Suharto
Aunque Grandin recuenta el amplio abanico de tejemanejes que Kissinger se traía entre manos (como por ejemplo los guiños de complicidad que le hizo en 1975 al dictador indonesio Suharto justo antes de que este invadiera Timor Oriental, que luego resultó “en al menos 102.800 timorenses… muertos como consecuencia de la invasión y la ocupación indonesia posterior durante 24 h”), es la información sobre Camboya y Laos la que todavía provoca shock y pavor: “El bombardeo sobre Camboya fue ilegal en cuanto a su concepción, doloso en cuanto a su implementación y genocida en cuanto a los efectos que tuvo”, escribe Grandin.
Nixon y Kissinger consiguieron mantener en secreto durante meses la extensión de la guerra hacia Camboya (un país neutral), porque Kissinger montó "un elaborado sistema de falsificación burocrática" que consiguió que ni siquiera los altos funcionarios del Pentágono lo supieran. (Las primeras operaciones encubiertas de bombardeo se denominaron “Operación Desayuno”; más tarde la campaña recibió el nombre de “Operación Menú”).
Bombardeo estadounidense de Camboya entre 1969 y 1973
Cuando Nixon anunció en público su plan para invadir Camboya el 30 de abril de 1970, se produjeron manifestaciones generalizadas y, poco tiempo después, tuvieron lugar los disparos de la Guardia Nacional en la Universidad Ken State de Ohio que acabaron con la vida de 4 estudiantes. Los bombardeos continuaron durante tres años más. Grandin escribió:
"Que Kissinger, junto con Nixon, dirigiera el bombardeo de Camboya, y que lo hiciera desde marzo de 1969, es bien sabido hoy en día. No lo es tanto que la peor parte de su bombardeo comenzara en febrero de 1973, un mes después de que Washington, Hanói y Saigón firmaran los Acuerdos de Paz de París. En 1972, Estados Unidos lanzó un total de 53.000 toneladas de bombas sobre Camboya. Entre el 8 de febrero y el 15 de agosto de 1973 ese número casi se quintuplicó y tuvo como objetivo no solo algunos “santuarios” vietnamitas situados al este del país, sino la mayor parte del mismo".
Richard Nixón frente a un mapa del sureste asiático
La situación fue incluso más extrema en Laos, un país que la radio estatal estadounidense Voice of America describió como “el país más bombardeado de la historia”. Tanto en Camboya como en Laos, cabe la pena señalar, indica Grandin, “que estos crímenes persisten, ya que, casi un 30 % de las bombas que lanzó Estados Unidos, la mayoría durante el mandato de Kissinger, no llegaron a detonar. En Laos se calcula que existen '80 millones de bombas de racimo sin explotar', escondidas bajo una fina capa de tierra y repletas de rodamientos”.
Incluso a día de hoy, cientos de personas mueren cada año y el resultado son "casi 20.000 muertes hasta 2009". El 23% de las víctimas son niños, de acuerdo con los autores del libro "Cosecha eterna" que se publicó en 2013. Según la descripción de un trabajador humanitario: “Cuando vas hoy en día a los pueblos, todavía puedes ver pruebas de ello, todavía puedes ver los cráteres de las bombas, todavía puedes ver la increíble cantidad de metal, restos y artefactos explosivos sin detonar esparcidos como si nada por los pueblos. Y en la actualidad siguen todavía hiriendo y matando personas”.
El celo con el que Nixon y Kissinger emprendieron esta carnicería "es algo psicopático". En los documentos sobre la presidencia de Nixon que se guardan en los Archivos Nacionales hay un memorándum de 1973 en el que aparece Kissinger comentando la escalada del bombardeo sobre Camboya: “Preferimos pecar más bien por exceso”. Pocos días después, Nixon le dijo a Kissinger por teléfono: “No veo motivo alguno para no arrasarlos por completo en Camboya”.
De forma crucial, no consiguió alcanzar su supuesto objetivo. No logró el propósito declarado de la política Kissinger: "conseguir que Vietnam del Norte retirara sus tropas de Vietnam del Sur", ni tampoco sirvió para frenar sus operaciones de una manera significativa. De hecho, según afirma Grandin, Kissinger probablemente ni siquiera pensaba que esos objetivos fueran realistas, “puesto que en 1965 ya había llegado a la conclusión de que la guerra era en vano”. Todas las numerosas racionalizaciones que empleó Kissinger no equivalían más que a la misma falacia fundamental que se escondía detrás de la Guerra de Vietnam, que Grandin resume con estas palabras: “Tenemos que escalar para demostrar que no somos impotentes, y cuanto más impotentes demostremos ser, más tendremos que escalar”.
Es infinitamente irritante que Kissinger siga estando considerado como una fuente de "profunda sabiduría y realpolitik" en los círculos políticos internacionales. Como indicó una vez Hitchens: “La mayoría de las políticas de Henry Kissinger realmente terminaron en calamidad”.
“El bombardeo de Camboya”, escribe Grandin, “es diferente a las otras transgresiones de Kissinger, y no solo por la cruel magnitud del número de cadáveres”. También fue lo diametralmente opuesto a un pensador astuto y realista porque consiguió menos que nada: "allanó el camino para el alzamiento de los Jemeres Rojos y el genocidio que vino después". En sus propias memorias, Kissinger ha negado de forma enérgica "cualquier tipo de culpabilidad o responsabilidad por la catástrofe de Camboya".
Henry Kissinger
Grandin acude al historiador de Yale, Ben Kiernan, director fundador del Programa de Estudios sobre Genocidios. Kiernan se muestra cauteloso a la hora de designar causas y efectos, y le dice a Grandin que “la causa del genocidio fue la decisión de Pol Pot de llevarlo a cabo”, pero también rechaza los intentos de Kissinger por desviar la atención y afirma que la facción extremista de los Jemeres Rojos “no habría llegado al poder si no se hubiera producido el bombardeo de Estados Unidos”.
Al poco de ver a Kissinger cenando con Samantha Power en Cambridge, me pregunté, como es lógico, qué es lo que había dicho la autora de un estudio de 610 páginas (Problema infernal) sobre "el reguero de destrucción que habían dejado Nixon y Kissinger en el sudeste asiático". En su capítulo sobre Camboya, Power se centra principalmente en los acontecimientos posteriores a la toma de poder por los Jemeres Rojos y lo difícil que fue para el resto del mundo descubrir lo que había pasado. No obstante, pasa varias páginas examinando la situación previa y señala que “el periodista británico William Shawcross y otros sostienen que las filas de los Jemeres Rojos crecieron principalmente como consecuencia de la intervención de Estados Unidos”.
Pol Pot
Poco después de que Estados Unidos cerrara su embajada y abandonara el país en manos de los Jemeres Rojos, el presidente Gerald Ford y Kissinger emitieron tardías alertas sobre los nuevos gobernantes. “Pero el gobierno de Ford tenía poca credibilidad”, escribe Power. “Kissinger había desangrado Camboya y ensuciado su propia reputación con la política previa de Estados Unidos”. Su análisis sobre el papel que desempeñó Kissinger en Camboya es somero, pero incluye de todos modos este juicio de valor: “La intervención estadounidense en Camboya provocó daños terribles por sí sola, pero también ayudó de forma indirecta al establecimiento de un régimen monstruoso”.
Después de haber participado en el Consejo de Seguridad Nacional del Gobierno de Obama y después de haber ocupado el cargo de embajadora ante la ONU entre 2013 y 2017, seguro que Power piensa que posee "una visión más realista” de los asuntos internacionales que cuando no era más que una escritora. En junio de 2016, viajó a Alemania para aceptar el “Premio Henry A. Kissinger”, que entregaba la American Academy de Berlín en reconocimiento por “los inestimables servicios prestados a la relación transatlántica”.
Naturalmente, mucha gente se sorprendió cuando tuiteó en abril de 2014 "una foto de ella y Kissinger" acudiendo a ver un partido de béisbol de los Yankees. Después de pasar tiempo con Power, el periodista Evan Osnos publicó una cita de Kissinger en The New Yorker: “Power entendió cuál era la diferencia entre ser profesor y ser legislador, por eso, cuando analizaba los problemas contemporáneos, no había tantas diferencias entre lo que pensábamos ella y yo”.
¿Y qué pasa con el marido de Power, Cass Sunstein? Unas pocas semanas después de su cena con Kissinger, publicó en la New York Review of Books, con el título de “Podría ocurrir aquí”, la reseña de dos libros sobre el auge de los nazis en Alemania. "La cuestión de fondo versaba sobre si la democracia liberal de Estados Unidos sobreviviría a Trump". Sunstein escribió:
Si el presidente de Estados Unidos miente constantemente, y se queja de que la prensa independiente es responsable de las noticias falsas, y pide que se le retiren las licencias a las cadenas de televisión, y solicita públicamente penas de cárcel para sus oponentes políticos, y menoscaba la autoridad del Departamento de Justicia y del FBI, y magnifica las divisiones sociales, y deslegitimiza las críticas por “corruptas” o “fallidas”, e incluso rechaza, en un claro incumplimiento de la ley, proteger a los niños contra los riesgos asociados con la pintura de plomo, pues bueno, fascismo no es, pero Estados Unidos nunca había visto nada que se le parezca.
Se pueden hacer objeciones sobre los detalles concretos, pero también se puede argumentar que ya hemos visto muchas de esas cosas (y peores). Se puede establecer una diferenciación entre "los crímenes de Kissinger" y las guerras que vinieron después. No unas guerras secretas, como dice Grandin, sino unas guerras que convirtieron la doctrina del “shock y pavor” en un espectáculo televisivo. Unas políticas brutales que provocaron la muerte de innumerables civiles no solo mientras la maquinaria de guerra de Bush-Cheney estuvo activa, sino también durante los gobiernos de Clinton y Obama.
Grandin llama nuestra atención sobre esa ocasión en que Lesley Stahl le preguntó a la secretaria de Estado de Clinton, Madeleine Albright, en el programa 60 Minutos, sobre los "cerca de medio millón de niños que habían muerto en Irak" como consecuencia de las sanciones económicas de la década de 1990. “Vamos”, dijo Stahl, “que son más niños que los que murieron en Hiroshima”. La respuesta de Albright fue totalmente kissingeriana: “Creemos que el precio a pagar merece la pena”.
"La carnicería actual de Trump no llega, todavía, a ser tan sangrienta como la de Kissinger". Hoy en día, están muriendo civiles en Yemen y en otros lugares. Pero Trump ha incorporado a miembros del equipo B de partidarios de Kissinger como John Bolton y Mike Pompeo, que todavía podrían provocar una guerra con Irán.
"Hay niños que están siendo secuestrados y traumatizados en la frontera sur de EE.UU. por un presidente que parece disfrutar con algo que cualquier persona decente consideraría violaciones de los derechos humanos".
Kissinger, que Joseph Heller describió de forma tan memorable como “un individuo despreciable que hacía la guerra con gusto”, será, muy pronto, transportado en un ataúd. Pero, como escribe Grandin en su epílogo, “El kissingerismo” (la brutalidad racionalizada que los presidentes imperialistas de EE.UU. toleran e incluso por lo general se espera de ellos) es muy probable que perdure. Si miramos la parte positiva, Samantha Power pronto publicará unas memorias; el título provisional es "La educación de una idealista".
FUENTE: ctxt.es
Traducción de Álvaro San José.
31/07/2019
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
Autor: Dave Denison
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