"QUÉ REVOLTURA"

Es esta una frase típicamente cubana que la emigración canaria trajo de vuelta a las Islas. Solía oirla en boca de mi abuela Melania cuando algo de insistente machaconería la aquejaba tanto que terminaba provocándole repugnancia.

Pues la he hecho mía ante el hastío que me causa la obsesión con la que las derechas nos restriegan a diario la enseña nacional por las narices: ¡tremendo matuperio!

Reconozco que es la actual bandera de este país (me gusten más o menos sus colores) pero de ahí a la manipulación que de ella se hace... ¡joder! es que aparece hasta en la sopa tortilla. Termina uno por hartarse.

Y es que las derechas, más que como símbolo de unión de todos los españoles, la enarbolan como si fuera cosa suya, aludiendo no ya a su 'democrática' implantación, sino como emblema resurgido de una guerra fratricida que 'los suyos' ganaron, aunque se le haya difuminado la 'gallina'.

Bien: allá cada cual con su castaña, ¡pero coño! es que aparece en balcones, ventanas, pulseras, llaveros, imanes, ropa, calzado, gorras, corbatas, tirantes, bufandas, cinturones, delantales, manteles, alfombrillas, relojes, tazas, platos, botellas, jarras, latas, cascos, chapas, pins, bolígrafos, pisacorbatas, monederos, carteras, tarjeteros, correas, peines, abanicos, mochilas, móviles, paraguas, balones, abridores, ceniceros, petacas, posavasos... 

 

Y ahora con la puñetera pandemia del coronavirus, ¡la han puesto hasta en las mascarillas!.
 

¡¡Ya sé que es la enseña nacional, carajo!!! A mí no me hace falta esa estúpida reiteración para saber que soy español. En realidad tanta ostentación e insistencia lo que me provoca (como a Melania) es cierta revoltura, casi tanta como la omnipresente bandera estadounidense de la que, dicho sea de paso, no hay ni una sola película norteamericana donde no aparezca tropecientas veces. Fíjense si no.

Miguel Ángel G. Yanes