Aunque la publicidad nos machaque continuamente las neuronas para obligarnos a comprar, comprar y comprar, hay ocasiones (pocas) en las que las imágenes son de tal calidad que rayan las fronteras del arte, e incluso en las que se adentran "motu proprio" en tan peliagudo territorio.
Últimamente hay algunas que han logrado captar mi atención:
La de Shark, una bebida energética, que aprovecha el especial diseño de sus letras para formar el cuerpo de un tiburón (shark en inglés).
O la de Plátanos de Canarias, formando el mapa de las islas con las típicas manchas oscuras que aparecen en la cáscara del plátano al madurar.
U otra más antigua: la magnífica imagen de un deportista, nadando al estilo mariposa, sobre el asfalto de una carretera.
Pero... a fuer de ser sincero, he de decir que el spot publicitario que más me ha gustado (con diferencia) por lo inesperado de su desenlace, fue el de un individuo disfrazado de bailarina, con malla, zapatillas y tutú, danzando ante la atenta mirada de una vaca que, al observar cómo en uno de los saltos pierde pie y atraviesa la pared del decorado, se "desovaria" de la risa.
Miguel Ángel G. Yanes
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