(A la mujer de las uñas azules)
Desconozco
los lazos
Que
la unían con él,
Pero
si en aquel momento
De
dolor, la tristeza
Hubiera
tenido
El
valor de escoger
Un
rostro entre el gentío,
Habría
elegido el suyo
Sin
dudarlo un instante.
Se
hallaba algo alejada
De
mí. Sola y herida,
Delgada,
rubia, amarga...
Un
estampado floral
Se
entretenía en trepar
Desde
sus pies,
Ocultos
a mis ojos
Por
un rayo de sol,
Hasta
la brevedad
De
su cintura, donde
Un
golpe fucsia alzaba
Sus
asillas buscando,
Como
brazos en alto,
La
rendición, la paz,
El
fin de la agonía,
Tras
la blanca bandera
Que
agitaba su pecho
Con
tembloroso llanto.
Fue
al ponerme a su altura
Que
observé que unas finas,
Delicadas
sandalias,
Desnudaban
sus pies,
Dándole
un toque tierno,
Un
golpe azul celeste
De
luminosas uñas,
A
aquella comitiva,
A
aquel cortejo fúnebre
Bajando
rumbo al mar.
Llevando
un cuerpo frío
(todos
pudieron verlo)
Y
un alma incandescente
(que casi
nadie vio)
flotando
sobre ellos.
Hasta
que una bandada
De
palomas silvestres
Creando
un remolino,
Consiguieron
que el alma,
Libre
al fin, se elevara,
Regresando
de nuevo
A
sus orígenes:
¡Al
divino latido
De
lo eterno!
La
dolida mujer
De
uñas azules, algo
Sospechó
de repente,
Y
un destello fugaz
De
miedo atravesó
La
ansiedad de su rostro.
Yo
no sé si sabrá
Que
nada… nada muere,
Tan
sólo evoluciona.
Y
aunque aquellos que amamos
Hayan
partido ya
Con
rumbo a las estrellas,
Si
mantenemos firme
Su
recuerdo, jamás
Dejarán
de habitarnos
Y
entregarnos su luz,
Porque
esas galaxias
Que
la oscuridad
Del
universo alumbran,
Son
almas que girando
Sin
cesar iluminan
También
el hondo cosmos
Que
en nuestros pechos late.
Miguel Ángel G. Yanes
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