(A Ernestina Alonso Glez., in memoriam)
Una nube de ruidosos murciélagos
Se enreda en mis cabellos, pero no es
Su aleteo, ni el fragor de sus gritos,
Ni sus finos colmillos… ¡son sus uñas!
Clavándose en mi cuero cabelludo,
Las que provocan el agudo dolor
Que me despierta.
Lo supe al encender la diminuta lámpara:
¡Te habías ido en mitad de la noche!,
Y sus criaturas, penetrando en mi sueño,
Tuvieron el detalle de avisarme.
Llegué a tiempo de verlas alejarse
Hacia un rincón del techo, transformadas
(Milagro de la luz) en una nube
De azules mariposas.
Una espiral, un tourbillón
celeste
De humanas almas agrupándose
Para volver a casa.
¡Eras una de ellas!
Miguel Ángel G. Yanes
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