30/6/14

A LA MUJER QUE AMO

Hoy 30 de junio de 2014, Maki y yo cumplimos también 30 años de casados. Aunque en buena lid tendríamos que haberlo hecho bajo el rito del fuego, la víspera de San Juan, ya que, era la fecha elegida en origen para la boda, pero una serie de imprevistos de última hora nos obligaron a posponer el enlace.

Han pasado muchas cosas en el fugaz suspiro de estos años: vinieron unos, partieron otros, y los dioses, benévolos, nos bendijeron con la llegada de Laura, nuestra hija. 

Juntos hemos compartido los buenos y los malos momentos que la vida nos ha deparado. Y seguimos viaje, contra viento y marea, en esta frágil nave, este débil esquife que nos lleva; capeando temporales, luchando a brazo partido contra los elementos, uniendo nuestras fuerzas, y esperando el soplo reparador de Eolos, cuando la calma chicha se enseñorea y deja moribunda casi la esperanza.

Hoy, en nuestro trigésimo aniversario, quiero rendirle a ella, a la mujer que amo, a mi fiel compañera (reconociendo su queja de que nunca fui tierno) un sentido homenaje a través de estos versos:


LA ENREDADERA DE LA LUZ


             (A Maki)         

La enredadera de la luz se ciñe
A tu cuerpo desnudo.
No existe nada más.

Trepa desde tus pies,
Abraza tus tobillos,
Unce tus pantorrillas,
Gira en torno a la corva
De tus rodillas, toca
Con sinuoso anhelo
La suave piel del muslo,
Rodea la blanda curva
De tus nalgas y posa
Sus luminosos labios
En el lago sagrado de tu sexo.

Calma su sed y asciende
Por los valles angostos de las ingles,
Sube al monte de Venus
Con decisión y deja,
Sobre el rizado bosque de tu pubis,
Las lumínicas huellas
De su insistente luz.

Dirige sus pasos cumbre arriba,
Hasta alcanzar las crestas
Que tus caderas trocan
En femeninas formas.
Allí oscila un instante
Resbalando después al terso valle
De tu ingrávido vientre.

Descansa en él e intenta acto seguido
Alumbrar de algún modo,
Girando sin cesar en torno suyo,
La oscuridad que oculta
El profundo secreto del ombligo:
Humano ónfalos
Donde la vida, atada un solo instante,
Se suelta sin remedio…
Y vuelve a huir.

Con la tenacidad
De las enredaderas,
Lenta y exasperante,
Cubre al unísono
Brazos y tronco… aspira,
Tras un esfuerzo ímprobo,
A coronar la cota
Melliza de tus pechos.
Resplandecen al tacto ambas colinas
De puntiagudos senos.
Y en la firme atalaya de los pezones queda
Suspendida en un lapsus,
Su luminosidad.

Pero no fina aquí
Su largo recorrido.
Rueda por las tibias
Laderas rumbo al cuello.
Lo envuelve con la larga
Bufanda de su luz.
Y quedan tus hombros
Cubiertos por sus flecos.

Trepa por la barbilla
Hasta la roja fuente de tu boca.
Palpa tus labios con desesperación.
Como si de un náufrago marino se tratase,
Se hunde en ellos y bebe
Hasta saciar de nuevo su cristalina sed.

Reconfortada inicia
El ascenso final sobre tu rostro.
Ilumina la piel de tus mejillas.
Salta de tus pómulos de pronto a tu nariz
Y observa, con curioso interés:
El cabello extendido en la almohada,
Tu inmaculada frente,
La curvatura leve de tus cejas,
Tus abanicos de alargadas pestañas,
El lóbulo desnudo de tu oreja.
Pero sobre todo le llaman la atención
Tus párpados caídos.

Duda un instante, pero…
En un arranque de determinación
¡Se atreve a levantarlos!

Miguel Ángel G. Yanes

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