Había una señora, apoyada en el mostrador, hablando con uno de los dependientes, y aunque su voz me resultó harto familiar, no pude "cazarla" hasta que no giró la cabeza y estuvo de perfil. Era una antigua compañera de trabajo a la que hacía al menos siete u ocho años que no veía.
Solicitó una serie de metros de plástico transparente que, el muchacho que la atendía, iba desenrollando de una enorme bobina al tiempo que iba midiendo con una vara numerada.
Así que decidí gastar una broma, recordando esas series televisivas tan en boga, en las que se emplean tales plásticos para evitar las salpicaduras de sangre, y pregunté:
- ¿Eso no será para cometer un crimen?
Ella se giró de inmediato con un gesto adusto, presta a responder a mi impertinencia, pero en vez de ello, una tenue sonrisa cubrió su rostro con algo de tristeza, y se acercó a darme un cariñoso abrazo, diciéndome a continuación:
- Compañero, no sabes cuánto me emocionó lo que escribiste sobre mi hermano.
Respondiendo a su afecto, le pregunté confuso:
- ¿Quién es tu hermano?
- Era -me dijo- ya falleció... Pepe Machín.
Miguel Ángel G. Yanes
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