Después de la polvareda levantada con la visita del ministro Wert (¡vaya personaje!) y de los palos distribuídos graciablemente por los guardianes del orden entre nuestro pueblo, el obispado de La Laguna decidió mantener la catedral abierta un par de días para que, apaleados y no apaleados, pudieran deambular libremente por su interior y contemplar la tan dilatada y costosa restauración. Así qué, ayer domingo, aprovechando que "el Pisuerga pasa por Valladolid", me acerqué a visitarla.
Quiero dejar bien claro que no tengo ningún tipo de estudios arquitectónicos, y qué lo que aquí expreso es, simple y llanamente, la opinión visceral de un ciudadano ante el impacto recibido.
En un primer momento ya me chocó, desde el exterior, la "cantada" de los cristales de colorines que adornan el tambor de la cúpula y que nada tienen que ver con los magníficos vitrales del ábside. Un despropósito a todas luces que provoca un choque visual entre las doradas cubiertas de cúpula y cimborrio (al parecer de bronce) y los blancos marcos de las ventanas que supongo de aluminio. Como diría mi difunto abuelo: "No pegan ni con cola".
Tampoco me gustó la transición de las antiguas columnas con las nuevas
bóvedas. Los actuales capiteles son un postizo a todos luces
antiestético que nada tiene que ver con lo que anteriormente había, ya
que, no continúan con el ancho de columna ni con su estructura, sino que se estrechan de
golpe sobre el corte horizontal de las mismas, dando fe (y nunca mejor
dicho) de que se han perdido las técnicas de antaño.
Desconozco si la restauración está ya completamente terminada, pero hay detalles como la curva de la girola (espacio trasero del altar mayor) que, recubierta de cemento, presenta un estado lamentable.
Lo único positivo que le he visto a la obra es su actual luminosidad. Una abundante profusión de focos, no sé si halógenos o leds que, insertados en las claves de bóveda, han logrado disipar las antiguas tinieblas (me refiero a las físicas) en las que antiguamente se sumía la catedral, si bien en detrimento de las antiguas lámparas, de las que sólo ha quedado una como muestra.
No sé si se deberá a las rebajas del ministerio, a la crisis de la Iglesia o a la falta de gusto por la estética pero a mí, ciudadano del montón, aunque pueda ser una maravilla de la técnica, no me agrada la reforma. De hecho, me gustaría conocer, al respecto, la cualificada opinión de Miguel Ángel Fdez. Matrán, Presidentedel CICOP (Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio). Por lo que ruego a los lectores de este blog, que si pescan alguna manifestación suya, ya sea a través de prensa, radio o televisión, tengan la amabilidad de comunicármelo.
Saludos.
Miguel Ángel G. Yanes
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