Todo ocurrió en 1953, cuando una Alemania devastada por la
Segunda Guerra Mundial se encontraba sumida en una gran crisis que le
imposibilitaba pagar sus deudas, que ascendían a unos 38.800 millones de
marcos de la época. El Estado se encontraba al borde de la quiebra.
Ante esta situación, los principales acreedores del país germano, liderados por Reino Unido, Francia y EEUU, pero entre los que también se encontraban otros países como Canadá, Dinamarca, Grecia, Irlanda, Italia, o España, se reunieron en Londres para tratar de buscar una solución a ese enorme problema.
Las negociaciones se extendieron entre el 27 de febrero y
el 8 de agosto de 1953 y tuvieron como resultado el llamado «Acuerdo de
Londres», que redujo la deuda alemana en un 62,6 % y determinó
un calendario de pagos para los 14.500 millones de marcos restantes.
Esto no solo permitió que el país se recuperase rápidamente, sino que
muy pronto lo situó a la cabeza del crecimiento económico del
continente*.
Sin embargo, los líderes germanos, en lugar de corresponder a la generosidad con la que fueron tratados
hace seis décadas, han decidido aplicar mano dura a aquellos países que
les permitieron regenerar su economía y evitar una quiebra segura.
(*) Quiero hacer una puntualización al respecto:
Entre las medidas que los países aliados tomaron contra Alemania, hubo una en concreto (aplicada también a Japón) que, desde mi punto de vista, terminaría beneficiándolos sobremanera. Ambos países fueron condenados a prescindir casi por completo de su ejército, quedando reducido a una institución testimonial; por lo que, al carecer prácticamente de gastos militares, esa parte de león de los presupuestos pudo ser derivada a otras áreas esenciales, lo que permitió, en gran medida, el renacimiento de su economía.
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