19/11/18

LA PROMESA Y EL ANILLO


Mi madre no era mujer de iglesia; nunca fue asidua a misas y otros actos litúrgicos, aunque, creyente, lo era hasta la médula. Cuando mi infancia se truncó de repente para el mundo de los juegos, por culpa de aquella escayola inmensa que me mantuvo postrado en cama varios años, ella hizo una promesa: "que si yo volvía a caminar, recorrería de rodillas, desde la entrada hasta el altar mayor, la Basílica de Candelaria."

Con nueve años ya, fui dado de alta en la Clínica Infantil San Juan de Dios, donde permanecía ingresado; corría septiembre de 1964, por lo que mi pobre madre, no pudo cumplir la promesa hasta el 14 de agosto del año siguiente, víspera de la fiesta mayor de la Virgen de Candelaria, jornada aquella en la  que, peregrinos venidos de todos los rincones de la isla, acudían a rendirle culto y pleitesía a la "Morenita*", Patrona de Canarias.

Ella, Nicolasa, la madre que me parió, cumplió su promesa llevándome a su lado cogido de la mano, caminando de rodillas hasta el altar, sangrando y dejando la piel de sus rodillas por el camino. 

Posteriormente hubieron de curarle y vendarle ambas rodillas, completamente desolladas.Tengo esa imagen grabada a fuego en mi memoria. ¿Tanto dolor para qué servía?


En algunos países sudamericanos, 
la Iglesia sigue permitiendo tales sacrificios

Meses más tarde, paseando mi madre y yo por laguneras calles, nos tropezamos de frente con un cura, ante el cual se detuvo haciendo una profunda genuflexión. Entonces él, alargando la mano, le presentó un anillo que ella besó, obligándome a mí a hacer lo mismo, algo que me desagradó sobremanera. Más tarde sabría que aquel hombre era el obispo, algo así como un jefe de curas que, si no me equivoco, salía del casino lagunero.

Cuando mi madre me dejó nuevamente en casa de sus suegros, le conté al abuelo la anécdota del hombre del anillo. Me miró muy serio y me dijo (recuerden que yo tenía 10 años):

- Aléjate cuanto puedas de esa gente. Muchos curas son un verdadero peligro.

Estaba dispuesto a hacerle una serie de preguntas sobre aquello, cuando la abuela Melania le gritó:

 Melania y Juan

- ¡Juan! No le estés diciendo esas cosas al niño.

Y él, cabeceando, optó por callarse. Pero yo, aunque no lo entendiera, había cogido la onda.

Cuando ya fui mayor, dejé de lado aquella fé que me habían metido a la fuerza en la cabeza y me hice hereje, apóstata, ateo... y todo aquello a lo que me arrastró el uso continuado de la razón; entendí que ni el dolor redime, ni dios, ni la virgen,  ni los múltiples santos (entelequias a fin de cuentas) pueden, desde esas imágenes de madera, yeso, mármol, granito... que los representan, agradecer tales sacrificios. Es mas, si en realidad existieran dichas entidades espirituales, no necesitarían nada de nosotros, ni siquiera los templos que les elevamos o el culto que les rendimos, cuanto menos nuestro dolor. Todo se reduce a la propia vanidad humana y a la manipulación de las conciencias.

(*) Lo de "morenita" es un subterfugio para no llamarla "negra", que lo es, tal y como asegura el escritor Rafael Alarcón Herrera en su libro: "La última virgen negra del Temple".


Miguel Ángel G. Yanes

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