Detenido frente el semáforo de peatones, al principio de la Avenida de Venezuela (Santa Cruz de Tenerife), he visto pasar frente a mí un coche fúnebre atestado de coronas, lo que me ha dado pie a escribir esta entrada.
¡Por favor! cuando me muera no me envíen coronas. Antimonárquico visceral, soy alérgico a todas ellas... a excepción de las nórdicas ¡claro está! (sigo hablando de coronas, no de mujeres, que también): suecas, noruegas, danesas, islandesas; ya que, obviando a Finlandia que, no sé bien si por ser una etnia diferente y poseer distinta raíz idiomática, por simples cuestiones económicas, o por llevarle la contraria al resto, han sucumbido a la presión de la Unión Europea, terminando por adoptar el euro como moneda nacional.
¡Que Thor los coja confesados!
A mí me gustaría más que, en lugar de gastarse el dinero (los euros... ¡los putos euros!) en coronas de flores, después de "hacerme humo", lo emplearan en una buena comida y bebida en mi memoria; y que me reservaran un sitio porque, aunque no me vean, andaré por allí... ¡je, je!
Ahora que lo pienso: a lo mejor me gustaría también que sonara la Meditación de Thais de Massenet.
Con las cenizas, mi hija ya sabe lo que debe hacer.
Miguel Ángel G. Yanes
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