A nuestro lado, otra mesa, dispuesta para cuatro comensales, dejaba ver la palabra "reservado" bajo la transparencia de las copas, colocadas boca abajo, como mandan los cánones, para que no se llenaran de polvo u otras suciedades.
El exceso de clientela traía de cabeza a camareros y camareras que, pese a su diligencia, no daban avío. Supusimos que en la cocina pasaría otro tanto, por lo que decidimos aguardar con calma y no apremiarlos. No obstante, con esa cierta libertad de clientes asiduos, recogimos la carta en la barra para ir ganando tiempo.
Ya estábamos a mitad de comida cuando aparecieron dos parejas de mediana edad y ocuparon la mesa reservada. Cayeron en la cuenta también, como nosotros, de que aquella avalancha de comensales traía de cabeza al personal, y que tardarían bastante en atenderlos, pero al parecer no tenían prisa y decidieron esperar.
Entre la barahúnda de voces del local, me llegaban, de forma intermitente, retazos de su conversación: por lo general frases entrecortadas, pero hubo una que llegó nítida a mis oídos. Hablaban de algún grupo de amigos en concreto, cuando uno de los varones dijo:
- Son una gente más aburrida que el carajo. Nunca hablan de fútbol.
Miguel Ángel G. Yanes
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