Se había convertido, como a él mismo le gustaba titularse, en "cocinero mayor del reino", aunque, a excepción hecha de barrer y fregar, algo que su perenne ciática y su esporádica lumbalgia le impedían hacer en profundidad, efectuaba también el resto de labores de la casa, ya que, hacía más de diez años que había dejado definitivamente "aquel cochino vicio" del trabajo asalariado.
Entre el trajín de sartenes y calderos, absorto en los entresijos de su desbordante imaginación, no la oyó llegar antes de la hora de costumbre. Así que se llevó un susto tremendo al verla aparecer de repente. Sintió un helado escalofrío que se agudizó cuando, sin motivo aparente, la puerta de la solana se abrió de golpe y a continuación la de la cocina, que ella había cerrado tras de si.
Un profundo estremecimiento lo sacudió. Intentó decir "te quiero", pero solo le brotó un murmullo ininteligible que le llenó la boca de saliva, antes de desplomarse ante los aterrados ojos de su esposa.
Le costó más de una hora volver a conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, aquel terrible escalofrío le recorría nuevamente el cuerpo.
Miguel Ángel G. Yanes
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