11/8/19

CENAR CON UN CRIMINAL DE GUERRA (I)

La carnicería actual de Donald Trump no llega, todavía, a ser tan sangrienta como fue la de Kissinger, “un desaliñado despreciable que hacía la guerra con gusto”, según lo definió el novelista Joseph Heller

Henry Kissinger se entrevista con Augusto Pinochet, en 1976.
Archivo General Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile

Esta es la historia de la noche en que me encontré de repente cenando con Henry Kissinger. Sucedió en un restaurante fino de Cambridge, en el interior del complejo del Charles Hotel que se encuentra cerca de Harvard Square. Nuestro grupo acababa de sentarse en una mesa junto a la parte delantera del local y estaba estudiando el menú cuando miré hacia arriba y vi la inconfundible figura desaliñada de Kissinger arrastrando los pies al pasar. Estaba con su igualmente reconocible esposa, Nancy, y les guiaba hacia una mesa junto a la parte trasera del comedor otro personaje conocido, la antigua embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Samantha Power. Uno o dos agentes parecían controlar la seguridad. Pocos minutos después, vi al profesor de derecho de Harvard, Cass Sunstein, que está casado con Power, entrar apresuradamente con una maleta pequeña, como si acabara de llegar del aeropuerto, y sentarse en la mesa de Kissinger.

¿Qué se supone que tienes que hacer cuando te encuentras en un lugar público con alguien a quien consideras un criminal de guerra? No estaba preparado para ese momento. Como periodista anclado, por formación y disposición, en el papel de observador, lo único que pude hacer fue… observar. Lógicamente, fue uno de los temas de conversación de nuestra mesa. Uno de los belicistas más famosos del mundo estaba cenando ahí al lado, y con él dos de los liberales más destacados de Harvard: Cass Sunstein y Samantha Power, dos intelectuales que habían formado parte del Gobierno Obama.

Cass Sunstein y Samantha Power

Power es la autora de un libro sobre "la respuesta histórica que ha dado EE.UU. al genocidio", con el que ganó el Premio Pulitzer en 2003, y Sunstein publicó un libro ese mismo año con el título de "Por qué las sociedades necesitan la disensión". Sin embargo, en este caso, ninguno de los que estábamos en el restaurante manifestamos ninguna disensión o disgusto. La noche prosiguió de forma decorosa y civilizada. Era como ver a un famoso, algo que no es del todo inusual en un restaurante de clase alta. Todo el mundo sabe cómo comportarse y, así, mientras prolongábamos nuestros postres, aproximadamente una hora después, pudimos observar al anciano y a su comitiva regresar discretamente a la noche de Cambridge. Fue a finales de mayo del año pasado, cuatro días antes de que Kissinger (nacido el 27 de mayo de 1923) cumpliera noventa y cinco años.

Unas dos semanas después, falleció Anthony Bourdain, el chef internacionalmente aclamado, poco después de su sesenta y dos cumpleaños. Si no hubiera sido por ese motivo, el avistamiento de Kissinger podría haber pasado a formar parte de mi archivo de memoria; sin embargo, me ha acompañado como un virus durante todo un año. Bourdain sentía un odio particular hacia Henry Kissinger y había reflexionado sobre esa pregunta: “¿Qué debes hacer cuando un criminal de guerra entra en un restaurante?”. Como relató Patrick Radden Keefe en un perfil que realizó en 2017 para New Yorker:

Anthony Bourdain

[Bourdain] se embarcó entonces en una diatriba sobre lo enfermo que le ponía, después de haber viajado por el sudeste asiático, ver cómo los que acudían a los almuerzos del poder recibían a Kissinger con los brazos abiertos. “A cualquier periodista que se haya mostrado educado con Henry Kissinger, sabes qué le digo: ¡que le den por el culo!”, afirmó, mientras su indignación ascendía por momentos. “Creo profundamente en las zonas grises morales, pero cuando se trata de ese tipo, en mi opinión, no debería permitírsele comer en ningún restaurante de Nueva York.

Cuando saltó la noticia del fallecimiento de Bourdain, Joshua Keating, en "Slate", citó este comentario, así como un pasaje del libro que publicó Bourdain en 2001, "Viajes de un chef":


"Después de haber estado en Camboya, nunca más podrás quitarte las ganas de querer matar a Kissinger usando solo tus manos. Nunca podrás volver a abrir un periódico y leer cómo esa escoria traidora, prevaricadora y asesina se sienta con Charlie Rose para tener una agradable charla o acude a algún evento de gala en favor de alguna revista del corazón sin que te den arcadas. Cuando presencias lo que Kissinger hizo en Camboya (cuáles son los frutos de su genio para las artes políticas) nunca podrás comprender por qué no está sentado en el banquillo de La Haya junto a Milošević".

Yo nunca he estado en Camboya y, como la mayoría de los estadounidenses, tengo gran capacidad para olvidar. Casi había borrado de mi mente los horribles detalles de esa época y "los pormenores de los crímenes de Kissinger", pero la furia de Bourdain me impactó.

 Henry Kissinger

Sentí la repentina obligación de revisar el sórdido registro de las actividades de Kissinger, lo que también significaba hacer frente a la pregunta de por qué los que acuden a los almuerzos del poder siguen tratándolo tan bien. No tardé mucho en darme cuenta de que había algo más que perseguía: "una forma de entender la deprimente situación política actual".

Desde la conmoción que supuso ver cómo un magnate inmobiliario imprevisible y sin cualificación se instalaba en la Casa Blanca, aquellos de nosotros que seguimos una dieta mediática específica venimos preguntándonos, por lo general varias veces al día, ¿cuán malo es? y ¿cuánto puede empeorar?


Más que nunca, hemos visto cómo muchas personas (incluso en los círculos centristas frotamentones y en los enclaves liberales palabreros) se preocupaban abiertamente por el auge del fascismo y declaraban formar parte de un #movimiento de resistencia.

Cada día de la era Trump aporta pruebas de una nueva ruptura con las tradiciones y normas estadounidenses. No sirve de nada negarlo, este presidente es más osado que ningún otro que hayamos visto nunca antes en nuestras vidas a la hora de decir en público cualquier cosa que se le venga a su confusa cabeza. “Esto no es normal”, se ha convertido en la queja habitual de nuestra época.

Donald Trump

No obstante, cuanto más piensas sobre Nixon y Kissinger, más tienes que enfrentarte al hecho de que un cierto tipo de corrupción, falta de honradez y crueldad ha sido -¡qué diantres!-, la norma en la política estadounidense y, sobre todo, en la política exterior. Si lo único que ves ahora es una ruptura con respecto a ciertas formas de llevar a cabo los asuntos presidenciales, te arriesgas a pasar por alto las continuidades, que son igual de importantes. Es más que posible que seamos capaces de empezar a revertir el legado de Trump antes de averiguar cómo podemos librarnos del de Kissinger.

Para el que quiera conocer todos los cargos que pesan sobre Kissinger, existe, cómo no, el manual que publicó Christopher Hitchens en 2001: "Juicio a Henry Kissinger". Hitchens comienza con lo que denomina un “secreto a voces” en Washington, “demasiado trascendental y demasiado horrible para contarlo”. A saber, que Nixon y Kissinger sabotearon de forma deliberada las negociaciones de paz de París del otoño de 1968 (cuando todavía eran ciudadanos particulares, y por tanto, de forma ilegal) y sugirieron a la junta militar de Vietnam del Sur que podrían conseguir un mejor acuerdo con un gobierno republicano.


Como es lógico, el resultado fue que la Guerra de Vietnam se prolongó más de cuatro años adicionales, y esto dio lugar al bombardeo incesante de Vietnam, Camboya y Laos, a otras 20.000 muertes de estadounidenses y a un incontable número de vietnamitas, camboyanas y laosianas. Más adelante, Hitchens valora los roles que desempeñó Kissinger en las guerras, genocidios y golpes, incluidos los de Bangladés, Chile, Chipre y Timor Oriental. Acusa a Kissinger de ser “directamente responsable” del secuestro y asesinato del general chileno René Schneider en 1970". Ninguna de las informaciones de las que deja constancia es precisamente nueva.

Sin embargo, al reunirlos todos bajo un único informe penal (que Harper’s Magazine publicó originalmente en dos partes con el título de “El proceso contra Henry Kissinger” y que luego Verso publicó en forma de libro), probablemente Hitchens fuera la persona que más tuvo que ver a la hora de asociar el término “criminal de guerra” con el nombre de Kissinger. Hitchens falleció en 2011, y es fácil imaginar a Kissinger alzando una copa de jerez al enterarse de que "su martirizador" se había ido a la edad de sesenta y dos años. 

Christopher Hitchens

Hitchens era un pensador heterodoxo que cambiaba bruscamente de dirección, aunque su inquina contra Kissinger, como mínimo, hizo que éste tuviera un poco de lo que se merecía, hasta tal punto que la voz de Hitchens todavía resuena por todos los rincones de Internet. Por ejemplo, en una entrevista que concedió en 2001 al periodista canadiense Allan Gregg, Hitchens resume la visión que tiene sobre su bestia negra: “Es un matón, un delincuente, un mentiroso, un pseudointelectual y un asesino, ¿de acuerdo? Todas esas cosas se pueden comprobar de manera objetiva. Que sea un anticomunista es una especulación que él mismo se empeña en fomentar”.

En cambio, las palabras “criminal de guerra” aparecen solo dos veces en el libro que Greg Grandin publicó en 2015, "La sombra de Kissinger", y en ambas ocasiones lo hacen para referirse a la polémica de Hitchens. Sin embargo, para mí, el libro de Grandin es más importante, ya que conecta de forma magistral el legado de Kissinger con lo que vino después: los años de Reagan y los Bush, así como los gobiernos de Clinton y Obama".

Ronald Reagan - George Bush - Bill Clinton - George W. Bush - Barack Obama

Anticipa de diversas formas la peligrosa situación política que se instaló en 2016 (sobre todo al detallar el desprecio que sentía Kissinger por los “hombres con datos” y su creencia en que Occidente necesitaba hombres “que fueran capaces de crear su propia realidad”).

Desde el principio, es evidente que Grandin persigue algo diferente de lo que perseguía Hitchens. Lo afirma de forma explícita, casi de pasada, en las páginas de agradecimientos que se encuentran al final del libro: como Hitchens “se centraba de forma obsesiva en la moralidad de un solo hombre, su demonio”, pasó por alto “la visión de conjunto”. Es decir, veía a Kissinger como un “saqueador de los valores estadounidenses”, y no alguien que intensificó el militarismo estadounidense y tuvo “un rol desmesurado a la hora de “crear el mundo en el que vivimos en la actualidad, que acepta las guerras interminables como algo natural”.

Greg Grandin

CONTINÚA...

FUENTE: ctxt.es
Traducción de Álvaro San José. 
31/07/2019
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
Autor: Dave Denison

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