Acudí a comer, en su momento, en compañía de mi mujer, mi hija, el marido de ésta y una pareja de amigos. Decidimos hacerlo en plan picoteo, por lo que cada uno se decantó por un plato de la extensa carta. Yo opté por los calamares a la andaluza, pero a la hora de tomarnos la comanda, el camarero me aconsejó:
- Yo pediría los calamares en salsa, que están exquisitos.
- ¡Vale!... pues tráigalos - le dije.
Pero al ponerlos sobre la mesa, un tufo extraño me llegó a la nariz, y como la genética tiene esas cosas, mi hija hizo un mohín al unísono, indicándome con el índice que aquello no era comestible. Por lo que llamé al "garzón" y le rogué que los retirara.
Entiendo que la culpa no era suya, pero el cocinero sí que debía saber cuántos días llevaba aquella vianda en el caldero.
La verdad es que me quedé rascado, no sólo por haber quedado mal con mis invitados, sino como cliente asiduo de aquel sitio, al que le hacen una recomendación y se la dan con queso. Aunque el resto de la comida estaba en perfectas condiciones, aquello me jodió el almuerzo.
Mi mujer me pelea a menudo porque, llevado de la confianza, no suelo revisar las cuentas cuando pago, pero en aquella ocasión me asaltó una sospecha y sí lo hice:
¡Nos habían cobrado lo podrido!
- Hasta luego, Lucas.
Pues hete aquí qué, después de tanto tiempo, decidí probar suerte de nuevo, y allá que fuimos, Paco y yo, camino de una mesa.
Comimos, bebimos, charlamos largo y tendido, y pasamos, en suma, un agradable rato.
Sólo me resta calificar el restaurante tras la nueva visita:
- La atención.- CORRECTA
- El vino (del país).- EXCELENTE, aunque con muchos grados
- La comida.- ESCASA
- La cuenta (sin postre y sin café).- UNA CLAVADA
"HAY QUE VER LO QUE HA CAMBIADO EL CUENTO"
Ni era éste, ni era chino, pero lo de "tan dao", lo clava.
Miguel Ángel G. Yanes
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