La activista Greta Thunberg. Foto: Parlamento Europeo.
La activista planetaria Greta Thunberg ha viajado en barco a EE.UU. para decirle al hombre más poderoso de La Tierra que vivimos en una emergencia climática, mientras la ultraderecha española juega con fuego al negacionismo. Revisemos uno de esos libros esclarecedores sobre la crisis ecosocial en que estamos inmersos: ¿Vivir como buenos huérfanos? (Los Libros de la Catarata), de Jorge Riechmann: “Vivimos en el Siglo de la Gran Prueba”.
La joven activista sueca Greta Thunberg viaja a Estados Unidos para hablar sobre cambio climático, para que los políticos y mandamases del mundo se dejen de cháchara y empiecen a tomar medidas concretas y urgentes. Por coherencia (a pesar de su edad, cuando inició hace unos meses los viernes por el clima decidió rehuir de los aviones, un movimiento que se ha extendido en Suecia) ha viajado en un barco de vela.
Por lo que leo en algunos medios y en las redes sociales (en su versión más ponzoñosa), hay quien piensa de esta joven idealista, y por tanto práctica, que no es más que una niña pija, un bluf, una maniobra de distracción de los progres que quieren cambiar el mundo. Creo que hay mucho paternalismo y machismo detrás de esas opiniones, mucha ignorancia e inseguridad, pero este es otro tema.
Thunberg le dirá a Donald Trump que el cambio climático es una evidencia científica, no una opinión discutible. Los datos está ahí. Y en contra de lo que piensa mucha gente, yo creo que Donald Trump lo sabe, que el cambio climático que vivimos existe y que lo ha provocado la desmesura de los humanos, pero es un hombre de negocios en el peor estilo y carece de escrúpulos. Los efectos del calentamiento global abrirán nuevas rutas y se tendrá acceso a recursos naturales resguardados durante miles de años bajo el hielo. Ahí está el negocio.
"El business es el business". Sus discípulos españoles de Vox (que el otro día tumbaron en el Senado una declaración sobre el incendio en Gran Canaria porque aludía al calentamiento global y eso era ideología) sí que creen de verdad que el cambio climático no existe, de la misma manera que creen que los humanos venimos de Adán y Eva o que la homosexualidad (y no digamos ya la transexualidad) es una enfermedad, que tiene cura, eso sí.
Thunberg es un ejemplo de que hay jóvenes que no se resignan al mundo que les hemos dejado, que les estamos dejando. Es cierto que a lo largo de la historia de la Humanidad ha habido crisis, guerras, pero lo que diferencia el momento actual es que por primera vez nuestra supervivencia en La Tierra (no la vida, que ya se las arreglará, o la del propio planeta) está en peligro. Tenemos que actuar y debemos hacerlo ya, quizás ya no para evitar el desastre (que parece inevitable), pero al menos para aminorar sus efectos.
"Vivimos en el Siglo de la Gran Prueba" nos viene advirtiendo el filósofo y poeta madrileño Jorge Riechmann desde hace tiempo, el siglo en el que los humanos daremos la medida de nuestras posibilidades: si abrazamos la desmesura, la tentación de convertirnos en dioses, o por el contrario apostamos por un cambio radical de modelo que evite la crisis ecosocial y ahonde en lo que nos hace también humanos, como la empatía, el amor por todos los seres vivos y la solidaridad.
"Deberíamos poder vivir en un mundo donde releer un libro fuera posible", nos dice Riechmann en ¿Vivir como buenos huérfanos? (Libros de la Catarata). Este verano yo he aprovechado para releer este ensayo, uno de los mejores del autor en mi opinión, y que debería ser de lectura obligatoria. Como en libros anteriores, Riechmann retoma el reto de abordar la crisis ecosocial que está a punto de colapsar el mundo, pero en esta ocasión se adentra además en territorios más metafísicos, como el sentido de la vida o la importancia de la religión/espiritualidad (en sentido amplio, no como institución organizada).
El poeta y filósofo construye este ensayo a partir, entre otros, de la obra de dos pensadores fundamentales del siglo XX como Albert Camus y Manuel Sacristán. De este último, a quien considera su maestro, toma su ecosocialismo y su capacidad para cuestionar algunos malentendidos de la izquierda tradicional, como el sentido del progreso como crecimiento ilimitado o el rechazo a la espiritualidad/religión (hay un capítulo interesantísimo dedicado a este tema). Aparte de entrelazar el socialismo con la ecología, Riechmann establece puentes con otras formas de organizar y entender la vida, como las religiones orientales (el budismo, por ejemplo).
Pesimista (el pesimista es un optimista bien informado, aseguraba José Saramago) y contrario a una suerte de positivismo tontorrón (wishful thinking) que invade nuestra sociedad, Riechmann cree sin embargo que, ante el ecocidio, hay que seguir dando la batalla y resistir. Hay que mantener la esperanza, no tanto porque se vayan a conseguir nuestros anhelos de construir una sociedad más justa, sino casi como obligación moral. “Yo no veo la esperanza como un cielo luminoso, la veo como una vela encendida en la tiniebla”, aseguraba Berger, a quien alude Riechmann en el libro en varias ocasiones.
Tenemos una cita para mantener encendida esa vela el próximo 27 de
septiembre, en la huelga mundial por el clima.
Podemos mirar para otro lado, comportarnos como si no pasara nada, o salir a la calle y exigirles a los gobernantes que actúen ya. "Naciones Unidas apenas nos da 12 años para evitar lo peor". A eso ha ido la joven Thunberg a Estados Unidos, a recordarles a quienes mandan lo que es evidente.
FUENTE: elasombrario.com
Javier Morales
01/09/2019
¡¡¡NO SE OLVIDEN DE LA CITA!!!
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