo una vez que se termina el tema del mal tiempo que está haciendo". Porque, desde luego, como diga que soy 'filólogo', ahí sí que la hemos liado.


FUENTE: ctxt.es
Rafael Carpintero
22/01/2020

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