Antes de vérsele aparecer, ya se sabe que llega cargado porque, a pleno pulmón, viene cantando una saeta que, al llegar a la altura de la tasca, interrumpe para decir a voz en grito:
- ¡Viva mi primo!.. ¡Es
un sinvergüenza pero le tengo aprecio! No es capaz de ponerme un vasito de vino,
pero… ¡Viva mi primo!
- ¡Ya está el perro en
la puerta! Dice al verlo.
El primo tuerce el gesto, agita la mano como quién espanta
moscas y se retira al interior del local sin decir ni pío, mientras el otro
sigue con su cantinela:
- ¡Viva mi primo!...
¡Es un sinvergüenza pero le tengo aprecio… y a su mujer también! Grita como
coletilla, al verla aparecer sirviendo las mesas.
Pero como no le hacen caso ni le sirven un vino, entona de
nuevo su saeta y se aleja con su paso lento y cansino.
Entonces escucho decir por bajines a uno de los camareros:
- Todos los días con
la misma matraca.
Miguel Ángel G. Yanes
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