En el momento de escribir esta entrada son las 23,30 de la noche y el animalito sigue con su insistente y monótono "guineo" desde que rayó el alba. Si bien, con los ruidos propios de la jornada laboral se atempera un poco el sonsonete, al caer la noche y decrecer los sonidos circundantes, el agudo "guau-guau" del perrito se hace insoportable. Cierro la ventana y la puerta del balcón que dan a la calle, pero no hay manera, se sigue colando en mis oídos por mucho que suba la música o el volumen del televisor. Intento refugiarme al fondo de la casa pero se cuela también hasta allí amplificado por la boca-patio. Ya no sé qué hacer. Y es entonces cuando me puede la cólera y me cago en el can y en la madre que lo parió, que ni es puta ni tiene culpa alguna, pero ya me da igual.
Día tras día así se hace tan insoportable que voy a terminar odiando, no solo al puñetero perrito, sino a los dueños, que no sé muy bien si les importa un carajo la vecindad o es que son sordos.
En estas elucubraciones andaba, cuando un grito de varón -grave y potente- estremeció la noche gritando:
- ¡¡¡¡¡ESE PEEEEEERRO!!!!!
Veo que no soy el único afectado. El sonsonete de ladridos sigue y sólo me queda aplicarme aquel dicho:
"Mal de muchos, consuelo de tontos".
Miguel Ángel G. Yanes
¿Serán ladridos grabados? A ver si se trata de algún-a sonaja empeñado-a en joder al vecindario.
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