26/3/14

LA INAUGURACIÓN

Al hilo de lo que escribí anteayer sobre la vía del Barranco de Santos, quiero relatarles una curiosa anécdota acaecida el 28 de junio de 2010, día de su inauguración.


Bajábamos, mi amigo y tocayo Miguel Ángel Guerrero y yo, por la Avenida de Canarias (antigua General Mola) en nuestra diaria caminata, en un intento de eliminar kilos, toxinas, colesterol... y todo ese cúmulo de residuos que los años dejan, cuando nos llegó el eco megafónico de algún acto oficial amplificado por la cercanía del barranco. Nos picó la curiosidad, y como esa mañana disponíamos de todo el tiempo del mundo, decidimos acercarnos por ver qué era lo que allí se cocía.

Al asomarnos a la vera del barranco, vimos a autoridades, políticos, medios de comunicación y un escaso grupo de ciudadanos, que se hallaban bajo uno de los puentes de la nueva vía construída sobre el  Barranco de Santos, preparando, al parecer, su inmediata inauguración.


Observamos que de lado a lado de la carretera, una cinta con los colores de la bandera canaria impedía el paso, pero sólo sobre el asfalto, dejando libres las aceras, así que, cuando nos aburrimos de escuchar discursos, bajamos desde nuestra privilegiada atalaya, y pasando a espaldas de la joven uniformada que cuidaba la bandeja de plata y las tijeras que habrían de cortar aquella cinta, y qué, absorta en una discusión telefónica, si siquiera reparó en nuestra presencia, allá que seguimos, vía abajo, con nuestro paseo matutino.

De pronto, al volver la vista atrás, contemplamos cómo una nutrida comitiva se había puesto en marcha siguiendo nuestros pasos, lo que nos cogió por sorpresa, ya que, pensábamos que el acto se limitaría al corte de la cinta para abrir la carretera al tráfico y nada más.

 

Confundidos, decidimos acelerar el ritmo, pero enseguida vimos que no nos iban a alcanzar; aquello era sólo un paseo testimonial, mientras que el nuestro nos llevaría hasta el final de la vía, a las puertas casi de la Iglesia de la Concepción.

Curiosamente, ni los policías locales ubicados en el trayecto, ni los operarios que remataban detalles de última hora, se atrevieron a detenernos ni a decirnos ni pío, suponiendo (pienso yo) que pudiéramos ser una avanzadilla de aquella comitiva.


Así que, en realidad, fuimos nosotros, los "inauguradores fortuitos" de la vía.

Miguel Ángel G. Yanes



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