7/8/20

LA MERIENDA (POEMA)



La merienda era un pan
Con aceite y azúcar.
Cortabas el pan en dos
Y en una de sus mitades
Hundías el dedo índice
En su esponjosa miga
Y en el hueco dejado
Introducías luego
Un verde chorreón
De aceite y un puñado
Generoso de azúcar.

O a veces una onza
De oscuro chocolate,
Que con la misma técnica,
El dedo indicador
Enterraba en el seno
De la horneada harina.
 
Pero pasado el tiempo
Quedarían atrás
Esas antiguas técnicas
Y se adoptaron nuevas:
Abriríamos el pan
Untando sus mitades
Con mermelada, miel,
 Tomate o mantequilla.
Y hasta en ocasiones
introduciendo entre ellas
algunas finas lonchas
De embutidos al uso.
 
En los años más duros
De la posguerra era
La merienda un lujazo
Que tan solo los ricos
Y sus afines podían
Permitirse a diario.

 Con el tiempo la hambruna
Cedió algo y el pan,
Negro, duro y escaso,
poco a poco, llegó
A las mesas desiertas
De los pobres más pobres.

En aquella época
El salir a la calle
Comiendo un bocadillo
Era algo que las madres
Nos tenían prohibido.
 Había que comer en casa:
“No se puede desconsolar
A los que menos tienen”.

Pero nosotros, niños
Al fin y al cabo, siempre
Conseguíamos eludir
Los controles maternos
Y, sandwich en mano,
(lo de ‘bocadillo’
vino mucho más tarde)
Echarnos a la calle
En un despiste.

Darle un pequeño trozo
A algún buen amigo
O permitirle que asestara
Algún fugaz bocado
A tu merienda era
Aprender a conjugar
El verbo compartir:
Una experiencia
Enriquecedora
Que forjaba también
Nuestro carácter.

Si -cosa bastante extraña-
Sobraba algo de sandwich
Y nadie lo quería,
El ritual era claro:
Se besaba el pan
(Era el fruto sagrado
Del trabajo paterno)
Y se depositaba
Sobre algún muro, poyo
O alfeizar de ventana.

Todos sabíamos bien
Que en algún momento,
Cuando nadie mirara,
Alguna otra persona
más pobre y más hambrienta,
daría cuenta de él.

Miguel Ángel G. Yanes

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