Una extensa llanura de agua
plácida
Como un cristal fulgente donde
el sol
Reverbera al ocaso y tiende un
puente,
Con su mágica luz, de orilla a
orilla.
Densa y feraz vegetación recubre
Sus márgenes con zarzas,
carrizales,
Bellos cañaverales, espadañas…
Toda suerte de ribereñas plantas
Y altos árboles de porte
majestuoso:
Álamos, olmos, chopos; algunos
sauces
De llorosas copas, empeñados
En contribuir al cauce del
pantano
Con el verde brillante de sus
lágrimas.
Una compacta bandada de ocas
huye
Graznando aguas adentro,
perseguidas
Por el instinto cazador de un
perro que,
Nadando apenas como puede,
intenta
Darles un muerdo a modo, sin
saber
De la mala gandinga de sus
picos.
Un antiguo embarcadero, herido
Por la pátina roja de la
herrumbre,
Con un esfuerzo ímprobo se
adentra
En las aguas someras del pantano.
Sueña con hundirse para siempre
y yacer
En la profundidad oscura de su
vientre.
En la ribera opuesta,
difuminadas casi
Por la densa vegetación lacustre,
Las casitas de Serranillos brillan
Bajo las crestas lejanas de la
sierra.
La tarde muere lenta, consumida
En las últimas ascuas de la luz.
Un águila real, solitaria planea
Bajo un cielo que ya es plomo y
ceniza.
Laura y Duque (septiembre de 2017)
Miguel Ángel G. Yanes
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