Éramos varias las personas que esperábamos el cambio de semáforo para cruzar la calle. De repente, una de ellas, una señora de mediana edad, aparta la vista de su "pantallita" y se fija en otra mujer que se halla a su lado, inmersa también en lo que le muestra su artilugio.
- ¡Lola!... Cuanto tiempo sin verte. ¿Cómo estás?
- ¡Bien!, dice la otra un pelín molesta porque le ha cortado el rollo. ¿Y tú?
- Pues no me quejo, aunque ahora mismo tengo consulta con mi doctora en el ambulatorio.
En ese instante, la casi eterna luz roja del semáforo de peatones cambia a verde y cruzamos.
- ¿Y las navidades qué tal?
- Como siempre, en casa. Pero tuvimos un disgusto del carajo: mi hija María "estalló" el coche en la autopista. Lo dejó hecho una...
No pude seguir escuchando el diálogo porque tomamos diferente camino, pero me quedé rumiando aquella frase: ¿El disgusto fue qué la hija estallara el coche? ¿Y ella, la conductora? ¿No tendría más lógica haber comenzado diciendo que su hija tuvo un accidente y explicarle que tal se encontraba, y que le dieran por saco al puto coche? ¿O es que el melón se me está agrietando más de la cuenta?
Creo que este tipo de diálogo lo voy a encuadrar en el grupo de los avispones.
Miguel Ángel G. Yanes
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