Aunque ahora "las mentes pensantes y especuladoras" (qué enhebradas andan) intenten arreglar lo irremediable, es casi seguro que acabarán cagándolo aún más, como con casi todo. No creo que vayan a cortar por la mitad los edificios de doce plantas que se construyeron en la Avenida de Anaga, y que acabaron tapándole la visión del puerto y del océano a gran parte de la ciudad, para recuperar el horizonte perdido ¿O sí?
Y es qué... hasta la brisa marina nos hurtaron.
Quisiera destacar, entre las construcciones que quedaron relegadas a un segundo plano después de tal "cancaburrada", la antigua sede social de la naviera de Álvaro Rodríguez López, obra del arquitecto Marrero Regalado, un magnífico edificio, dedicado en la actualidad a otros menesteres, y condenado al ostracismo de la que es hoy una calle trasera, cuando antiguamente, al estar situado en la parte más alta de la misma, sobre la muralla del Toscal, era referente y seña de identidad de la fachada marítima santacrucera.
Recuerdo, siendo niño, estar sentado en el borde de la muralla de piedra del barrio del Toscal, en brazos de Ernesto, uno de los pocos primos que conocí de mi padre, y el vértigo que sentía al ver tan lejana bajo mis pies la explanada que se extendía hasta la Avenida de Anaga (en realidad Francisco La Roche), los muelles, el azul inquieto de la mar, y aquella extraña línea inamovible en que se tocaba con el azul más claro del cielo sin llegar a mojarlo.
Carezco de una imagen más definida de la antigua muralla del Toscal que, en esta fotografía puede observarse parcialmente a la derecha, después del edificio blanco que se encuentra en primer plano. Sé que hay otra rodando por ahí, donde se ve con mayor precisión, tanto la muralla como la explanada que se extendía bajo ella, pero no he podido localizarla. Si alguien sabe donde encontrarla, le agradecería la información.
Hoy, que la Calle de la Marina ha quedado encajonada, oscura y triste entre altas torres de hormigón, es posible observar todavía algún vestigio de aquel impresionante muro, mirador perdido de mi infancia, que tanto me atraía y asustaba a la vez, y al que solía asomarme con relativa frecuencia, habida cuenta de las visitas a nuestros familiares que, creo recordar, vivían en la Calle del Señor de las Tribulaciones.
Sólo hubo un constructor que, en los últimos tiempos, intentó reparar en parte aquel tremendo desaguisado arquitectónico, construyendo el Edificio El Mástil, al que dotó de dos cuerpos independientes entre si, dándole un pequeño respiro a la calle al dejar, en medio, un pequeño mirador que permite ver el puerto.
Y unas escalinatas que, salvando el desnivel, comunican la Calle de la Marina con la Avenida de Anaga, aunque en la actualidad se hallan tan deterioradas que resulta hasta peligroso descender por ellas.
Miguel Ángel G. Yanes
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