UN GARBANZO NEGRO
Llevaba, por fortuna para mí, muchísimos años
sin tener que pisar una comisaría de policía, pero cierta noche que
salimos a cenar con la familia, fuimos víctimas de un robo, y hubimos de
personarnos a presentar la correspondiente denuncia.
Diré
que, en principio, resulté gratamente sorprendido por la corrección con
la que nos trataron, tanto el agente que nos tomó los datos a la
entrada, como otros dos compañeros suyos, jóvenes y educados, que nos atendieron con
posteridad; nada que ver con lo que yo recordaba de épocas pasadas.
Esto me dio pie a comentar, una vez que nos dejaron solos en la sala de
espera, lo mucho que cambia el cuento a nada que cultura y educación
entren en liza. En esta apreciación andaba yo, cuando un tercer
uniformado, igual de joven que los anteriores, pero con
malos humos y una absoluta falta de tacto hacia las mujeres, apareció
de improviso, encarándose con ellas como si en lugar de ser las
perjudicadas, fueran las autoras del delito.
Intentamos
protestar ante lo intempestivo de sus formas, pero triunfó la
prepotencia de su voz ordenando silencio, y obedientes,
optamos por callarnos, mirándonos los unos a los otros como idiotas.
Al
marcharse el tal individuo, iba yo a desdecirme de todo lo anterior,
cuando uno de los primeros policías volvió a salir, e intentando
quitarle hierro al asunto, nos pidió que disculpáramos al compañero,
pues llevaba muchas horas seguidas de servicio.
Y entonces se me escapó:
- ¡Las mismas que usted!... ¿O no?
Un ligero cabeceo y una tenue sonrisa, me lo corroboraron.
Que le vamos a hacer: un garbanzo negro, en cualquier olla cuece.
Miguel Ángel G. Yanes
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