Es por ello que, a veces, me planteo el infierno (esa estación terminal de la conciencia) como una alternativa mucho más acogedora, más cercana a este plano, tal vez por el hecho de irradiar un calor del que carece el cielo.
Pero... ¡coñó!... ahora que lo pienso, si ya no tendré cuerpo con el que percibir las sensaciones físicas, ¿con qué carajo voy a sentir el frío... o el calor?
¡Nada, nada! No me hagan mucho caso. Son divagaciones propias de una mente aún... calenturienta.
Quizás sea por eso.
Miguel Ángel G. Yanes
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