"La abolición del trabajo" y "Voladura controlada"
En "El ruido eterno", el fabuloso libro de Alex Ross,
hay una anécdota deliciosa, cuando en 1984, en los Cursos de Verano de
Darmstadt, el búnker de la vanguardia musical contemporánea, el gran
compositor estadounidense Morton Feldman soltó esta bomba de efecto
retardado: “Las personas que pensáis que son radicales podrían ser en
realidad conservadoras; las personas que pensáis que son conservadoras
podrían ser en realidad radicales”. Ross añade: “Y empezó a tararear la
Quinta de Sibelius”.
Otro tanto sucede con algunos libros cuyo peligro difícilmente se alcanza a ver desde el título. Los libros más revolucionarios (en el
sentido estricto de la palabra) que he tenido la fortuna de leer este año han sido dos breves, lúcidos y flexibles volúmenes. El primero, La abolición del trabajo, de Bob Black, es puro músculo cerebral, una auténtica santabárbara del sentido común que pulveriza no sólo principios sagrados del capitalismo sino también varias tesis básicas del marxismo. Black, un paladín del pensamiento libertario estadounidense, desmenuza hasta sus últimas consecuencias el mundo laboral, extrayendo perlas tan jugosas como la
idea de que el “tiempo libre” del operario se opone consecuentemente al “tiempo de la esclavitud”. El trabajo, tal y como se concibe en la sociedad contemporánea, no es más que una condena degradante:
"La disciplina es lo que la fábrica, la oficina y la tienda comparten con la cárcel, la escuela y el hospital psiquiátrico". Es algo históricamente nuevo y horrible. Va más allá de las capacidades de los dictadores demoníacos de antaño como Nerón, Gengis Khan e Iván el Terrible. Pese a sus malas intenciones, ellos no tenían la maquinaria para controlar a sus súbditos tan completamente como los déspotas modernos. La disciplina es el modo de control moderno, especialmente diabólico, es una irrupción novedosa que debe ser detenida a la primera oportunidad.
El segundo opúsculo, no menos radical, es "Voladura controlada",
de Octavio Cortés, un libro que bajo su apariencia de artilugio cómico y
satírico esconde una diabólica serie de cargas explosivas capaz de
partir en dos al lector desprevenido. La primera carga se esconde en el
título que, en realidad, oculta un sintagma fragmentado: “Voladura
controlada de la Estatua de la Libertad”. La segunda es una cita de
Aldous Huxley, quien en una carta a George Orwell, fechada nada menos
que en 1949 habla de que la infantilización y la hipnosis como instrumentos
de control de masas es mucho más efectivos que la tortura, la cárcel o la
simple violencia física. ¿Y qué otra cosa son los concursos televisivos,
la moda, los videoclips, la literatura prefabricada, la autoayuda, el
arte pop y la música pop?
Con mucha guasa y mucha mala leche,
Cortés practica un corte quirúrgico radical de la superestructura
dominante que abarca la política (“Nueve errores que suelen cometer los
dictadores asesinos”), el fútbol (“Los tres tipos básicos de futbolistas
gordos”), el refranero (“Dos consejos que a Vd. pueden parecer buenos,
pero que son una auténtica mierda”), la cocina (“Ocho formas de comer
spaghetti que harán de Vd. un hombre feliz”) o la educación (“Cuatro
problemas de matemáticas extraídos de un libro de primaria que
demuestran que estamos sometidos a prácticas de control mental, masivo,
subliminal y de efectos irreversibles”) entre otras muchas áreas de
pensamiento y de recreo.
Como se ve, sólo con los títulos, es un libro para descuajarse de risa, pero también puede ocurrir que las carcajadas se corten de repente
ante fulminantes relámpagos de lucidez o ante extraordinarios raptos de poesía, como en el soberbio fragmento que remata las “Tres canciones
que Vd. puede escuchar mientras va conduciendo durante una lluvia de meteoritos”. Igual que ciertas sinfonías de Sibelius, la prosa de Cortés parece amable, armónica y despreocupada en la superficie, un tranquilo paisaje de bosque finlandés que guarda abismos, diplodocus y terremotos de fondo.
Al final, después de un repaso dadaísta y brutal a nuestro triste mundo, Cortés propone un sano ejercicio de anarquismo simbólico invitandonos mediante “un atentado discreto” a derribar la Estatua de la Libertad, esa “vestal de piedra de cincuenta metros", envuelta en una neblina fluvial helada, blandiendo una antorcha y una tablilla pseudo mosaica. ¿Por qué? Porque la libertad que nos venden no es más que una ilusión, un fraude: “Se invita al preso a escoger el tipo de celda, se invita al perro a escoger el tipo de bozal, a Sócrates se le pregunta si quiere azúcar blanco, azúcar moreno o sacarina en su vaso de cicuta. A eso se reduce todo”. Un libro para romper cadenas ideológicas, para enviar mensajes de amor con golondrinas o para cortarse el cuello hoja tras hoja hasta que la sangre fluya desatada.
FUENTE: publico.es
Punto de fisión
David Torres
09/12/2014
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