30/8/19

MÁS DE LA CUENTA

Hacía bastante tiempo que, por uno u otro motivo, Maki y yo, habíamos dejado de frecuentar la zona de La Plaza de la Paz, tal vez, pensé, porque con el paso de los años fue perdiendo aquel glamour que antaño poseía… o acaso seré yo quien lo ha perdido con la edad, y quiero echarle la culpa a alguien o a algo. No sé.


La cosa es que habíamos aparcado el coche relativamente cerca (cosa harto complicada en esta ciudad nuestra) y fuimos a tiro hecho a la terraza del Kiosco de La Plaza con la idea de tomar un aperitivo.

Era la una de la tarde y estaba atestada de clientes, pero tuvimos la suerte de pillar una mesa que en ese instante quedó libre. Coja, como la mayoría de las mesas de exterior, como tardaban tanto en atendernos, me entretuve en calzarla con unos posavasos debidamente troceados como mandan los cánones, pero ni así. Nadie venía a tomarnos la comanda.

Fue entonces cuando caí en el detalle de que había un único camarero y llevaba, él solo, aquel montón de mesas: ¡24! para ser exacto. Me molesté en contarlas.


Desconozco el salario que cobra y la cantidad de horas que echará en cada turno, pero tener que atender “solito” aquella tremenda cantidad de mesas, me resultó abusivo. 

Ahora díganme, más allá de horarios, sueldos e incluso del trato que reciba ¿es o no es explotación laboral?

Miguel Ángel G. Yanes

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