La sanidad privada es una jerarquización repugnante de la salud
Diego Prado es el escritor de 'Hospital Cínico' una novela
que concentra 24 horas de la vida de un hospital barcelonés a través de
diversas historias y personajes
Hospital Cínico
(Sloper, 2013) es una novela que concentra 24 horas de la vida de un
hospital barcelonés a través de diversas historias y personajes. Tras la
brillante frase de apertura ("Es absurdo pretender llegar sano a la
muerte"), puesta en la boca de un célebre escritor que quiere pasar
desapercibido en sus horas finales, el absurdo se enseñorea del edificio
desde los quirófanos hasta los pasillos, desde las salas de consulta
hasta los tenebrosos sótanos.
Diego Prado (Mahón, 1970) aprovechó
a fondo su enorme caudal de lecturas y su trabajo como auxiliar de
archivo clínico para tomar buena nota de la atmósfera y la fauna que
pululan por un hospital. De Kafka a Bolaño, que hace un breve cameo en
la figura de un doble, las referencias literarias señalan el bagaje de un escritor que ha destacado ante todo en el relato corto (su libro de cuentos "Domingos buscando el mar" obtuvo el Premio Café Mon en 2007).
La
novela, un caleidoscopio a ratos divertido, a ratos patético, a ratos
tierno, puede leerse como una radiografía de la sanidad española, herida
de muerte tras los últimos recortes, pero también como un homenaje a
los médicos, enfermeras y profesionales de la sanidad que bregan día a
día con las enfermedades del cuerpo y del alma.
¿Hay un hospital que sea en concreto el de la novela o son muchos hospitales?
Más
que un lugar concreto, a mí me guiaba un estado de ánimo, pero sí, hay
un hospital que me inspiró más que otros, aunque no siempre resulte
evidente.
Usted trabajó de auxiliar de archivo clínico un tiempo, ¿con quién se queda? ¿Con los médicos o con los pacientes?
Sin
duda, con los últimos, porque al fin y al cabo todos somos pacientes.
Los médicos, pese a sus conocimientos, son tan vulnerables como
cualquiera, y en absoluto libres de poder pasar al otro lado en
cualquier momento.
La novela también abunda en el tema de la hipocondría. ¿Por qué hay tantos escritores hipocondríacos?
Creo
que tiene que ver con la parte de narcisismo que acarrea el ego
creativo. Y también como manifestación sensible del miedo a afrontar la
propia obra, siempre acompañada de dudas y de silencio. El escritor,
como usted sabe, pasa muchas horas al día solo, leyendo autores que en
muchos casos ya murieron y hablando con personajes que no existen. Lo
más real que tiene a mano es su propio yo, su propio cuerpo, y tiende a
imaginárselo según lo siente, como un cabroncete las más de la veces.
¿No cree que el título podría ser tomado como divisa de la Sanidad española en general y de la catalana en particular?
Sin
ninguna duda, aunque los profesionales de la sanidad estén esforzándose
al máximo para que todo funcione lo más normalmente posible. Los
políticos han olvidado que, en última instancia, todos somos enfermos
potenciales, y lo han olvidado porque ellos pueden sufragarse una
sanidad privada, el gran negocio de nuestros días, una jerarquización
social repugnante de la salud.
Ese mundo del que se compone un hospital, ese mundo de habitaciones, pasillos, quirófanos, ¿es otro mundo?
Es
una suerte de mundo paralelo, sí, mientras la vida continúa inmutable
tras los cristales. Allí la vida y la muerte se guiñan el ojo cada día y
los valores y categorías sociales que rigen en el mundo exterior no
sirven de mucho. Ante el dolor todos estamos igualados.
¿Qué había realmente en el sótano del hospital? ¿O es un misterio que es mejor no desvelar a los lectores?
Lo
que hay en ese sótano son nuestros miedos, nuestros terrores más
elementales y arraigados, los temores cotidianos que a todos nos asolan y
hacen de nosotros seres frágiles, es decir, seres humanos.
¿De veras se encontró usted a Bolaño en un hospital?
En
los tiempos que pasé trabajando en el hospital Bolaño ya había muerto,
pero solía toparme con un camillero que era clavado a él. Esto me pasa
mucho, ver en gente común parecidos razonables con escritores famosos.
Este tipo era muy parecido al chileno cuando joven. Me pareció que era
una manera de rendirle mi modesto homenaje sacándolo en las páginas de
la novela.
¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en su libro?
Hay
más ficción que verdad, porque los escritores somos unos mentirosos y
porque yo soy incapaz de hacer una novela realista. Me puede la vena
fantástica.
La historia transcurre en
24 horas en un hospital pero la trama es múltiple, con diversos puntos
de vista. ¿Qué le llevó a respetar las unidades de tiempo y lugar?
Quería
que la novela fuera como un collage donde vidas muy distintas entre sí
se vieran de algún modo unidas por el azar. Además, en un hospital
(sobre todo para los que trabajan en él) un día de 24 horas es una vida
entera en la que sucede de todo.
En su
libro hay todo tipo de humores, y sobre todo, sentido del humor. ¿Cree
que el humor es tan necesario para la novela como para la salud?
No
es que lo crea, es que estoy convencido de ello. Sin sentido del humor,
en la vida y en la literatura, uno se muere de asco. Respecto a la
literatura, sin un rasgo humorístico muchos libros se te caerían de las
manos, de Cervantes a Kafka. Yo no soy humorista, pero seguramente
heredé la flema irónica de los británicos a través de mis ancestros
menorquines, y eso se nota en mi prosa.
En
su novela, un médico visionario inventa un fármaco capaz de hacer
desaparecer los recuerdos. ¿No le parece que la gente ya olvida lo
bastante rápido?
Creo que la gente olvida lo que le interesa
olvidar, pero las cosas importantes de la vida se quedan ancladas en la
memoria, y aún más en el subconsciente, y sus consecuencias pueden ser
imprevisibles. Sin memoria no somos nada, es cierto (creo que era Sábato
quien decía que vivir consiste en ir fabricando futuros recuerdos),
pero sería fantástico poder olvidar todo lo malo, aquello que nos hace
sufrir.
FUENTE: Público.es
David Torres
Madrid - 23/11/2013
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