Detuve mis pasos unos instantes para prestar atención a su melodía, cuando alguien (yo diría un demonio malo) armado con un cubo plástico y una varilla limpiacristales al hombro, pasó a mi lado echando pestes, en voz alta, de una raza diferente a la suya. Su mirada, de verdadero odio, me dejó clavado en el sitio. No me lo podía creer.
Y la frase final, como colofón a su sarta de insultos e improperios, ya me cortó la respiración. Rechinando los dientes, le oí decir:
- ¡Si pudiera, te mataba!
No me lo podía creer. Como nexo de unión entre culturas, verdadero crisol de pueblos y encrucijada de rutas internacionales, nunca creí que en nuestra tierra, el racismo fuera a tener cabida. Sé que una chispa no es la hoguera... pero está ahí.
Me dio miedo pensarlo, y es que el racismo,el odio y la intransgiencia, a poco que no andemos atentos, pueden crecer a nuestro alrededor como la mala hierba.
Es necesario entender, desde lo profundo de nuestro corazón, qué pieles de distintos colores, cabellos, labios, ojos... determinados rasgos característicos, nos nos convierten en seres humanos diferentes, porque aquí, en este planeta y en este momento, somos una especie única.
Tal vez deberíamos comenzar eliminando nuestra absurda clasificación por razas.
Miguel Ángel G. Yanes
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