Tras horas de interrogatorio, los investigadores consiguieron averiguar el lugar en el que se encontraba el periodismo. No era sitio de fácil acceso, razón que explica que la búsqueda de tantos meses resultase infructuosa.
Los restos del oficio más hermoso del mundo yacían, junto al cuerpo de la chica asesinada, en el interior de un pozo situado en una nave industrial abandonada a las afueras de una pequeña localidad.
El oficio aceleró la respiración y el paso pero, cuando quiso darse cuenta, ya tenía las manos de aquella manada de “compañeros” agarrándole el cuello.
Volvemos del enésimo suceso de niña asesinada, entendido
como deporte nacional más rentable que el fútbol, y lo hacemos
escépticos e indignados. Con la sensación de haberlo visto todo ya, pero
sabiendo que el chicle de la falta de escrúpulos de los traficantes de
audiencias aún puede seguir estirándose.
Acercándonos al 2019 de Blade Runner hemos visto ya de todo. Hemos visto programas mañaneros ardiendo desprecio hacia la propia víctima más allá de Orión.
Hemos visto a reporteros, no sabemos si humanos o replicantes, criticando, en directo y ante la puerta de su casa, a la mismísima madre que buscaba a su hija. Hemos visto salir, de quienes se espera vocación de servicio público, vocación de intoxicación a cambio de la audiencia más grande posible, una audiencia tan contaminada como sus programas favoritos. Hemos visto a chupasangres de sueldos millonarios hacer derroche de imaginación y machismo enmascarado, señalando a madre, hija y espíritu santa, dejando pasar por alto la que era la tesis más probable pero la menos comercial: la costumbre española de morir por el hecho de ser mujer.
Da igual si rica, pobre, gallega, madrileña, centradísima en los estudios o en la edad del pavo.
Quienes, durante meses, exprimieron la desaparición de una joven, quienes asesinan un oficio fundamental para la salud de todos, vuelven de vacaciones y no pedirán perdón ante la cámara, ni se les caerá la cara de vergüenza por lo que han hecho. Es más, seguirán haciendo lo mismo.
Veremos, a quienes asfixiaron el oficio hasta matarlo, volver a hacer lo que mejor saben en esta segunda entrega de la macabra historia, la que comienza con la detención del sospechoso. Lo harán sembrando odio donde antes sembraban amarillismo.
Acercándonos al 2019 de Blade Runner hemos visto ya de todo. Hemos visto programas mañaneros ardiendo desprecio hacia la propia víctima más allá de Orión.
Hemos visto a reporteros, no sabemos si humanos o replicantes, criticando, en directo y ante la puerta de su casa, a la mismísima madre que buscaba a su hija. Hemos visto salir, de quienes se espera vocación de servicio público, vocación de intoxicación a cambio de la audiencia más grande posible, una audiencia tan contaminada como sus programas favoritos. Hemos visto a chupasangres de sueldos millonarios hacer derroche de imaginación y machismo enmascarado, señalando a madre, hija y espíritu santa, dejando pasar por alto la que era la tesis más probable pero la menos comercial: la costumbre española de morir por el hecho de ser mujer.
Da igual si rica, pobre, gallega, madrileña, centradísima en los estudios o en la edad del pavo.
Quienes, durante meses, exprimieron la desaparición de una joven, quienes asesinan un oficio fundamental para la salud de todos, vuelven de vacaciones y no pedirán perdón ante la cámara, ni se les caerá la cara de vergüenza por lo que han hecho. Es más, seguirán haciendo lo mismo.
Veremos, a quienes asfixiaron el oficio hasta matarlo, volver a hacer lo que mejor saben en esta segunda entrega de la macabra historia, la que comienza con la detención del sospechoso. Lo harán sembrando odio donde antes sembraban amarillismo.
Los veremos –ya
está pasando– pedir que el detenido “se pudra sufriendo entre rejas” o
que “le apliquen los demás presos la ley de la cárcel”. Los veremos,
como siempre, sembrar un mundo peor, más irresponsable. Y lo más
preocupante, los veremos volver a actuar.
FUENTE: ctxt.es
Eduardo Tecé
01/01/2018
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