'Garrucha', 'pera', 'doncella de hierro' y otros pavorosos métodos de tortura de la Inquisición
Tribunal del Santo Oficio
La Inquisición o Tribunal del Santo Oficio, en cualquiera de sus variantes –Española, Episcopal, Pontificia–, nacida en el siglo XIII y muerta en el XIX, exactamente en 1808 por orden de Napoleón Bonaparte, no tuvo otra función que "torturar hasta la muerte, o perdonar al desdichado que caía en sus fauces si confesaba…", aunque en ese punto ya quedaba idiota o inválido para el resto su vida.
"Nadie estaba a salvo". Para la Iglesia, "herejes eran todos",
con mínimas excepciones o distracciones: judíos, conversos (llamados
marranos o cristianos nuevos), homosexuales, masones, brujas (¡!),
blasfemos, desviados de la religión oficial, ladrones, asesinos,
apóstatas… y sospechosos de cualquiera de esos cargos.
En
un principio, las formas de muerte más comunes fueron la horca o la
hoguera, pero en 1252, al
papa Inocencio IV le parecieron demasiado
piadosas y poco efectivas, ya que los condenados morían muy rápido, y
estableció oficialmente la tortura para lograr que "aquellos desviados de la religión oficial confiesen sus pecados".
La
norma, proclamada por medio de una bula, fue una obra maestra de la
hipocresía: "El oficial o párroco debe obtener de todos los herejes que
capture una confesión mediante la tortura… sin dañar su cuerpo o causar
peligro de muerte".
Empezó
entonces la larga noche de los instrumentos de tortura: "la apoteosis de
la crueldad y la perversión. Paradoja: una obra del Demonio. Eso que
querían encontrar en los cuerpos y almas de los desdichados…"
Veamos el catálogo…
EL POTRO
Una
de las torturas más difundidas desde la Edad Media. Sencilla, fácil de
construir y muy efectiva, como rezaría un eslogan publicitario.
Se
acostaba al prisionero sobre una mesa con cuerdas en sus extremos. Dos
para los brazos, dos para las piernas…, que se enrollaban en una rueda
giratoria. De ese modo, a medida en que las preguntas del inquisidor del 'tribunal de fe' no eran respondidas, "el verdugo hacía girar la rueda, los miembros se estiraban, el dolor superaba la barrera de la resistencia
–a veces, el cuerpo se alargaba hasta 30 centímetros–, y si aun
así no había confesión, la diabólica máquina dislocaba y fracturaba
brazos y piernas…, y en su punto máximo los separaba del cuerpo. Un
descuartizamiento…"
Según escribió el catedrático Luis Muñoz en su obra Origen, Historia Criminal y Juicio de la Iglesia Católica, "luego de unas vueltas era imposible mantenerse en pie o caminar siquiera dos pasos".
EL APLASTA PULGARES
Un simple instrumento de metal, portable, en el que "introducían los dedos de las manos y los pies del reo, y se hacía girar un tornillo cuya punta destrozaba, uno a uno y hasta que mediara la confesión, cada uno de los dedos".
El insoportable dolor y los consiguientes gritos del torturado, más la
oscuridad de la cámara de tormentos, apenas iluminada por antorchas,
creaba un escenario fantasmal…
EL AHOGADO
Había varias versiones de este horror. La más simple, básica y no menos criminal era "acostar
al condenado sobre una mesa, atarle manos y pies, taparle las fosas
nasales, ponerle una pieza de metal en la boca para impedir que la
cerrara rápidamente, y meterle ocho cuartos de líquido por el gaznate", según la narración de Luis Muñoz. La
sensación de ahogo era el prólogo de la muerte. A veces, el desdichado
perdía el conocimiento, y poco después moría por la distensión, hasta la
ruptura, del estómago.
Los
años, que a veces son buenos consejeros, en este caso perfeccionaron la
tortura y su espanto: "trapo de lino metido en la garganta, agua
filtrándose gota a gota al llegar al trapo, y esa lenta inundación
obligando a la víctima a respirar con desesperado esfuerzo…", hasta la
confesión o la muerte. Confesión inevitable de cualquier cargo con tal
de escapar de la trampa.
Hacia el
final del siglo XVI (1598), un inocente fue acusado de ser un hombre
lobo poseído por el demonio (¿?). El verdugo lo ahogó, pero modificando
el método: ¡el preso colocado boca abajo! Por supuesto, se puso de moda…
LA PERA
Tortura vaginal, oral o anal, consistía en un objeto en forma de pera que se introducía en la boca, vagina o ano del reo.
La oral se destinaba a "predicadores heréticos", la vaginal a mujeres
"con relaciones sexuales con Satanás o con algún familiar", y la anal a
"los homosexuales pasivos".
Una vez instalado en alguna de las
cavidades, "la pera se agrandaba por medio de un tornillo, y al
mismo tiempo, en sus paredes exteriores, aparecían púas que desgarraban
los tejidos".
Era un doble suplicio: "la expansión progresiva de la
pera que destrozaba la cavidad para siempre, y por otro las hemorragias
provocadas por las púas. Imposible sobrevivir…"
LA GARRUCHA
Similar al potro, pero no menos dolorosa. "Se
ataban las manos del acusado por la espalda, se lo alzaba a varios
metros del suelo y tirando de las muñecas con un mecanismo de poleas, y
llegado al límite se lo dejaba caer… sin que el cuerpo tocara el suelo" (Nota: una pavorosa versión del bungee jumping
actual). Repetido el rito varias veces, la víctima quedaba
desconyuntada…, salvo que al segundo o tercer intento confesara crímenes
y pecados inexistentes…
La
garrucha tenía también una atroz variante. Una vez que el prisionero
estaba en el aire, le ataban en los pies bloques de hierro de casi 40 kilos que, al dejarlo caer, le quebraba las piernas. Los
jueces recomendaban "dejarlo suspendido en el aire el tiempo que se
tarda en recitar dos veces el salmo Miserere, oración de
arrepentimiento".
Método que alargaba la tensión y el sufrimiento…
Y si aún así no confesaba, se le estrangulaba, y se quemaba su cuerpo.
LA CUNA DE JUDAS
Era
un artefacto formado por dos partes: "un sistema de poleas que permitía
alzar al preso varios metros y dejarlo suspendido en el aire, y una
pequeña pirámide de madera con su punta muy aguzada".
"Al dejarlo caer, esa punta desgarraba el ano, el escroto o la vagina".
"Al dejarlo caer, esa punta desgarraba el ano, el escroto o la vagina".
LA DONCELLA DE HIERRO
De siniestra y rebuscada concepción, se trataba de "un sarcófago con forma humana y varias agujas en sus paredes interiores. Al encerrar al acusado en esa celda, las agujas le desgarraban distintas partes de su cuerpo hasta que moría desangrado".
Según
un artículo del diario español ABC en 2012, "la primera ejecución bajo
este método sucedió el 14 de agosto de 1515, y la víctima fue un
falsificador". Acerca de este caso, el autor alemán del siglo XIX Gustav
Freytag escribió: "Las puntas afiladísimas le penetraban en los brazos,
en las piernas, en la barriga, en el pecho, en la vejiga, en la raíz del
miembro viril, en los ojos, en los hombros y en las nalgas, pero no
tanto como para matarlo, y así permaneció con gritos y lamentos dos
días, hasta que murió".
LA SIERRA
Considerada
como una de las torturas más brutales, por lo común "estaba reservada a
las mujeres que, según los inquisidores y sus canallescos Autos de Fé,
habían sido preñadas por Satanás y darían a luz un 'niño-demonio'".
"La acusada era colgada boca abajo con el ano abierto, y una sierra la cortaba hasta llegar a su vientre –cuna del imaginario hijo de Satanás–, y por fin al pecho". No se le exigía confesión: era una condena a muerte.
Cualquier
tratado elemental de psicología –o cualquier humano de capacidad mental
estándar– saben que aquellos monstruosos tormentos no buscaban la
verdad: "eran sólo venganza y alimento para el sadismo, el odio y
la perversión de los jueces".
(Post
scriptum) Entre los procesos célebres figuran el del Niño de la Guardia,
judío, al que se le arrancó el corazón; el sufrido por Antonio de
Nebrija, autor de la primera gramática castellana, acusado de
hechicería, y absuelto; el de Fray Luis de León, procesado por su
traducción del Cantar de los Cantares, y absuelto 5 años después. Al
volver a su cátedra, pronunció aquellas famosas palabras: "Decíamos
ayer…". Y también padecieron procesos Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz. Por cierto, la Inquisición y sus torturas crearon escuela.
El 'potro' fue reemplazado por la 'picana eléctrica'. El 'ahogado' todavía se
aplica en algunas cuevas de los servicios de Inteligencia. La 'quebradura
de dedos, piernas y brazos' aun funciona como castigo de las 'mafias
italianas', y su variante con bloques de hierro en los pies de los
prisioneros fue usada por los nazis en Auschwitz. En rigor de verdad,
desde siempre y hasta hoy, en cualquier comisaría de países civilizados
(o no tanto), los interrogatorios son reforzados por golpes que no dejan
marca –con guías telefónicas, toallas o rollos de papel–, y en los
sótanos de las dictaduras aun funciona el Submarino Seco: varios
intentos de asfixia envolviendo la cabeza del sospechoso con una bolsa
de plástico. Y arrancar las uñas no es algo del pasado.
FUENTE: infobae.com
Alfredo Serra
02/12/2018
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