29/10/20

MOTEROS EN REPOSO

A golpe del mediodía descendíamos mi tocayo Guerrero y yo por la Plaza de la Candelaria de Santa Cruz de Tenerife, y digo 'descendíamos' no porque cayéramos del cielo, sino porque en la actualidad, la plaza, construída en origen horizontalmente, hoy en día se halla inclinada, en clara pendiente hacia un mar invisible a los ojos, al menos desde allí. 

Descendíamos -repito- cuando una voz pronunció nuestro nombre:

- ¡Miguel Ángel!... lo que hizo que al unísono giráramos la cabeza.

Cuatro jóvenes, con los aditamentos propios del mundo de las motos: cazadoras, cascos, guantes... ¡teléfonos móviles! se hallaban sentados alrededor de una mesa, disfrutando supongo, a tenor de la hora, de un ligero aperitivo.


Dos de ellos eran Ángel y Alejandro, sobrinos de mi mujer y por ende sobrinos políticos del que suscribe, gemelos fácilmente diferenciables por mor de la edad, algo harto difícil cuando eran críos, frisan ya la treintena, aunque para mi  siempre serán 'los chicos'. 

Sus amigos, cuya presentación hicieron y cuyos nombres no se grabaron en mi petada memoria, por lo que ruego disculpas, tuvieron que aguantar un par de batallitas (conocidas ya por lo gemelos) de este viejo motero, que allá por la década de los 70 cabalgó sobre aquellos indomables caballos de hierro y molibdeno, esbeltas y poderosas máquinas, carentes de tecnología, si,  pero sobradas de garra y de belleza. Baste contemplar sus formas clásicas y el magnífico cromados de sus tubos de escape.

Antes de despedirme, no pude por menos que preguntarles, dónde habían dejado sus monturas, y allá que me encaminé a echarles un vistazo: Y es que aunque ciática y lumbalgia ya no me lo permitan, esto de haber sido motero es un 'vicio' que no se cura nunca.



Miguel Ángel G. Yanes

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