Cuando alguno de mis mayores, para ser exacto, algún miembro de la generación que me antecede, se refiere a mí como "el chiquito ese" (y voy camino de cumplir los 60); contra todo pronóstico, es algo que me llena de orgullo. Sé que hay quienes llevan mal el asunto de que los traten aún como muchachos, porque creen estar ya en su justa sazón, pero a mí es algo que me encanta. Cuando alguien versado en mil batallas, que golpe a golpe se ha forjado a sí mismo, ahíto de tristezas y algunas alegrías prendidas en un bosque de desvaídas canas, aventajándome en 20 ó 30 años de profunda experiencia, me trata como un niño, no puedo por menos que aceptar el envite y seguir aprendiendo contra viento y marea, crecer poquito a poco, nutrirme de sus gestos, de sus resecas manos, de sus labios sedientos, de sus cansados ojos. Y en las hebras del tiempo intentar una urdimbre, hilvanando, hilo a hilo, la luz sagrada de sus versos, con las heladas sombras de los míos.
Perdónenme. Sólo es el intento de conjugar un sueño.
Miguel Ángel G. Yanes
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