Recuerdo que en alguno de aquellos ejemplares, Supermán aparecía acompañado por Supergirl, una chica kriptoniana como él, y en ocasiones por Kripto, un gran perro blanco con una capa roja que le permitía volar igual que ellos.
Años más tarde, allá por la adolescencia, tuve un pequeño perro: un cruce de foxterrier de pelo duro llamado Ney, del que puedo decir, sin temor a equivocarme, que fue, obviando razas y tamaños, el más inteligente de todos los que habitaron en casa. Y no solo eso; era tenaz y obediente como pocos.
Le encantaba morder su correa, y aunque yo tiraba de ella por el otro extremo con todas mis fuerzas, no había manera de arrebatársela. Hasta el punto de que si giraba sobre mi mismo, él giraba también a mi alrededor con las cuatro patas en el aire, sin soltar la presa.
Aquello se convirtió en un espectáculo para la chiquillería que, a cada rato me pedían que lo hiciera girar. Lo que a la postre devino en que los críos acabaran llamándolo "el perro volador".
Miguel Ángel G. Yanes
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