4/11/18

UNA BALADA DE OTOÑO


Por lo general, casi todas las parejas tienen una canción identificativa de su encuentro inicial, del  primer beso, de algún guateque o fiesta compartida, pero Maki y yo nunca tuvimos claro cuál era la nuestra, y a fé que, de jóvenes, escuchábamos bástante música, tanto en el cassete del coche como en el pick-up de marras; música de todo tipo: rockera, sentimental, clásica, revolucionaria...


Nos casamos allá por el novelesco 1984 y, al año siguiente abandonamos el apartamento de Tabaiba para irnos a vivir a la Matanza de Acentejo, en el norte de la isla. Era una casa grande de dos plantas, con  un jardín trasero o huerto que siempre he echado de menos.


Pues bien, cierta noche, a las tres en punto de la madrugada nos depertó, sonando a toda pastilla la inconfundible voz de Joan Manuel Serrat, cantando uno de nuestros temas favoritos: "Balada de otoño".


Como comprenderán el susto fue mayúsculo, en principio por el altísimo volumen de la música, pero sobre todo por la creencia de que alguien había entrado en la vivienda, aunque no tuviera lógica alguna lo de poner música a toda mecha, a no ser que pretendieran matarnos y sofocar así los gritos.
 

Presos de un considerable canguelo bajamos la escalera (yo empuñaba algo para una posible defensa pero ya no recuerdo lo que era) y al llegar a la cocina vimos encendida la radio digital que, años atrás, nos había regalado mi padre. Nos miramos confusos; la apagamos y recorrimos el resto de la casa para cercioranos de que no había nadie, como así resultó.


Tras el tremendo susto, intentamos razonar aquello. Yo sabía que el aparato de marras constaba de despertador y que podía programarse para que sonara, bien la consabida alarma o para que diera entrada a una emisora radiofónica, como había sido el caso, pero llevaba meses allí, sobre la nevera, con su display en rojo marcando silencioso, horas y minutos, sin que hubiéramos accedido a su programación.


Fue entonces cuando Maki dió con la clave: el día anterior había estado limpiado la cocina y se esmeró bastante con el cacharro en si. Al pasar el paño sobre las teclas debió pulsar alguna que lo dejó programado. Lo más curioso es que fuera exactamente ¡a las tres de la madrugada!


Repuestos del susto, nos preguntamos por qué, de entre todas las canciones del mundo, tuvo que ser aquélla. Y en ese momento supimos que era la nuestra.


A Maki, en su cumpleaños. 

¡¡¡Felicidades!!!

Miguel Ángel G. Yanes

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