Bueno, la llamaremos "eso". Pues por ahí apareció el "jocico" de un locutor que, sin cortarse un pelo, largó:
- "Es hora de quitarle el forro a los esquíes".
- ¡A los cojones!...
- ¡Perdón!... Volví a decir en voz alta por el exabrupto, pero nadie pareció entender a qué me refería, salvo el amigo Antonio que soltó una carcajada.
Reconozco que vengo a ser algo pretencioso. A estas horas tan tempranas, la mayoría de las neuronas siguen adormiladas y no conectan aún con sus sinapsis, salvo las de Antonio, que al madrugar tanto, hace ya buen rato que las mantiene activas; por eso es el único que ha podido quedarse con la copla. Pensé.
- Hasta ese forro nos van a quitar. Me dice golpeándome el hombro.
La verdad es que mis tiros no iban exactamente por ahí, pero me sirvió para darme cuenta de que había estado más listo que yo en eso de sacarle punta a según qué cosas. ¡Sí! porque a mí lo que verdaderamente me jodió de aquella perogullada de frase, fue que parecía dar por sentado que todos tuviéramos esquíes, cuando en realidad son juguetes de una élite.
¡Ah!... Sr. locutor: Aquí, en Canarias, cuando le quitamos el forro a los esquíes, nos lo ponemos nosotros... cada uno donde le apetezca, dependiendo de lo más frío que tenga. ¡Claro está!
Miguel Ángel G. Yanes
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